viernes, 17 de enero de 2014

Cuando el tiempo se acercó por mi espalda, corrí hasta que perdí su noción. Él se enfadó y decidió matarme.

El reloj que guardo en el bolsillo se ha parado. Y la cuerda que lleva por dentro está enlazada en mi cuello, apretando cada vez más por aquellos cuervos a los que crié y yo mismo saqué los ojos.  Esos cuervos que graznan cerca del espantapájaros que no es más que un montón de paja preparada para arder, y que ellos, cansados de ser los carroñeros del cielo, han decidido rezar por un mundo en el que el ser humano, como el propio espantapájaros del mundo de Oz, pidan un cerebro para poder pensar. Sin embargo, hace ya tiempo que también nos convertimos en el hombre de hojalata sin corazón, donde ni siquiera el aceite de miles de peces muertos logran hacer que sintamos algo en nuestro interior. 

Como si de una plaga se tratase todos los relojes se están parando. El reloj de la estación fue el primero, lleva ya años sin dar la hora, esperando fantasmagóricamente a que algún tren cargado de ilusiones aparezca, y sin embargo no llega. Pero el niño que ya es anciano sigue allí de pie esperando a ese amor que un día le prometió que volvería, pero que sin saberlo él se marchó con aquel caballo al que había jurado amor eterno en una fría tarde lluviosa del mes de marzo, donde cerraron el círculo simbiótico entre naturaleza y ser humano, sin saber que rompían en mil pedazos el corazón de un hombre que tan solo ansiaba volar junto a ella, y que sin embargo yace desde entonces parado, con los pedazos de su corazón guardados en una andrajosa maleta que está a sus pies, esperando que su amada llegue y con las pezuñas de ese caballo haya creado un pegamento capaz de recomponer su propio reloj biológico, que desde entonces no hace tic, y el único tac que conoce es el del hospital, donde le hicieron mil pruebas solo para decirle que el cáncer se había apoderado de todo su cuerpo, aunque eso a él no pareció importarle puesto que su cuerpo no le pertenecía, tan solo el alma inmortal que nadie había querido era suya, y la odiaba tanto como la amaba, puesto que había llegado a sufrir un síndrome de Estocolmo que ni él mismo comprendía. Y el conejo llega tarde, sin saber que su reloj también está parado porque los niños ya no imaginan, y el mundo de los sueños ha sido vencido de una vez por todas, aunque yo luche por ver un tigre saliendo de la boca de un pez mientras desnudo contemplo el firmamento y logro tocar una estrella con mi vientre, sintiendo la enerrgía del Universo que se expande pero que no logra acabar conmigo, para eso ya existe el vino. Él vino a partir de un vaso de vino que vino de las regiones francesas del vino donde si yo no fui, él tampoco vino, y así me bebo el vino que acabo conmigo, pero espero que lo haga de una manera lenta donde el delirium tremens surja de la nada y logre que yo contemple al gran tigre que gobierna el mundo de mi vigilia.

Y así fue como aquel hombre, perdido en un lamento que hacía llorar a las flores, se acercó a la casa del  herrero, y en un vano intento de robar un corazón, lo apuñaló con su cuchillo de palo. La única consecuencia fue que la mujer del herrero, al ver eso, se abalanzó sobre el fuego de la fragua, transformándose en líquido y formando parte del propio reloj que llevo en mi bolsillo, y que mientras más escribo más me atenazan sus cuerdas mi cuello, y ya no soy capaz de seguir escribiendo pues
                                                                                                     t o
                                                                                                             qu
                                                                                                                              e.


                                                                                                                                                  ..



Por Henry Borowski..

jueves, 9 de enero de 2014

Si el niño Jesús se hubiese llevado unos azotes cuando se perdió, la historia del mundo habría cambiado.

Aparece una lágrima cuando la flor se abre, el Sol intenta evaporarla pero no sabe que está hecha de sangre, sangre salida del fondo de la vagina de la madre de Dios, vagina pura que nadie ha mancillado excepto aquella paloma que ninguno vio, y que sin embargo la embarazó. Pero fue mayor embarazo el de tener que decirle a su marido: -José, estoy encinta. José, que no era muy avispado, pues solo tenía un FP de carpintería no entendía esos vocablos. Hasta que vio una prominente barriga donde antes había un vientre plano de gimnasio, y entonces, como no era suficiente, ella decidió parir entre dos animales más infértiles que el desierto de Almería, un buey y una mula.

Y yo no puedo más que preguntarme si tal vez la locura de San Mateos era mayor que la mía, puesto que nadie suele hacer caso a los escritos que escribo, diciendo que soy un escatológico, un depravado sexual y un adicto a la estimulación manual de mi miembro viril. Y qué culpa tengo yo de que una vez me dijeran: -Si te haces pis, menéatela y se te pasará. Y así llevo  más de catorce años, perdiendo el chií entre 2 y 5 veces diarias, aunque lo más paradójico es que jamás había tenido un callo, hasta que empecé a agarrar otras barras de carácter metálico en esa adicción del siglo XXI llamado gimnasio.

Sí, he caído en las garras del deporte de culturismo, dónde la cultura tiene más bien poco que ver. Bueno, a veces puedes ver a alguien levantando “Los Pilares de la Tierra” como si de una mancuerna se tratara, pero dudo que sepa siquiera qué es la Baja Edad Media, sin saber paradójicamente que él tiene más parecido con esa época que un arado de esos que se encuentran en las casa antiguas.


Pero en fin, los progresos se notan, y es tiempo de cambio, sin olvidarnos del “Yes, We can” o el “Aguanta Nena”, muy válido para todo aquello con forma fálica.  Y creo que no tengo nada más que decir sobre este tema, tal vez salga a correr, aunque antes ya me he corrido y formado una nueva estalactita debajo de mi mesa, ojalá durase tanto como en las cuevas…

Por Henry Charles Borowski..

miércoles, 8 de enero de 2014

La jaula se encuentra perdida en el fondo del mar de la tranquilidad.

Llueve sobre mí. La noche se acerca inexorablemente, mientras las gotas siguen cayendo. Estoy entre árboles sólo, con mi pipa como única acompañante, como mi confesora. Cada calada que le doy, se prende como mi interior. Trato de ver las cosas claras pero la noche se acerca y la lluvia no hace más que empapar mi extraña alma, que ya no reconozco como mía.

Hubo un tiempo en que tal vez esto no fue así, pero el engranaje de mi reloj continúa aproximándose a esa fatídica hora, donde los sueños se tornarán en pesadillas y vomitaré rabia con bilis contra el asfalto negro como las cuencas donde estaban mis ojos y ahora sólo un gusano aparezca de vez en cuando para seguir comiéndose mi podrida piel.

Debajo de mi pecho debería estar ese corazón apagado, luchando como el vaho de ese espejo que trata de dar un poco de intimidad a los amantes que, por no tener otro sitio en el mundo, follan y se despedazan en ese ruinoso coche dónde los padres de ellos ya se follaron y se despedazaron años atrás.

Y eso es porque la rueda gira, y todo lo que estamos viviendo y lo que yo estoy escribiendo ya lo hizo alguien hace años, las manecillas se volvieron a posar sobre ese momento y esa hora, y aunque las mariposas ya no vuelan y los niños siguen llorando, el mundo no ha cambiado.

Seguimos siendo los mismos cerdos borrachos que atravesamos el alma de nuestros semejantes con lanzas esculpidas de odio y rencor, donde la punta que más duele es la de ver a esa persona que odias, y que en el fondo sabes que aún amas, aparentando una sensación de felicidad que te pudre por dentro.

Y aunque el tigre está enjaulado en la ciudad, y el minotauro ha conseguido escapar del laberinto dejando el tesoro a los grandes hijos de puta que rodean el hospital de donde se ha escapado mi lamento, aún se puede ver en sus ojos restos de aquello que todos anhelamos y que ninguno queremos, de esa palabra que se usa como si fuese un estado, cuando no sabemos que los únicos estados han estado siempre en un lugar donde ni los sueños existen, porque la libertad del tigre ya se ha perdido, y aunque tú la quieras ver en sus ojos porque sabes que es tu reflejo, y que te sientes un hombre libre, cuando te asomas solo ves un hombre degollado, y donde debería estar la cabeza se encuentra un zapato roto sin cordones.

La pipa se ha apagado, y tal vez mi corazón con ella. Necesito otra chispa que lo vuelva a encender, y que aspire conmigo este humo que, aunque delicioso, poco a poco nos matará a los dos.


Y aunque parezca imposible, hoy follé con putas, y era rubia y le dolía cuando la penetraba, y cuando salía de aquel burdel estaban mi familia esperando para decirme que eso estaba mal, pero mi pene se encontraba mejor que nunca, y la sonrisa que aparecía en mis labios no era casual, y lo que sí lo fue casualidad es que justo después despertase en mi cama de 90 cm de ancho, sudoroso y con el pene todavía erecto, y necesité ir al baño a beber agua porque mis labios estaban cortados como si hubiese masticado cristal, y hasta aquí puedo recitar.


Por Henry Carlos Borowski...