jueves, 10 de enero de 2013

La niña del columpio


Miro ese cuadro y viajo lejos, muy lejos...

Escucho la melodía de un triste saxofón
y bailo, llorando, moviendo mis zapatos de charol.
Expiro profundamente y agarro la Luna.
A ella le da vergüenza bailar,
pero yo le sonrío y la agarro de la cintura.
Le cuesta moverse con sus zapatos de tacón,
le digo “déjame llevarte mi amor”.
Ella se siente asustada,
cree que soy un perturbado,
que vive sin cabeza
por querer vivir soñando.
Me quedé solo,
sin Luna,
sin música.
Mis pies se pusieron tristes,
danzaron sobre el silencio de la locura.
Caminé, siguiendo el ritmo de mi latir,
entre búhos tuertos y elefantes apunto de morir.
Mi alma me llevaba atado con una correa,
me azotaba sin compasión,
a causa de mi profunda aflicción.
En aquel columpio se balanceaba una niña,
su largo y rizado cabello negro me hipnotizó.
No podía creer que existiese un ser tan angelical,
me sentí libre,
mis penas desaparecieron bajo tierra,
mis lágrimas se evaporaron,
mis ojos brillaron,
como luciérnagas en una noche sin estrellas.
Era diminuta,
tan rolliza que era imposible no sonreír,
aquella niña traía la paz a mi atormentado alma,
esa niña era mi hermana.

Dejé de mirar el cuadro,
ya no lo necesitaba,
la imagen la tengo en mis ojos,
mi corazón disfruta en llamas. 

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

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