lunes, 1 de febrero de 2016

Pequeña reflexión.

No tener nadie a quien escribir es sentirse como un poeta muerto. No consigo teclear porque no focalizo, no sé a qué hacerlo. Escucho música para inspirarme ahora que es de noche, pero no sale nada. Me siento muerto por dentro y estoy harto de conocer a personas que pasan por mi vida como el metro, sólo que no hay línea circular y no me monto. Las monto, pero eso no es suficiente. En cuanto termino me lanzo al vacío, huyendo de su abrazo, y lo que es peor, huyendo del mío. Hace mucho que no doy un abrazo sincero, de esos que surgen espontáneamente y llenan de luz un dia gris de febrero. 

Madrid es una ciudad que devora almas como quien devora caramelos. Prisas para ir a todas partes, cafés de quince minutos y noches etílicas en las que no sé cómo vuelvo a casa. Conocer se me antoja difícil, si antes de saber si su perro murió cuando era niña, me he corrido en su cuerpo y he escapado por la ventana. Haciendo trucos de escapismo para no volver a verlas, llorando en las aceras de noche mientras se limpian las calles, tratando de que esa manguera arrastre mis lágrimas y limpie mi alma.

Me encuentro en standby, necesito que alguien me encienda. Quiero un sábado bailando de noche, y acabar follando en cualquier portal de Malasaña. Que sea domingo y te despiertes a mi lado, tarde de calcetines, palomitas y sofá. Que difícil encontrarte, mi brújula se ha roto y doy vueltas que me llevan a ninguna parte. Naturaleza muerta como las de los cuadros del Prado, así está el jardín que hay dentro de mí. Las malas hierbas se adueñan de todo, pero son parte de algo más hermoso y no me atrevo a cortarlas. Creo que ahora vivo escondido en ellas, me protegen  y me siento a salvo entre ellas, agazapado.


No tener a nadie a quien escribir es sentirse como como un pintor sin lienzo. Mientras apareces seguiré bebiendo el fin de semana, follando y llorando donde nadie pueda verme, ni oírme.



Carlos Pelerowski

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