martes, 21 de junio de 2016

Hilo rojo.

«Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper».
Proverbio Asiático.


Destino.
No puedo.
No lo consigo.
No soy capaz
de explicarlo.
Camino.
Deshecho.
Nuevo.
Marcado.
Perdido.
Machado.
Lo dijo.
Se hace
Al andar.
Al caminar.
Al correr.
Al correrse.

Me obligo.
Me impongo.
Me fuerzo
A creer en ello.
Corazón
Aferrado.
Hombre
Llorando.
Hombre
Sintiendo.
Niño
Descubriendo.
Esperanza.
Fe.
Certidumbre.
Ilusión.
Tus ojos.
Quimera.
Utopía.
Tus ojos.
Tus lunares.
Tus pechos.
Tu coño.

Te has vuelto a ir.
Comida,
Paseo,
Metro,
Avión,
Despedida.
Dejavu.
Déjame.
Ir contigo.
Olerte.
Tocarte.
Lamerte.
Verte.
Oirte.
Escucharte.
Escucharme.
Tus gemidos.
Mis gemidos.
Tus caricias.
Tus susurros.
Tus ronquidos.

Te has vuelto a ir.
No conmigo.
No yo contigo.
No en la cama.
No en el baño.
No en la playa.
No en la calle.
No en tus sábanas.
No dentro.
No fuera.
No en mi boca.

Sóla.
Abrazo.
Beso.
Te giras.
No me giro.
Caminas.
Despacio.
Duele.
Lastima.
Lacera.
Hiere.
Dueles.
Sonríes.
Lloras.
Eterna tristeza
En tu sonrisa.
Eterna tristeza
En mi no sonrisa.
Ojos.
Húmedos.
Bolsillos.
Encharcados.
Tus bragas.
Secas.
No las empapo.
No las acaricio.
No las desgarro.
No las arranco.
Ya no.

Tú.
Yo.
Sin mí.
Sin ti.
Lejos.
Mucho.
Muchísimo.
Demasiado.
Excesivo.
Exagerado.
Antípodas.
Nueva Zelanda.
Cruz del Sur.
Estrellas distintas.
Constelaciones
Que no son tus pecas.
Algo brilla
Y no son tus ojos.
Pero sigo creyendo.

Hilo rojo.
Atado.
Tenso.
Tirante.
Tieso.
Pero no se rompe.
No se desgarra.
No se corta.
Se mantiene.
Vigoroso.
Recio.
Fuerte.
Para siempre.




Te quiero.


Carlos Peleteiro.

miércoles, 15 de junio de 2016

O derbi

Costa da Morte. 24 de Abril de 1989. Malvica VS Bergantiños. El campo, otrora de tierra lucía un pulcro césped. El viento del Nordés y el dinero que últimamente se estaba invirtiendo en él hizo el resto.

Ahí saltaron los dos equipos, jaleando la grada. Muchos desplazados de Bergantiños. Los viejos típicos del lugar. Jóvenes con coches tuneados en la puerta del estadio. Algún que otro cacique. Benemérita. Incluso el cura del pueblo había ido.

No se jugaban nada, con la liga casi acabada y ambos a mitad de tabla. Tan sólo la dignidad de saberse el mejor de los dos. Odio sempiterno entre ambos pueblos, compitiendo siempre. Ayer en el Mar por el percebe. Hoy en el campo por la gloria. Mañana en las playas por la coca.

El partido fue brusco, áspero. Como se esperaba. Varias tarjetas y un árbitro increpado. Tirando a casero por miedo a la multitud. El primer gol lo hizo Sito. Sito era el hijo de Don Alfredo, el nuevo capo del pueblo. Era habilidoso y chulesco, tanto fuera como dentro del campo. Se paseaba por el césped como quién lo hace en un BMW. Sobrado.

Pero no tardó en empatar Martiño. Martiño era un menudo jugador del Bergantiños. Centrocampista de los que ahora gustan, hacía jugar a todos. Siempre compartía el balón. En aquellos años empezó también a compartir la aguja con algunos de sus compadres. Llegó a tener una oferta por el Fabril unos años atrás, pero el perico le robaba tiempo de entreno. Era sin duda el mejor jugador de la categoría. El día que llegaba sobrio, y sin mono, era imparable.

Tan pequeño y sin embargo tan difícil de parar. Su cintura era como la goma elástica que se apretaba en el brazo. O carracho, (la garrapata) le llamaban.

Ese día estaba inspirado. Era una de aquellas mañanas de eternas nubes a orillas del Atlántico. Y él aparecía siempre, en todas partes. Como un príncipe de la niebla. Caño, pared, pase al hueco. En Galicia dicen que las meigas haberlas hailas, y eso parecía más propio de un conxuro. Algunos viejos del lugar todavía recuerdan aquel baile. Muñeira con el balón.

A falta de doce minutos para el final, Martiño recibió un pase de Brais, el fornido central marinero. Enfiló rápido, con la portería entre ceja y ceja. Fue dejando atrás a defensores como quien deja atrás la vida. Enfrente sólo el cancerbero. Y Martiño hizo magia. Amagó por la izquierda, salió por la derecha y cuando el guardameta se lanzó hacia allá, picó sutilmente la pelota. El balón acarició las redes. 1-2 en casa del eterno enemigo. Los desplazados se volvieron locos, y al final tuvo que intervenir la Guardia Civil. Martiño era un héroe.

Esa noche salieron los jugadores a celebrarlo. A eso de las 3 de la mañana, Martiño estaba sólo, lo habían dejado en el muelle. Apareció Sito con dos amigos.

-Toma Martiño, prueba esto. Es purísima. Por el partido de hoy.

Martiño, que ya estaba temblando, lo cogió enseguida y se lo metió. Pronto empezó a convulsionar, a sufrir espasmos. Aquel jaco estaba adulterado. Sito y los amigos empezaron a patearle. Como si fuese un balón. Una vez tras otra. En la cara, en las costillas, en el hígado.

A la mañana siguiente, sólo se hablaba del partido del día anterior. De Martiño. Mientras en el bar los marineros volvían a narrar su gol imposible, su cadáver seguía allí en el muelle. El suelo cubierto de una fina capa de sangre seca, que la llovizna trataba de limpiar. El cuerpo frío y reventado. Las venas picadas y los dientes partidos.


A su lado, había unas redes de pescador. Como las que a él le gustaba perforar con el balón.


Carlos Pelerowski

sábado, 4 de junio de 2016

Necio aquél que se ponga a escribir sin haber leído lo suficiente, y cual demente me retiro a leer a fuego el verso que domina mi soledad; mágica honestidad que contamina mi universo…

jueves, 24 de marzo de 2016

Rienda Suelta

Hazme feliz pregunta no realizada. ¡Contente en tus palabras, maldito indecente! ¡No estás solo! los ojos viajan en la omnipresencia de un dios virgen y fatuo, y aquí estoy preso en unas sandalias en invierno, con las raíces que me anclan a un firmamento por dibujar y a unas acciones que siempre parecen que vayan a ser, pero la realidad está fuera de lo que se pudiere imaginar. La presión de una intención imposible, la potestad que no se tuvo y aun así fue perdida. La ambición de un ser en infinitos seres. Las palabras que no tienen tiempo a comas porque incluso a ellas las devoran. La sociedad es un parásito inabarcable en mi organismo, puede que sea la razón por la que existe ectosimbiosis entre nosotros y no endosimbiosis. Estoy harto de alimentarme por trofalaxia, no les servía la transmisión boca a boca, que esta gente que cree tener el poder, nos humilla cambiando el boca-boca por el ano-boca. Sigo volando sentado en mi silla, con unas palabras que nadie lee y que sólo yo siento. Extraño se me hace el sentir, el notar el viento rasgarme la piel y secarme el alma; ser atacado por un beso y quedarme quieto para escuchar su música en mis labios. Y es que he sentido las notas en mi cuerpo y las he pintado en un baile elemental, desprovisto de ensayo y pensamiento; porque el sentir carente de razón es la vida en su estado puro, el impulso irrefrenable que destroza destinos y mares en calma, calma en el infierno donde todos iremos a parar, pues este mundo es la vida y lo muerto, el cielo, el principio y también el final; el círculo del pescado con boca de perro y cola de grulla que nunca termina pero tampoco logra empezar, pues se encuentra en el vacío que sólo Dioniso comprendió en su éxtasis efímero y eterno. He visto calles acallarme y me he rebelado en el silencio de los valientes desgraciados que carecían de desdén pero no de gracia. En la honestidad del mentiroso y la turba enaltecida de un ser sin género, ni sexo, ni gustos, ni estimulaciones, ni palabras, ¡hallé la prosopagnosia!. Caete en lodo anacrónico y véjate en insultos espúreos y amorfos. Jodidos ateos que mutan en fervientes católicos practicantes en sus ínfimas centésimas finales, con llantos en decibelios ensordecedores, reclamando un cielo en sus pies o una reencarnación en un retoño de familia pudiente. Esta mente crea bocetos en línea recta, que ella misma se encarga en descomponer en laberintos sin salida, donde comprendo que el único sendero de la muerte es la cruel vida, así como la vida no deja de estar compuesta de muerte. He tirado tantas veces la toalla, que últimamente no la recojo del suelo, sino que me tumbo a su lado e imagino lo que voy a hacer que pase y que no estaba predestinado a pasar. Quiero propagar gérmenes indómitos compuestos de utopía y fotografías de René Maltête, que decía sobre el humor que es 'ese espermatozoide frío en el orgasmo de la costumbre...ese golpe bajo a los tabúes, reglamentos y códigos confortables'. Tras la ventana de centeno y polillas ruidosas -en su justa medida-, hay una árbol de papel maché atestado por un coro góspel de urracas mudas, bajo sus ramas, ratas ralladas como cebras, yacen aplastadas en el paso de cebra, y la gente discurre sobre ellas sin minutos de silencio. La paz está en nosotros, pero sentimos nuestro interior como el lugar más lejano el cual poder visitar. Está ignominia que ofrezco al mundo, es todo el arte que puedo aportar, soy el ser que nunca esperé ser, haciendo lo que jamás imaginaría, en un contexto predecible, que ya me encargo de modificar a mí surrealista imagen...a mi indescriptible semejanza. Sólo espero destruir lo destruible para construir lo inconstruible, con la desesperanza que -a menudo- me susurra cuando estoy acostado en el jardín de mi cama envenenada.



Por Edgar Kerouac


Mi(e)rror

    


Háblame espejo mudo. Dime qué quieres y hazme libre de esta condena insoportable que pesa mil montañas invisibles. Sólo aspiro a tu susurro cansado. Arrodillado entre polvo de dudas y el ego de un filósofo nombrado por sí mismo, espero tu canto como el inventor un invento y el invento no inventado a su inventor. Necesito una confesión que me haga liviano el camino que estoy tomando, que más que duro es eterno y no tengo tiempo, sólo excusas y vagas creencias en mí. La confianza se gana, pero cómo se logra la confianza en uno mismo, dime espejo, dame una solución que siempre sea correcta, miénteme de ese modo y te creeré ciego como el mejor de los devotos, como si lo bueno y lo malo existiesen separados y no fuesen la misma cara de la misma moneda, caída desde el cielo en el azar de Murphy. Y me miro en ti para mirarme, y en esos ojos que resultan conocidos veo lo desconocido, un extraño preguntándome cuestiones oscuras y profundas sobre un diminuto ser, escondido en algún rincón de este cuerpo cóncavo y exento de virginidad. No he conocido mayor dolor que el autoconocimiento, una sucesión ininterrumpida de muertes para volver a la vida más fuerte y con ganas de volver a morir. Y es que el morir tiene un sabor amargo en su superfície y dulce y apetecible en su hondura, alcanzable para el valiente forastero poseedor de todo el tiempo que no tiene. Sigo frente a ti espejo, los dioses me dieron la capacidad de la espera en abundancia y fueron tan compasivos e irónicos conmigo que me dieron la dosis de impaciencia en la misma cantidad. Mordiéndome las uñas del alma espero, pero esperar es tan complicado, pues el tiempo informe es palpable y visible en la espera, todo se mueve lento esperándote a ti a que avances o retrocedas y resulta demasiado agobiante e incómodo, como mirar a los ojos fijamente a la persona que amas cuando aun no sabe que es amada y ni siquiera uno mismo lo sabe pero lo siente. El sentir antecede al saber, es un orden incorruptible e innegociable. Doy vueltas mentales sin mover un pie, mientras el espejo sigue mudo y la espera tortura estos nervios que aprendieron a explotar cuando no era el momento. Aprendí a comprender que los momentos no son cuando uno desea, pero si uno desea ser partícipe en esos momentos, debe abrir tanto los ojos como la luna cuando quiere estar llena, sólo de este modo, el mundo ignoto brinda la posibilidad de saborear el momento inadecuado en el tiempo justo. Perdí la cuenta de los instantes que quedaron tras de mí y nunca supe reconocer, por pensar que no era necesaria mi voluntad para que los momentos transcurrieran en la precisa adecuación del instante esperado, pues sin voluntad, el pájaro que sabe volar también cae al suelo y el pez que sabe nadar no avanza. Son mis manos, las culpables de alcanzar la infinidad de momentos que habitan el ambiente que mis ojos no son capaces de ver. Siempre he combatido y perdido frente al espejo, mi mejor enemigo se parece tanto a mí como yo a él, pero soy tan necio que pienso que puedo vencerle, y la victoria sólo es la peor de las derrotas, como las más dolorosa de las derrotas es la más gloriosa victoria. Mas aun sabiéndolo, sigo empeñado en la búsqueda del laureado triunfo, esperando a que ese reflejo impasible y fútil deje de observarme antes que yo a él. El masoquismo de este loco cerebro es consciente de tal imposibilidad, pero saber dista mucho de hacer lo que se sabe, pues como ser impulsivo y repleto de intestinos e instintos que soy, me encuentro dotado de una visceralidad que me aúpa por encima de todo racionamiento, en búsqueda de lo que a la ciencia lógica se le escapa. Y espero, espero, y espero sin saber esperar. Castigando a mi estómago sin comida, por alimentar a mi espíritu, en estas cuestiones que susurra una voz que jamás he visto y que pienso que soy yo sin saberlo a ciencia cierta. Espero como el monje que busca el nirvana, en el mayor silencio externo con los mayores estruendos internos. Al final, uno de los dos se rendirá, el espejo o yo, y tengo claro que seré yo, pero es tan necesario arriesgarse a errar, que ni siquiera la efímera y eterna felicidad me haría vender mi arriesgado alma.


Por Edgar Kerouac.