miércoles, 11 de junio de 2014

El Cut-Up de los 24


La lluvia en el nublado que cae sobre las sábanas, esas sábanas de fluido amoroso celestial. Unos pechos morenos, sensuales a rabiar, que se ocultan de un león que cuida que las puertas no se cierren por corrientes de aire, venideras de ventanas abiertas a modo de prevención de ambientes cargados, llevándose consigo el olor de la pasión matinal. Un alma, en ocasiones, puede habitar dos cuerpos distintos, haciendo que la sangre de ambos hierva al aproximarse, provocando, contracciones musculares involuntarias y caricias que se desconoce cuándo vinieron y cuándo se irán, si es que definitivamente deciden irse. Y esas gotas de agua que agolparon los capós, jamás borradas, engendradas por el dios eunuco de la lluvia, que nació muerto y es eterno. Estas piernas quemadas por el silencio de un portátil que teclea en una carretera que nunca calla, porque las carreteras son esos caminos que no conocen el silencio mudo, como esas ciudades de edificios besa-nubes que nunca duermen, aunque lo parezcan. Una mujer que se distrae en su concentración, con esos ojos que hablan, entre parpadeo y parpadeo, de milagros que son posibles. El espacio que no existe entre las rígidas y personalizadas americanas del armario, igual que el espacio entre persona y persona en los metros de Japón, es el mismo que reside entre molécula y molécula de aire. En el Oeste no hay caballos indios, ni cactus, ni bolas rodantes, ni bares de mala muerte, sólo hay Oeste, el último lugar donde iría de viaje el Este. Mientras las cortinas sigan el bamboleo del canto del viento y los hurones continúen sin aparecer, este valle seguirá siendo el mismo valle que fue un día de un calendario sin comprar.

Porque las alas son más que simples plumas y el vuelo más que alzarse por encima del suelo para tocar el cielo. 
              
                   Porque una sonrisa libera de la jaula a cualquier ser y ese ser puedes ser tú. 



Por Edgar Kerouac. 

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