Estoy en guerra constante
conmigo mismo. No decaigo en el intento de derrotarme. Estoy listo
para cualquier resultado, perder o ganar, no importa tanto como
creemos. De vez en cuando utilizo las estratagemas más sucias para
confundirme, pensar que todo ha terminado, pero a veces, y sólo a
veces, soy demasiado listo. Las batallas surgen en cualquier momento,
nunca hay un aviso previo, siempre debo estar alerta. Esto me
mantiene furioso y nervioso a la vez, me tengo miedo. La música
suele ser un buen amansador de fieras, calma la guerra, le da un
respiro. Sin embargo, hay canciones que avivan la llama de unos
recuerdos que escuecen el alma, que hacen más grande una brecha del
corazón que aun estaba en obras. En esos momentos, todo se torna de
dudas, lágrimas por compañeros caídos en la batalla, como señor
Amistad o la querida Felicidad. La guerra adquiere mayor salvajismo,
mayor dolor para todos sus combatientes, sólo que el único soldado
soy yo.
Muchos días prefiero ser
cobarde y no pensar en mí. No estoy disgustado con mi personalidad,
ni con mi físico, para nada, es algo mucho más profundo. Es algo
que no comprendo, algo que supongo que le ocurrirá a todos, pero yo
busco el porqué, y ese camino es duro. Los monstruos que vagan por
el sendero no sabes que son monstruos, parecen banalidades
inofensivas, pero como digo, parecen...
Leer a los poetas
malditos, a Bukowski, a Burroughs, Kerouac y un largo etcétera de
enormes y tristes escritores, me ha salvado, pero antes de salvarme
me han matado. Antes de que todos ellos me tocarán con sus palabras,
no buscaba en mí el dolor que ahora encuentro, vivía en una sonrisa
mentirosa que me hacía creer feliz. Ahora no dejo de sufrir el
martirio de mis reflexiones, suelen llevarme a rincones qué jamás
quise descubrir. Sin embargo, escarbar en mi pozo de ideas rotas,
sentimientos ininteligibles y lágrimas de elefante me salva.
Comprenderme, ver mi verdadera cara, merece cualquier dolor.
La guerra nunca termina.
Día tras día me enfrento al hombre del espejo, allí está,
tranquilo, esperando su momento para clavarme la tristeza por la
espalda. Él no sabe que algo ha cambiado, ahora le quiero, soporto
todas sus sublevaciones, sus bajezas...no importa, no le necesito por
cómo es, le necesito por como me hace ser.
Odio las guerras, pues
siempre hay un interés que sólo beneficia a unos pocos a costa de
la mayoría, y esos pocos nunca sufren, no se les ven en la batalla.
Odio haberme tenido que enfrentar contra mí mismo, pero me siento
orgulloso de seguir haciéndolo. Me odio y odio al mundo, pero los
quiero más que los odio.  
Algún día llegará mi
paz, quizás no en esta vida, pero al final mi espíritu acabará
danzando con el hombre que hoy combato. Os deseo una feliz batalla.
Por discípulo de Maestro Sho-Hai... 
