Tras
la puerta mil puertas. Una ventana, única ventana, madera de
alcornoque su papá, la posibilidad de ver lo que hay más allá, su
mamá. 
Tú
eres ese pájaro, EL pájaro. Jaula y portezuela abierta y no
saldrás. Tu libertad está dentro de ese recinto, no conoces nada
fuera de él. El desconocimiento es un monstruo feroz. Miedo a caer,
miedo a tener que levantarnos, miedo a mirar atrás y, sobre todo,
delante. Miedo a que el presente se escape. Miedo a que las agujas
del reloj cojan velocidad y voraces devoren tu piel, destrocen unos
recuerdos aun sin fabricar. Miedo a ser consciente -tras la faz
girar- que sigues en la jaula, que el aire de ese lugar se está
apunto de agotar -gota a gota-, y, aun con todo, viendo la puerta
abierta, tus pies siguen reacios a poderla atravesar.     
Te
enseñaron a no sufrir huyendo. Aprende a sufrir sufriendo. No hay
mayor error que ser desconocedor de tu propio dolor. Canta el dolor
hacia el cielo y píntalo de estrellas, píntate de estrella, como el
mar hace con la luna, como el camaleón con la natura. No intentes
darte la espalda, tu interior es un espejo reflejado en otro espejo.
Intentar obviarse a uno mismo es como robarse, eres al mismo tiempo
víctima, ladrón y policía, sin ningún tipo de escapatoria.   
En tu
jaula una cama, comida, la seguridad de tus barrotes y una mente
limitada, nada más, quizás menos. Fuera está el saber, el saber es
conocimiento y el conocimiento es desconocimiento, y no miento si
digo que volvemos al principio y tendrás miedo. El círculo perfecto
que debes aprehender a romper, porque si tu vida es una pescadilla
que se muerde la cola -ola tras ola-, mírate en el reflejo de las
fuentes de los parques -donde palomas se sienten tan grandes-, y
pregúntate ¿dónde se esconden los callejones que me pierdo?¿por
qué siempre el mismo final?¿por qué el mismo trayecto?.
Deja
de usar las patas pájaro, recuerda aquello que supiste una vez, que
tras tu espalda tienes alas, tus verdaderos pies. Bate ese corazón
como si tu vida te fuese en ello, porque aunque no lo sepas así es.
La clave es que el mundo no se vive del derecho, se vive del revés.
Primero debes comprender la muerte, sin su existencia la vida sería
inerte. Una vez la muerte te revele la vida, alza esa barbilla,
repleta de lágrimas esculpidas. Preparado para la vida aceptarás la
muerte, el final, tal vez, el principio, de una senda ascendente. 
Escribo
esto desde mi jaula. Tras las tablillas de sándalo que cubren mi
ventana, mi única ventana. Sin embargo, la ventana está tan cerca
que huele a lejos. Una puerta y mil puertas, esperándome después.
La llave en mi bolsillo. Hora de abrir el candado de una -y para
siempre- vez.
Por discípulo de Maestro Sho-Hai. 

 
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