Llegué siguiendo
unos pasos que no eran de nadie hasta ese parque de Madrid. Sí, justo ese que
tiene un templo traído de un país lejano y montado piedra a piedra, como se
forja un amor puro. Llegué corriendo, y di una vuelta. Mientras me acercaba al
mirador, escuchaba el sonido de un trompetista callejero. Tocaba jazz,
ambientando el lugar. 20:20 de la tarde y el sol se ponía. El cielo de Madrid,
ese cielo con más matices que tu sonrisa, estaba rojizo, o rosado. (Nunca se me
ha dado bien describir colores. Solo los de tus tangas). 
Era una
puesta de película, aunque yo no quería verla. 
Seguía
la música de fondo ambientando el lugar, como si de un film de Fellini se tratase.
Pero las únicas cámaras que había eran las de las parejas que inmortalizaban
sus momentos. Sonrisas, abrazos y besos. Ellos eran conscientes de que el
verdadero paisaje estaba enfrente de quienes le miraban. (Una vez estuve yo ahí
contigo, y no necesité cámara alguna porque sabía que esos ojos que se posaban
en los míos no podría olvidarlos. Y de momento no me he equivocado). 
Seguí
corriendo, después de haber espiado levemente cada amor que había allí, que no
eran pocos. Lo lógico habría sido volver a casa, seguir corriendo, no salirme
de la ruta. Pero tú sabes que los caminos no van conmigo; no si no llevan a tus
piernas y si no puedo recorrerlos con mi lengua. Así que di vueltas al parque,
pasando una y otra vez por ese mágico espacio durante unos segundos e
intentando hacerlo mío. Las parejas se sucedieron unas, y después otras. Pero
yo seguí en el parque, sin poder apartarme de aquella música y esas risas
puras, donde no había espacio para la tristeza. Y durante unos segundos me
apropiaba de ello. Seguí allí, hasta que al final caí exhausto, mi cuerpo no
soportó seguir corriendo, y mi corazón consiguió resquebrajarse de una vez
por todas. Al fin y al cabo estaba ya muy suturado, y las costuras se
desgarraban con facilidad. Y mis ojos se cerraron, y mientras las fuerzas me
abandonaban, yo lo único que podía ver eran tus ojos, tus ojos, solo tus ojos.
Carlos Pelerowski.
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario