martes, 26 de marzo de 2013

La batalla más dura

Estoy en guerra constante conmigo mismo. No decaigo en el intento de derrotarme. Estoy listo para cualquier resultado, perder o ganar, no importa tanto como creemos. De vez en cuando utilizo las estratagemas más sucias para confundirme, pensar que todo ha terminado, pero a veces, y sólo a veces, soy demasiado listo. Las batallas surgen en cualquier momento, nunca hay un aviso previo, siempre debo estar alerta. Esto me mantiene furioso y nervioso a la vez, me tengo miedo. La música suele ser un buen amansador de fieras, calma la guerra, le da un respiro. Sin embargo, hay canciones que avivan la llama de unos recuerdos que escuecen el alma, que hacen más grande una brecha del corazón que aun estaba en obras. En esos momentos, todo se torna de dudas, lágrimas por compañeros caídos en la batalla, como señor Amistad o la querida Felicidad. La guerra adquiere mayor salvajismo, mayor dolor para todos sus combatientes, sólo que el único soldado soy yo.

Muchos días prefiero ser cobarde y no pensar en mí. No estoy disgustado con mi personalidad, ni con mi físico, para nada, es algo mucho más profundo. Es algo que no comprendo, algo que supongo que le ocurrirá a todos, pero yo busco el porqué, y ese camino es duro. Los monstruos que vagan por el sendero no sabes que son monstruos, parecen banalidades inofensivas, pero como digo, parecen...

Leer a los poetas malditos, a Bukowski, a Burroughs, Kerouac y un largo etcétera de enormes y tristes escritores, me ha salvado, pero antes de salvarme me han matado. Antes de que todos ellos me tocarán con sus palabras, no buscaba en mí el dolor que ahora encuentro, vivía en una sonrisa mentirosa que me hacía creer feliz. Ahora no dejo de sufrir el martirio de mis reflexiones, suelen llevarme a rincones qué jamás quise descubrir. Sin embargo, escarbar en mi pozo de ideas rotas, sentimientos ininteligibles y lágrimas de elefante me salva. Comprenderme, ver mi verdadera cara, merece cualquier dolor.

La guerra nunca termina. Día tras día me enfrento al hombre del espejo, allí está, tranquilo, esperando su momento para clavarme la tristeza por la espalda. Él no sabe que algo ha cambiado, ahora le quiero, soporto todas sus sublevaciones, sus bajezas...no importa, no le necesito por cómo es, le necesito por como me hace ser.

Odio las guerras, pues siempre hay un interés que sólo beneficia a unos pocos a costa de la mayoría, y esos pocos nunca sufren, no se les ven en la batalla. Odio haberme tenido que enfrentar contra mí mismo, pero me siento orgulloso de seguir haciéndolo. Me odio y odio al mundo, pero los quiero más que los odio.

Algún día llegará mi paz, quizás no en esta vida, pero al final mi espíritu acabará danzando con el hombre que hoy combato. Os deseo una feliz batalla.


Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

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