No
tener nadie a quien escribir es sentirse como un poeta muerto. No consigo
teclear porque no focalizo, no sé a qué hacerlo. Escucho música para inspirarme
ahora que es de noche, pero no sale nada. Me siento muerto por dentro y estoy
harto de conocer a personas que pasan por mi vida como el metro, sólo que no
hay línea circular y no me monto. Las monto, pero eso no es suficiente. En
cuanto termino me lanzo al vacío, huyendo de su abrazo, y lo que es peor,
huyendo del mío. Hace mucho que no doy un abrazo sincero, de esos que surgen espontáneamente
y llenan de luz un dia gris de febrero.  
Madrid
es una ciudad que devora almas como quien devora caramelos. Prisas para ir a
todas partes, cafés de quince minutos y noches etílicas en las que no sé cómo
vuelvo a casa. Conocer se me antoja difícil, si antes de saber si su perro
murió cuando era niña, me he corrido en su cuerpo y he escapado por la ventana.
Haciendo trucos de escapismo para no volver a verlas, llorando en las aceras de
noche mientras se limpian las calles, tratando de que esa manguera arrastre mis
lágrimas y limpie mi alma.
Me
encuentro en standby, necesito que alguien me encienda. Quiero un sábado
bailando de noche, y acabar follando en cualquier portal de Malasaña. Que sea
domingo y te despiertes a mi lado, tarde de calcetines, palomitas y sofá. Que
difícil encontrarte, mi brújula se ha roto y doy vueltas que me llevan a
ninguna parte. Naturaleza muerta como las de los cuadros del Prado, así está el
jardín que hay dentro de mí. Las malas hierbas se adueñan de todo, pero son
parte de algo más hermoso y no me atrevo a cortarlas. Creo que ahora vivo
escondido en ellas, me protegen  y me
siento a salvo entre ellas, agazapado.
No
tener a nadie a quien escribir es sentirse como como un pintor sin lienzo.
Mientras apareces seguiré bebiendo el fin de semana, follando y llorando donde
nadie pueda verme, ni oírme.
Carlos Pelerowski
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario