Aquella
rosa mal tatuada en el brazo, descolorida por la devastadora acción
del tiempo o por mala praxis del tatuador. La soberbia de la mujer
que no sabía echar gasolina y se negaba a aprender. El Roll Royce
negro reluciente e impoluto de los años 50. La crujiente cucaracha
después del pisotón de un zapato de seguridad con punta de hierro.
La bollería de un día desperdiciada en la basura. El chófer de un
autobús de colegio comprando cerveza. La gasolinera obteniendo
multitud de ingresos a costa de ridículos salarios a sus
trabajadores. Vomitiva limpieza de retrete, debido a una diarrea
desbordante, nunca pensé que se pudiera fallar cagando, seguramente
fuese adrede, si estuviese en otra posición me descojonaría,
incluso ahora lo hago. La limpieza del aseo se volvió mi parte
favorita del trabajo, era la última, después terminaba mi turno,
así que todo el día esperaba la hora de limpieza de aseos. Esa
colilla que vaga solitaria en el retrete y que por más que tires de
la cadena no desaparece, sigue allí sola, a veces me identifico con
esa colilla. Propinas que saben a cabello de ángel, cabello púbico
de ángel. Impaciencia irritante. Billetes y más billetes que pasan
por mis manos, pero no son míos, simplemente son papel, papel de
colores, papel que crea desigualdades entre los seres humanos, papel
del demonio o papel celestial, depende de cómo se mire. Bandejas de
pan abrasadoras de piel, cicatrices de guerra, aquél horno es el
mismísimo infierno, cada vez que abro el portón intenta salir
Belcevú,
le digo que espere, que aún no es su hora. Ricachones haciendo
ostentación de dinero, sacándose el fajo de billetes en mis narices
para comprar unos míseros chicles. Diversidad de idiomas y culturas
puestas en común. El tiempo que no corre, los días que se escapan.
Azada tras azada la maleza sale de raíz, el polvo me impregna la
cara, los músculos tersos, el cuerpo sudoroso, el Sol azota enfadado
como si quisiera destruir la Tierra. Hombres raros, mujeres raras,
niños y niñas normales que se convertirán en hombres y mujeres
raros y raras, que asco me dan los niños y niñas normales. Una
mujer tan sigilosa que ni las puertas automáticas la reconocían,
permanecían cerradas, puede que fuese una mujer ninja, aunque quizás
fuese un fantasma. Me acerqué y las puertas se abrieron, ella rió
de modo extraño. Infinitas tarjetas de crédito del mismo tamaño y
distintos colores, incluso puede que sabores, un plástico de
excesivo valor, cómo me gustaría pasar esas tarjetas por la raja
del culo de cada uno que me la da. Esa baguette
está muy blanca, esa baguette está muy
oscura, esa baguette está  muy normal, esa baguette no tiene
diamantes...nunca llueve al gusto de todos. “Dame
una barra de pan” dicen los
clientes, pero qué puto pan quieres, quizás baguette, chapata,
bastón, gallega, baguetina, chef, baguette integral, baguetina
integral, alomejor parisienne o puede que kornspitz...así que no me
digas “una barra de pan”
dime qué pan. Tengo que deleitar a la clientela con mis dotes
gastronómicas, un par de gitanillos no controlan el ABC
culinario, no tienen conocimientos de cómo coger un cuchillo y abrir
una barra de pan, y, posteriormente, añadir el embutido, me llaman
el profesor de los bocadillos. Inútil máquina de tabaco, da más
trabajo del que nos ahorra. Cajas de cartón como para proporcionar
vivienda a millares de vagabundos. La mayor parte de nuestro cuerpo
es agua, y hasta hace bien poco pensaba que este dato era cierto,
pero empiezo a dudar de ello, creo que debemos estar hechos mitad de
agua y mitad de cerveza, pues se consumen a partes iguales, incluso
más las cerveza, quizás dentro de poco los controles sean de
“agualemia”.
Porno echado a perder, nadie compra las películas del mostrador, ni
siquiera preguntan, Internet le gana la partida a las gasolineras, en
este aspecto. Cuatro viajes, dos idas, dos vueltas, música a todo
trapo, olor a cuero, trayecto en línea recta, badenes altos como
rascacielos, terribles para cualquier vehículo. Tiempo de descanso
suficiente para orinar y medio lavarte las manos. Escalera de tres
metros para cambiar los precios del petroleo en los monolitos.
Escalera inestable, aunque a medida que subo cada escalón me siento
más seguro, un poco más libre, puede que sea la idea de que si
cayese el drama de la vida llegaría a su fin, esto alivia, de alguna
forma hay que morir, y caer por cambiar los precios de la subida del
petroleo puede ser una buena paradoja, y, al fin y al cabo, una buena
muerte. Un anciano con las gafas de sol graduadas más grandes que he
visto en mi vida, debe estar prácticamente ciego, parecido a un
topo, ciertamente con lo pequeño que era y los pelos que tenía se
asemejaba bastante a un topo, un topo feo, pero un topo. Escucho
historias, las mismas, pero distintas versiones, no sé cuál
creerme, ni siquiera si he de creerme alguna, simple y llanamente
escucho. Temperatura de la cámara del pan a -14 grados, el horno a
80 grados, temperatura de la cámara de la bebida 4 grados,
temperatura ambiental 35 grados, aire acondicionado en la tienda a 20
grados...temperaturas que volverían loco a cualquier animal que no
fuese un descendiente evolucionado del mono. Una vez mencionada la
cámara de la bebida, hay que decir de ella que es un lugar perfecto
para estar en compañía de la soledad, en medio de todo el bullicio,
aquél lugar es un mundo aparte, te adentras y los clientes
desaparecen, el jefe deja de existir, es una cámara maravillosa, no
es tan fría como la cámara del pan y se puede aguantar cierto
tiempo dentro de ella, además, el ruido chirriante del aire al cabo
de poco tiempo pasa desapercibido, un lugar a tener en cuenta para
escribir. La ramera danzante de la rotonda, se contonea intentando
mostrar elegancia y sensualidad, pero como he dicho intenta, no debe
saber que la elegancia es algo que no se puede comprar...al igual que
su clientes no pueden comprar su amor. El surtidor número 12 pedía
paso, yo miré y autoricé a aquella mujer de mediana, tirando a
alta, edad. Cuando llegó al mostrador a pagar le dije la cuenta sin
mirarle a los ojos. Ella respondió, aquella grave voz hizo que
rápidamente mirase su cara, era transexual, una transexual de unos
50 y tantos años echando gasolina, nada más. Nivel avanzado en
contar montones de monedas, con el solo peso de las monedas en la
mano sé cuánta cantidad hay. El famoso hombre misterioso, un hombre
cuya función es espiar a los trabajadores haciéndose pasar por
paisano y, posteriormente, pasar un informe a vete saber tú dónde y
quién. Nunca le he visto, quiere decir que hace bien su función,
quizá sea una leyenda para meter miedo a las obreras ovejas y que no
bajen su nivel de eficiencia y permanezcan siempre con el culo
prieto, quizá no haya venido aun, quizá nunca venga, quizás...Venta
de bonitas pulseras, pero con precios de pulseras de oro. Carteles de
prohibido fumar empapelan la fachada, se fuma a escondidas, cualquier
lugar es bueno, el aseo el más utilizado. El micro funcionaba,
dejaba de funcionar, funcionaba...tenía vida propia y se negaba a
servir al ser humano, era un micro rebelde y luchaba por sus
derechos. Maldigo a ese micro y a la vez le respeto. En los días
libres el cerebro eyaculaba endorfina, dopamina y algo de morfina.
Los días libres no  arreglaban la fatiga mental y física, pero
curaban el alma...sólo de aquellos que tuvieran alma, yo no
encuentro la mía, creo que la vendí por un día libre, no recuerdo
si la vendí porque cambié mi memoria por otro día libre. Se me
pone la piel de gallina cuando en medio del trabajo se me ocurre algo
sobre lo qué escribir, el cliente habla, veo sus labios moverse,
pero no los leo, tampoco le oigo, estoy con mis mierdas, mis
preciadas mierdas, más importantes que cualquier otra cosa. Familias
de abejas diurnas en el contador del agua, hay que utilizar técnicas
distractoras para evitar sus picaduras y poder obtener la secuencia.
Mosquitos nocturnos del tamaño de elefantes, elefantes no hay. El
tipo del cortacésped, un tipo singular, me cae bien ese hombre, fue
a llenar el depósito del cortacésped conduciéndolo, es muy grande
ver a una persona que viene por la carretera a 5 km por hora, no
porque vaya despacio sino porque el vehículo no da más, el ruido
del cortacésped es delicioso, es jazz para oídos selectos.
Desengrasante, cristasol y mucho papel y agua para limpiar los
surtidores, un trabajo aburrido a la par que agotador, el
destroza-espaldas le llaman algunos, yo prefiero llamarlo el socio
del quiropráctico. Entonces me dejé las luces del coche enchufadas,
cuando me disponía a regresar a casa me percate que durante el turno
me había dejado las luces encendidas, recé, no sé a quién, que la
batería siguiese funcionando, pero no, era demasiado tarde, tal
error debía tener algún castigo, así que allí me vi, sin poder
regresar a casa. Sin embargo, la suerte estaba de mi parte, hoy la
tostada no caía del lado de la mantequilla, entré a la gasolinera y
un chaval se ofreció para ayudarme, no habían pinzas, así que la
única opción era empujar el coche e intentar arrancarlo en
movimiento, cosa bastante fácil en condiciones normales, el
inconveniente era que el espacio era reducido y en pendiente, si
funcionaba todo sería perfecto, pero podía salir mal y estampar el
coche contra el muro. Me arriesgué, decidí hacer “all
in”,
en el primer intento no dio tiempo a saltar dentro del coche y,
gracias a los contenedores de basura y a que conseguimos frenarlo a
tiempo, el coche siguió con vida. A la segunda vez parecía que el
resultado iba a ser incluso peor, un final trágico pasó por mi
mente, pero de pronto el coche despertó, resucitó como “Lázaro”,
se levantó y caminó. Me abracé efusivamente al cliente, no le
conocía, pero no importaba, ahora era como de mi familia. Aquel
joven de 18 años, que no recuerdo como se llamaba pero sí sus años,
hay que ver qué cosas memorizamos y cuáles olvidamos, me recordó
que hay gente que merece que le regales tu tiempo, pues el tiempo
nunca deja de correr, y el tiempo nos mata poco a poco, y sólo unas
pocas personas merecen el privilegio de contarnos sus cosas mientras
nos vamos consumiendo. Clienta habitual, una vieja de unos 70 y
tantos años, con apenas 2 o 3 dientes en la parte inferior de la
boca, cada vez que hablaba o reía me daba un miedo terrible, una
mujer horrible con unas gafas redondas enormes, nunca olvidaré esas
grandes, rosadas y despobladas encías. Ahora sé que hay que llevar
una dieta estricta de ser humano, aguantar a la gente en dosis, o
raciones, demasiado grandes puede aumentar el índice de suicidios.
Osé pensar que tenía bastante paciencia, cuan equivocado estaba, la
paciencia es un mito, no existe tal término. Cuando realmente te
gustaría, y necesitas, tenerla se esfuma, te deja tirado como una
sucia y vulgar colilla apagándose en el cubo de la fregona. La
capacidad de mentir de una persona es ilimitada, no recuerdo las
veces que he llamado hijo de puta mentalmente mientras mostraba una
amplia sonrisa y un “muchas
gracias”
a innumerables clientes. Dicen que mentir es un indicativo de
inteligencia, yo pienso que es una característica innata del ser
humano. Entró un hombre-armario por la puerta, casi queda atrapado,
era enorme, sus dedos eran tan grandes y musculosos que dudo que
pudiera sacarse mocos. La camiseta le quedaba ceñidísima, y eso que
debería ser una XXL,
pedía socorro, parecía que en cualquier momento la camiseta
reventaría y se desperdigaría por la tienda en trozos diminutos.
Vino un día una mujer tan despistada que intentó entrar a la tienda
por uno de los espejos de la misma, no encontraba la puerta, y eso
que es bien grande. El marido permanecía en el coche, al darse
cuenta de que la mujer intentaba entrar por un espejo de la tienda,
chocándose sin pirar con el cristal, mostró su enfado gritándola,
diciéndole que por allí no se entraba, el marido gritaba por la
vergüenza que la mujer le estaba haciendo pasar, nosotros desde
dentro nos partíamos de risa, fue un buen momento, no tanto para la
pareja. Abro la puerta, detrás de ella aparece de repente un hombre,
me sorprendo, porque no me lo esperaba allí, pero aun me sorprendo
más cuando veo la sangre que le emana de un gran bulto en el pómulo.
Diversas heridas colorean su cara de un rojo intenso, la camisa
repleta de manchas de sangre, el hombre muestra una tranquilidad
pasmosa, como si no sintiera nada, como si estuviese acostumbrado a
heridas de mayor calibre. Le aconsejamos llamar a la ambulancia para
que viesen sus heridas, él se negó, sólo quería saber cómo ir a
San Pedro,
se lo indicamos y le insistimos en llamar a la ambulancia, a lo que
se volvió a negar. Fue al aseo a limpiarse un poco las heridas,
cuando volvió le preguntamos cómo se había hecho esas heridas,
dijo que él iba con la bici y que un coche le arrolló, lo dijo de
tal forma que parecía que era algo normal, algo sin importancia. No
quiso llamar a la policía, no lo veía necesario. Puede que
estuviese borracho y que la culpa hubiese sido suya, puede que le
diese vergüenza decir que se había caído con la bici, aunque los
ojos de ese hombre me decían que era cierto lo que decía, pero
también me decían sufrimiento, un sufrimiento tal que el daño
físico era algo nimio para él, únicamente heridas que en un par o
tres de semanas se irían, el daño que parecía tener era más
profundo y más difícil de solucionar, quizás imposible...se marchó
tranquilamente empujando su bici, le vi alejarse poco a poco en la
penumbra de la noche, una melodía melancólica acompañaba cada paso
de ese hombre.     
Cuando llegaba de trabajar escribía todo
aquello que me había llamado la atención, aquello que quedaba
grabado en mi retina. Lo escribía por dos motivos, uno porque la
memoria humana, al menos la mía, es una basura, y me encanta
escribir aquello que merece la pena recordar y, más adelante, cuando
no me acuerde, poder leer esto y revivir cada momento, volver a
experimentar la sensación original. Me encanta este poder que tiene
la escritura, dicen que no está creada, pero para mí la escritura
es una potente máquina del tiempo. El segundo motivo, es que hasta
que no escribo y leo lo que he escrito no comprendo mis pensamientos,
sólo quedan claros una vez que la tinta colorea el blanco e impoluto
papel, un blanco que no me gusta nada, pues hace sentirme fracasado.
Hasta que el blanco queda impregnado de letras, palabras, frases...y
en conjunto mi mierda, mi más sincero interior, mis tripas expuestas
a la luz...hasta ese momento no estoy tranquilo y, entonces, me
comprendo a mí mismo. Básicamente esa es mi felicidad, comprenderme
a mí mismo, saber qué quiero, qué soy, quién soy...cada uno de
los días deja algo que me marca, ya sea bueno o malo, eso no es
relevante. Cada una de esas vivencias me componen, yo soy cada uno de
esas marcas, cada una de esas lecciones, y mañana quizás esté
formado de otro nuevo momento y el blanco papel volverá a ser mi
enemigo, hasta que acabe convirtiéndolo en mi alma...esa que perdí
y que no recuerdo dónde la dejé, siempre permanecerá en mi
escritura. 
Por discípulo de Maestro Sho-Hai... 

 
No hay comentarios:
Publicar un comentario