Suena un fado triste en el bar.
No hay música de instrumentos, solo una voz que rompe el
silencio de las copas. Una voz que desgarra corazones sin aliento, embotellados
en whisky barato.
Ella canta porque está sola, ella canta porque no sabe hacer
otra cosa.
Los parroquianos están en silencio. El barman ya no limpia
la copa una y otra vez. Ahora solo llora.
Ella canta porque está sola, ella canta porque nadie le dijo
que supiera hacer otra cosa.
Fuera no se sabe si llueve. Tampoco importa.
Solo ella encima de ese taburete, rasgando con su voz lo que
todos sueñan pero no expresan, llegando a partes del alma enterradas durante
años en trabajo y miseria. Porca miseria.
Ella canta porque se siente sola, ella canta porque él le
dijo que no hiciera otra cosa.
Un recuerdo de un amor pasado, de una herida que perdona
pero no olvida, que late y como,
En una indefensión aprendida, se agazapa ante un nuevo rayo
de esperanza.
Ella ya no canta no porque ya no se sienta sola, sino porque
no tiene ya nada que cantar.
Cuando la voz se apaga ellos vuelven a sus jarras, a
enterrar de nuevo el dolor. 
El bar parece más triste entre risas de borrachos, pues no
se dan cuenta, pero los ojos de ella se apagan, lentamente, van perdiendo el
brillo y la magia de la canción, cuando por fin ha desaparecido, ella nunca
estuvo allí.
Ella cantaba porque se sentía sola, sin saber que era cuando
estaba callada, cuando él la escuchaba.
Por Carlos Pelerowski..
