jueves, 5 de julio de 2012

La Perla Africana


Nadie en la calle excepto ella. A lo lejos, se oye música. Ella no la escucha. No conoce el idioma de su nueva patria, ni tiene a nadie a quien contar sus inquietudes.

Hace 4 años que llegó a Barcelona. De dónde viene nadie quiere saberlo. Era una tierra polvorienta, lejana. No se parecía en nada a las calles del Rabal. Ni siquiera había calles donde ella vivía. El chamán del pueblo era venerado como un Dios. Dónde está ahora sabe que si viviese ahí probablemente estaría en eso que llaman Hospital Psiquiátrico. Ella lo sabe porque estuvo una vez en uno. No soportó el dolor y su corazón se rompió. Crisis de Ansiedad lo llamaron los hombres de las batas blancas. Palabras que se pierden en el viento para ella.

De donde viene, decían que era como una perla. Como el perfume del ébano. Los guerreros más fuertes del poblado querían casarse con ella. Pero en la escuela de Jesuítas había aprendido a leer y a escribir. Y a ver mapas. Y riquezas. Y ella ansiaba volver al poblado como llegó un día Kalil Mtube, que se había marchado más pobre que las ratas, y después de 10 años se había llevado a su familia en un bonito utilitario.

Ahora ya no se parece al ébano. Ahora es dura como la roca. Su olor, de colonia barata. Sus mejillas desgastadas y su nariz picada por la cocaína que tiene que esnifar para soportar la tragedia un día más. Su ropa, si se le puede llamar así, tapa lo imprescindible para no estar desnuda.

Cuándo llegó a España proveniente del continente negro, nada fue como ella pensó. Unos hombres, con Kalil a la cabeza, le retuvieron el pasaporte, y le amenazaron con matar a su hermana pequeña si no les pegaba la deuda de 10.000 euros que decían que ella debía. Ella no tenía ese dinero, así que trabajaría para ellos.

La gente que le habla no se interesa por ella, simplemente lo hacen porque saben que la perla africana te hace feliz por muy poco. Ella buscaba el paraíso. No tiene nombre. El nombre lo perdió cuando su dignidad decidió marcharse. De pronto, empieza a oír la música. Antes le recordaba a su casa. Ahora ya no, ahora simplemente llora. El paraíso no se creó para ella.

A lo lejos, se acerca un hombre. Tiene más de 60 años, está muy delgado y se le ve triste y cansado. Pregunta cuánto. Ella responde 50. Él acepta, y se van juntos a la habitación de un hostal barato. Allí él no quiere tener sexo. Simplemente cierra los ojos y empieza a llorar. Ella no entiende nada. Él dice que hace 3 meses que murió su mujer, y que desde entonces no levanta cabeza. Ella no entiende muy bien lo que él dice, aún no está acostumbrada a esa lengua que se habla en España, pero ve su dolor. Él dice que se llama Paco, y le pregunta a ella que como se llama.

Es la primera vez que un cliente le pregunta eso. Ella lo piensa. Naya. Ese es su nombre. Después de tanto tiempo, ese nombre se evoca en sus labios.

En el transcurso de la hora que Paco ha pagado, no hay sexo. Él simplemente desea que le abracen en silencio. Y eso hace Naya. Después de 10 minutos ambos comienzan a llorar. El nauseabundo olor del hostal impregna los olfatos de ellos. Ni tan siquiera se han desnudado.
Al cabo de una hora, cada uno se marcha por su lado. Paco ha recibido el abrazo que necesitaba, y Naya ha conocido un sentimiento que creía muerto. La Esperanza.









Por Henry Borowski...