Hazme
feliz pregunta no realizada. ¡Contente en tus palabras, maldito indecente! ¡No
estás solo! los ojos viajan en la omnipresencia de un dios virgen y fatuo, y
aquí estoy preso en unas sandalias en invierno, con las raíces que me anclan a
un firmamento por dibujar y a unas acciones que siempre parecen que vayan a
ser, pero la realidad está fuera de lo que se pudiere imaginar. La presión de
una intención imposible, la potestad que no se tuvo y aun así fue perdida. La
ambición de un ser en infinitos seres. Las palabras que no tienen tiempo a
comas porque incluso a ellas las devoran. La sociedad es un parásito
inabarcable en mi organismo, puede que sea la razón por la que existe
ectosimbiosis entre nosotros y no endosimbiosis. Estoy harto de alimentarme por
trofalaxia, no les servía la transmisión boca a boca, que esta gente que cree
tener el poder, nos humilla cambiando el boca-boca por el ano-boca. Sigo
volando sentado en mi silla, con unas palabras que nadie lee y que sólo yo siento.
Extraño se me hace el sentir, el notar el viento rasgarme la piel y secarme el
alma; ser atacado por un beso y quedarme quieto para escuchar su música en mis
labios. Y es que he sentido las notas en mi cuerpo y las he pintado en un baile
elemental, desprovisto de ensayo y pensamiento; porque el sentir carente de
razón es la vida en su estado puro, el impulso irrefrenable que destroza
destinos y mares en calma, calma en el infierno donde todos iremos a parar,
pues este mundo es la vida y lo muerto, el cielo, el principio y también el
final; el círculo del pescado con boca de perro y cola de grulla que nunca
termina pero tampoco logra empezar, pues se encuentra en el vacío que sólo
Dioniso comprendió en su éxtasis efímero y eterno. He visto calles acallarme y
me he rebelado en el silencio de los valientes desgraciados que carecían de
desdén pero no de gracia. En la honestidad del mentiroso y la turba enaltecida
de un ser sin género, ni sexo, ni gustos, ni estimulaciones, ni palabras,
¡hallé la prosopagnosia!. Caete en lodo anacrónico y véjate en insultos
espúreos y amorfos. Jodidos ateos que mutan en fervientes católicos
practicantes en sus ínfimas centésimas finales, con llantos en decibelios
ensordecedores, reclamando un cielo en sus pies o una reencarnación en un
retoño de familia pudiente. Esta mente crea bocetos en línea recta, que ella
misma se encarga en descomponer en laberintos sin salida, donde comprendo que
el único sendero de la muerte es la cruel vida, así como la vida no deja de
estar compuesta de muerte. He tirado tantas veces la toalla, que últimamente no
la recojo del suelo, sino que me tumbo a su lado e imagino lo que voy a hacer
que pase y que no estaba predestinado a pasar. Quiero propagar gérmenes
indómitos compuestos de utopía y fotografías de René Maltête, que decía sobre
el humor que es 'ese espermatozoide frío en el orgasmo de la costumbre...ese
golpe bajo a los tabúes, reglamentos y códigos confortables'. Tras la ventana
de centeno y polillas ruidosas -en su justa medida-, hay una árbol de papel
maché atestado por un coro góspel de urracas mudas, bajo sus ramas, ratas
ralladas como cebras, yacen aplastadas en el paso de cebra, y la gente discurre
sobre ellas sin minutos de silencio. La paz está en nosotros, pero sentimos
nuestro interior como el lugar más lejano el cual poder visitar. Está ignominia
que ofrezco al mundo, es todo el arte que puedo aportar, soy el ser que nunca
esperé ser, haciendo lo que jamás imaginaría, en un contexto predecible, que ya
me encargo de modificar a mí surrealista imagen...a mi indescriptible
semejanza. Sólo espero destruir lo destruible para construir lo inconstruible,
con la desesperanza que -a menudo- me susurra cuando estoy acostado en el
jardín de mi cama envenenada.
Por Edgar Kerouac
