miércoles, 8 de enero de 2014

La jaula se encuentra perdida en el fondo del mar de la tranquilidad.

Llueve sobre mí. La noche se acerca inexorablemente, mientras las gotas siguen cayendo. Estoy entre árboles sólo, con mi pipa como única acompañante, como mi confesora. Cada calada que le doy, se prende como mi interior. Trato de ver las cosas claras pero la noche se acerca y la lluvia no hace más que empapar mi extraña alma, que ya no reconozco como mía.

Hubo un tiempo en que tal vez esto no fue así, pero el engranaje de mi reloj continúa aproximándose a esa fatídica hora, donde los sueños se tornarán en pesadillas y vomitaré rabia con bilis contra el asfalto negro como las cuencas donde estaban mis ojos y ahora sólo un gusano aparezca de vez en cuando para seguir comiéndose mi podrida piel.

Debajo de mi pecho debería estar ese corazón apagado, luchando como el vaho de ese espejo que trata de dar un poco de intimidad a los amantes que, por no tener otro sitio en el mundo, follan y se despedazan en ese ruinoso coche dónde los padres de ellos ya se follaron y se despedazaron años atrás.

Y eso es porque la rueda gira, y todo lo que estamos viviendo y lo que yo estoy escribiendo ya lo hizo alguien hace años, las manecillas se volvieron a posar sobre ese momento y esa hora, y aunque las mariposas ya no vuelan y los niños siguen llorando, el mundo no ha cambiado.

Seguimos siendo los mismos cerdos borrachos que atravesamos el alma de nuestros semejantes con lanzas esculpidas de odio y rencor, donde la punta que más duele es la de ver a esa persona que odias, y que en el fondo sabes que aún amas, aparentando una sensación de felicidad que te pudre por dentro.

Y aunque el tigre está enjaulado en la ciudad, y el minotauro ha conseguido escapar del laberinto dejando el tesoro a los grandes hijos de puta que rodean el hospital de donde se ha escapado mi lamento, aún se puede ver en sus ojos restos de aquello que todos anhelamos y que ninguno queremos, de esa palabra que se usa como si fuese un estado, cuando no sabemos que los únicos estados han estado siempre en un lugar donde ni los sueños existen, porque la libertad del tigre ya se ha perdido, y aunque tú la quieras ver en sus ojos porque sabes que es tu reflejo, y que te sientes un hombre libre, cuando te asomas solo ves un hombre degollado, y donde debería estar la cabeza se encuentra un zapato roto sin cordones.

La pipa se ha apagado, y tal vez mi corazón con ella. Necesito otra chispa que lo vuelva a encender, y que aspire conmigo este humo que, aunque delicioso, poco a poco nos matará a los dos.


Y aunque parezca imposible, hoy follé con putas, y era rubia y le dolía cuando la penetraba, y cuando salía de aquel burdel estaban mi familia esperando para decirme que eso estaba mal, pero mi pene se encontraba mejor que nunca, y la sonrisa que aparecía en mis labios no era casual, y lo que sí lo fue casualidad es que justo después despertase en mi cama de 90 cm de ancho, sudoroso y con el pene todavía erecto, y necesité ir al baño a beber agua porque mis labios estaban cortados como si hubiese masticado cristal, y hasta aquí puedo recitar.


Por Henry Carlos Borowski...

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