El único lugar del centro de Madrid donde
puedes ver las estrellas es el parque de Canal. 
A veces buscamos constelaciones donde no
podemos encontrarlas.
Como astrónomo aficionado he volado de
estrella en estrella. Siempre lejanas.
Buscando estrellas a años luz de mí, tan
separadas que cuando quiero llegar a ellas, a veces han muerto.
Han pasado eones desde que empecé con esta
manía, o tal vez es cierto que el tiempo se dilata y se encoge a su antojo, y
que cuando me aproximo a una estrella, el tiempo permanece casi impertérrito. 
Si ha pasado tan rápido es porque nunca he
logrado estar cerca de una de ellas demasiado tiempo.
Conozco estrellas de mil constelaciones, las
he explorado una a una. Todas diferentes.
He estado incluso en algunas que no se pueden
ver desde este hemisferio. La cruz del Sur llegó a ser mi estrella favorita.
Pero al final, he de volver a casa.
Y es entonces, cuando siento que se aproxima
una. No es cierto, no es que se aproxime, es que siempre ha estado ahí. Es una
estrella cercana, que cuando aparece ilumina mi salón, hace que las flores
salgan a saludar y todo el mundo irradia una sonrisa inconscientemente. 
(Aunque creo que ella no sabe que causa este
efecto).
Es una estrella tan cercana, que uno ha de
saber que si se acerca, se va a quemar. Lo he aprendido con el tiempo. 
Ese día caluroso que me quemó la piel.
Mirarla fijamente sin un cristal que converge su imagen. Son momentos extraños,
dualidad indefinible.
Y sin embargo sucede que a veces, esa
estrella te invita a que la acaricies. A que te acerques. Quiere abrazarte y
que sientas ese calor que desprende. 
Pero, y a pesar de haber viajado por todo el
espacio-tiempo, el camino más corto a veces parece el más intrincado. Y me
pierdo en un cinturón de asteroides que golpean mi cabeza, y no me doy cuenta
que yo tengo el poder de esquivarlos. Desisto y no lucho, dejo que se abalancen
sobre mí y, una vez dentro, ya no soy capaz de escapar.
Esta estrella seguirá dando calor, porque lo
hace sin querer. Es su naturaleza. Y eso me reconforta, saber que no tendré
frío.  Pero tal vez no pueda volver a
acercarme tanto. Que no me deje, o que yo no me atreva, por miedo a quemarme. 
Y ella, como las supernovas, elegirá cuando
desea implosionar. 
Carlos Pelerowski.
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario