Miro ese cuadro y
viajo lejos, muy lejos...
Escucho la melodía
de un triste saxofón
y bailo, llorando,
moviendo mis zapatos de charol.
Expiro profundamente
y agarro la Luna.
A ella le da
vergüenza bailar,
pero yo le sonrío y
la agarro de la cintura.
Le cuesta moverse
con sus zapatos de tacón,
le digo “déjame
llevarte mi amor”.
Ella se siente
asustada,
cree que soy un
perturbado,
que vive sin cabeza
por querer vivir
soñando.
Me quedé solo,
sin Luna,
sin música.
Mis pies se pusieron
tristes,
danzaron sobre el
silencio de la locura. 
Caminé, siguiendo
el ritmo de mi latir,
entre búhos tuertos
y elefantes apunto de morir.
Mi alma me llevaba
atado con una correa,
me azotaba sin
compasión,
a causa de mi
profunda aflicción.
En aquel columpio se
balanceaba una niña,
su largo y rizado
cabello negro me hipnotizó.
No podía creer que
existiese un ser tan angelical,
me sentí libre,
mis penas
desaparecieron bajo tierra,
mis lágrimas se
evaporaron,
mis ojos brillaron, 
como luciérnagas en
una noche sin estrellas.
Era diminuta,
tan rolliza que era
imposible no sonreír,
aquella niña traía
la paz a mi atormentado alma,
esa niña era mi
hermana.
Dejé de mirar el
cuadro, 
ya no lo necesitaba,
la imagen la tengo
en mis ojos,
mi corazón disfruta
en llamas. 
Por discípulo de Maestro Sho-Hai... 
