viernes, 29 de junio de 2012

Vivencias de un expendedor


Aquella rosa mal tatuada en el brazo, descolorida por la devastadora acción del tiempo o por mala praxis del tatuador. La soberbia de la mujer que no sabía echar gasolina y se negaba a aprender. El Roll Royce negro reluciente e impoluto de los años 50. La crujiente cucaracha después del pisotón de un zapato de seguridad con punta de hierro. La bollería de un día desperdiciada en la basura. El chófer de un autobús de colegio comprando cerveza. La gasolinera obteniendo multitud de ingresos a costa de ridículos salarios a sus trabajadores. Vomitiva limpieza de retrete, debido a una diarrea desbordante, nunca pensé que se pudiera fallar cagando, seguramente fuese adrede, si estuviese en otra posición me descojonaría, incluso ahora lo hago. La limpieza del aseo se volvió mi parte favorita del trabajo, era la última, después terminaba mi turno, así que todo el día esperaba la hora de limpieza de aseos. Esa colilla que vaga solitaria en el retrete y que por más que tires de la cadena no desaparece, sigue allí sola, a veces me identifico con esa colilla. Propinas que saben a cabello de ángel, cabello púbico de ángel. Impaciencia irritante. Billetes y más billetes que pasan por mis manos, pero no son míos, simplemente son papel, papel de colores, papel que crea desigualdades entre los seres humanos, papel del demonio o papel celestial, depende de cómo se mire. Bandejas de pan abrasadoras de piel, cicatrices de guerra, aquél horno es el mismísimo infierno, cada vez que abro el portón intenta salir Belcevú, le digo que espere, que aún no es su hora. Ricachones haciendo ostentación de dinero, sacándose el fajo de billetes en mis narices para comprar unos míseros chicles. Diversidad de idiomas y culturas puestas en común. El tiempo que no corre, los días que se escapan. Azada tras azada la maleza sale de raíz, el polvo me impregna la cara, los músculos tersos, el cuerpo sudoroso, el Sol azota enfadado como si quisiera destruir la Tierra. Hombres raros, mujeres raras, niños y niñas normales que se convertirán en hombres y mujeres raros y raras, que asco me dan los niños y niñas normales. Una mujer tan sigilosa que ni las puertas automáticas la reconocían, permanecían cerradas, puede que fuese una mujer ninja, aunque quizás fuese un fantasma. Me acerqué y las puertas se abrieron, ella rió de modo extraño. Infinitas tarjetas de crédito del mismo tamaño y distintos colores, incluso puede que sabores, un plástico de excesivo valor, cómo me gustaría pasar esas tarjetas por la raja del culo de cada uno que me la da. Esa baguette está muy blanca, esa baguette está muy oscura, esa baguette está muy normal, esa baguette no tiene diamantes...nunca llueve al gusto de todos. “Dame una barra de pan” dicen los clientes, pero qué puto pan quieres, quizás baguette, chapata, bastón, gallega, baguetina, chef, baguette integral, baguetina integral, alomejor parisienne o puede que kornspitz...así que no me digas “una barra de pan” dime qué pan. Tengo que deleitar a la clientela con mis dotes gastronómicas, un par de gitanillos no controlan el ABC culinario, no tienen conocimientos de cómo coger un cuchillo y abrir una barra de pan, y, posteriormente, añadir el embutido, me llaman el profesor de los bocadillos. Inútil máquina de tabaco, da más trabajo del que nos ahorra. Cajas de cartón como para proporcionar vivienda a millares de vagabundos. La mayor parte de nuestro cuerpo es agua, y hasta hace bien poco pensaba que este dato era cierto, pero empiezo a dudar de ello, creo que debemos estar hechos mitad de agua y mitad de cerveza, pues se consumen a partes iguales, incluso más las cerveza, quizás dentro de poco los controles sean de “agualemia”. Porno echado a perder, nadie compra las películas del mostrador, ni siquiera preguntan, Internet le gana la partida a las gasolineras, en este aspecto. Cuatro viajes, dos idas, dos vueltas, música a todo trapo, olor a cuero, trayecto en línea recta, badenes altos como rascacielos, terribles para cualquier vehículo. Tiempo de descanso suficiente para orinar y medio lavarte las manos. Escalera de tres metros para cambiar los precios del petroleo en los monolitos. Escalera inestable, aunque a medida que subo cada escalón me siento más seguro, un poco más libre, puede que sea la idea de que si cayese el drama de la vida llegaría a su fin, esto alivia, de alguna forma hay que morir, y caer por cambiar los precios de la subida del petroleo puede ser una buena paradoja, y, al fin y al cabo, una buena muerte. Un anciano con las gafas de sol graduadas más grandes que he visto en mi vida, debe estar prácticamente ciego, parecido a un topo, ciertamente con lo pequeño que era y los pelos que tenía se asemejaba bastante a un topo, un topo feo, pero un topo. Escucho historias, las mismas, pero distintas versiones, no sé cuál creerme, ni siquiera si he de creerme alguna, simple y llanamente escucho. Temperatura de la cámara del pan a -14 grados, el horno a 80 grados, temperatura de la cámara de la bebida 4 grados, temperatura ambiental 35 grados, aire acondicionado en la tienda a 20 grados...temperaturas que volverían loco a cualquier animal que no fuese un descendiente evolucionado del mono. Una vez mencionada la cámara de la bebida, hay que decir de ella que es un lugar perfecto para estar en compañía de la soledad, en medio de todo el bullicio, aquél lugar es un mundo aparte, te adentras y los clientes desaparecen, el jefe deja de existir, es una cámara maravillosa, no es tan fría como la cámara del pan y se puede aguantar cierto tiempo dentro de ella, además, el ruido chirriante del aire al cabo de poco tiempo pasa desapercibido, un lugar a tener en cuenta para escribir. La ramera danzante de la rotonda, se contonea intentando mostrar elegancia y sensualidad, pero como he dicho intenta, no debe saber que la elegancia es algo que no se puede comprar...al igual que su clientes no pueden comprar su amor. El surtidor número 12 pedía paso, yo miré y autoricé a aquella mujer de mediana, tirando a alta, edad. Cuando llegó al mostrador a pagar le dije la cuenta sin mirarle a los ojos. Ella respondió, aquella grave voz hizo que rápidamente mirase su cara, era transexual, una transexual de unos 50 y tantos años echando gasolina, nada más. Nivel avanzado en contar montones de monedas, con el solo peso de las monedas en la mano sé cuánta cantidad hay. El famoso hombre misterioso, un hombre cuya función es espiar a los trabajadores haciéndose pasar por paisano y, posteriormente, pasar un informe a vete saber tú dónde y quién. Nunca le he visto, quiere decir que hace bien su función, quizá sea una leyenda para meter miedo a las obreras ovejas y que no bajen su nivel de eficiencia y permanezcan siempre con el culo prieto, quizá no haya venido aun, quizá nunca venga, quizás...Venta de bonitas pulseras, pero con precios de pulseras de oro. Carteles de prohibido fumar empapelan la fachada, se fuma a escondidas, cualquier lugar es bueno, el aseo el más utilizado. El micro funcionaba, dejaba de funcionar, funcionaba...tenía vida propia y se negaba a servir al ser humano, era un micro rebelde y luchaba por sus derechos. Maldigo a ese micro y a la vez le respeto. En los días libres el cerebro eyaculaba endorfina, dopamina y algo de morfina. Los días libres no arreglaban la fatiga mental y física, pero curaban el alma...sólo de aquellos que tuvieran alma, yo no encuentro la mía, creo que la vendí por un día libre, no recuerdo si la vendí porque cambié mi memoria por otro día libre. Se me pone la piel de gallina cuando en medio del trabajo se me ocurre algo sobre lo qué escribir, el cliente habla, veo sus labios moverse, pero no los leo, tampoco le oigo, estoy con mis mierdas, mis preciadas mierdas, más importantes que cualquier otra cosa. Familias de abejas diurnas en el contador del agua, hay que utilizar técnicas distractoras para evitar sus picaduras y poder obtener la secuencia. Mosquitos nocturnos del tamaño de elefantes, elefantes no hay. El tipo del cortacésped, un tipo singular, me cae bien ese hombre, fue a llenar el depósito del cortacésped conduciéndolo, es muy grande ver a una persona que viene por la carretera a 5 km por hora, no porque vaya despacio sino porque el vehículo no da más, el ruido del cortacésped es delicioso, es jazz para oídos selectos. Desengrasante, cristasol y mucho papel y agua para limpiar los surtidores, un trabajo aburrido a la par que agotador, el destroza-espaldas le llaman algunos, yo prefiero llamarlo el socio del quiropráctico. Entonces me dejé las luces del coche enchufadas, cuando me disponía a regresar a casa me percate que durante el turno me había dejado las luces encendidas, recé, no sé a quién, que la batería siguiese funcionando, pero no, era demasiado tarde, tal error debía tener algún castigo, así que allí me vi, sin poder regresar a casa. Sin embargo, la suerte estaba de mi parte, hoy la tostada no caía del lado de la mantequilla, entré a la gasolinera y un chaval se ofreció para ayudarme, no habían pinzas, así que la única opción era empujar el coche e intentar arrancarlo en movimiento, cosa bastante fácil en condiciones normales, el inconveniente era que el espacio era reducido y en pendiente, si funcionaba todo sería perfecto, pero podía salir mal y estampar el coche contra el muro. Me arriesgué, decidí hacer “all in”, en el primer intento no dio tiempo a saltar dentro del coche y, gracias a los contenedores de basura y a que conseguimos frenarlo a tiempo, el coche siguió con vida. A la segunda vez parecía que el resultado iba a ser incluso peor, un final trágico pasó por mi mente, pero de pronto el coche despertó, resucitó como “Lázaro”, se levantó y caminó. Me abracé efusivamente al cliente, no le conocía, pero no importaba, ahora era como de mi familia. Aquel joven de 18 años, que no recuerdo como se llamaba pero sí sus años, hay que ver qué cosas memorizamos y cuáles olvidamos, me recordó que hay gente que merece que le regales tu tiempo, pues el tiempo nunca deja de correr, y el tiempo nos mata poco a poco, y sólo unas pocas personas merecen el privilegio de contarnos sus cosas mientras nos vamos consumiendo. Clienta habitual, una vieja de unos 70 y tantos años, con apenas 2 o 3 dientes en la parte inferior de la boca, cada vez que hablaba o reía me daba un miedo terrible, una mujer horrible con unas gafas redondas enormes, nunca olvidaré esas grandes, rosadas y despobladas encías. Ahora sé que hay que llevar una dieta estricta de ser humano, aguantar a la gente en dosis, o raciones, demasiado grandes puede aumentar el índice de suicidios. Osé pensar que tenía bastante paciencia, cuan equivocado estaba, la paciencia es un mito, no existe tal término. Cuando realmente te gustaría, y necesitas, tenerla se esfuma, te deja tirado como una sucia y vulgar colilla apagándose en el cubo de la fregona. La capacidad de mentir de una persona es ilimitada, no recuerdo las veces que he llamado hijo de puta mentalmente mientras mostraba una amplia sonrisa y un “muchas gracias” a innumerables clientes. Dicen que mentir es un indicativo de inteligencia, yo pienso que es una característica innata del ser humano. Entró un hombre-armario por la puerta, casi queda atrapado, era enorme, sus dedos eran tan grandes y musculosos que dudo que pudiera sacarse mocos. La camiseta le quedaba ceñidísima, y eso que debería ser una XXL, pedía socorro, parecía que en cualquier momento la camiseta reventaría y se desperdigaría por la tienda en trozos diminutos. Vino un día una mujer tan despistada que intentó entrar a la tienda por uno de los espejos de la misma, no encontraba la puerta, y eso que es bien grande. El marido permanecía en el coche, al darse cuenta de que la mujer intentaba entrar por un espejo de la tienda, chocándose sin pirar con el cristal, mostró su enfado gritándola, diciéndole que por allí no se entraba, el marido gritaba por la vergüenza que la mujer le estaba haciendo pasar, nosotros desde dentro nos partíamos de risa, fue un buen momento, no tanto para la pareja. Abro la puerta, detrás de ella aparece de repente un hombre, me sorprendo, porque no me lo esperaba allí, pero aun me sorprendo más cuando veo la sangre que le emana de un gran bulto en el pómulo. Diversas heridas colorean su cara de un rojo intenso, la camisa repleta de manchas de sangre, el hombre muestra una tranquilidad pasmosa, como si no sintiera nada, como si estuviese acostumbrado a heridas de mayor calibre. Le aconsejamos llamar a la ambulancia para que viesen sus heridas, él se negó, sólo quería saber cómo ir a San Pedro, se lo indicamos y le insistimos en llamar a la ambulancia, a lo que se volvió a negar. Fue al aseo a limpiarse un poco las heridas, cuando volvió le preguntamos cómo se había hecho esas heridas, dijo que él iba con la bici y que un coche le arrolló, lo dijo de tal forma que parecía que era algo normal, algo sin importancia. No quiso llamar a la policía, no lo veía necesario. Puede que estuviese borracho y que la culpa hubiese sido suya, puede que le diese vergüenza decir que se había caído con la bici, aunque los ojos de ese hombre me decían que era cierto lo que decía, pero también me decían sufrimiento, un sufrimiento tal que el daño físico era algo nimio para él, únicamente heridas que en un par o tres de semanas se irían, el daño que parecía tener era más profundo y más difícil de solucionar, quizás imposible...se marchó tranquilamente empujando su bici, le vi alejarse poco a poco en la penumbra de la noche, una melodía melancólica acompañaba cada paso de ese hombre.
Cuando llegaba de trabajar escribía todo aquello que me había llamado la atención, aquello que quedaba grabado en mi retina. Lo escribía por dos motivos, uno porque la memoria humana, al menos la mía, es una basura, y me encanta escribir aquello que merece la pena recordar y, más adelante, cuando no me acuerde, poder leer esto y revivir cada momento, volver a experimentar la sensación original. Me encanta este poder que tiene la escritura, dicen que no está creada, pero para mí la escritura es una potente máquina del tiempo. El segundo motivo, es que hasta que no escribo y leo lo que he escrito no comprendo mis pensamientos, sólo quedan claros una vez que la tinta colorea el blanco e impoluto papel, un blanco que no me gusta nada, pues hace sentirme fracasado. Hasta que el blanco queda impregnado de letras, palabras, frases...y en conjunto mi mierda, mi más sincero interior, mis tripas expuestas a la luz...hasta ese momento no estoy tranquilo y, entonces, me comprendo a mí mismo. Básicamente esa es mi felicidad, comprenderme a mí mismo, saber qué quiero, qué soy, quién soy...cada uno de los días deja algo que me marca, ya sea bueno o malo, eso no es relevante. Cada una de esas vivencias me componen, yo soy cada uno de esas marcas, cada una de esas lecciones, y mañana quizás esté formado de otro nuevo momento y el blanco papel volverá a ser mi enemigo, hasta que acabe convirtiéndolo en mi alma...esa que perdí y que no recuerdo dónde la dejé, siempre permanecerá en mi escritura. 


Por discípulo de Maestro Sho-Hai... 

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