Sus
sentidos se encontraban totalmente colapsados, no daban a basto, todo
era nuevo, todo requería su atención. Era una situación agridulce,
pues aunque Thomas se sentía frustrado al no poder procesar tantos
datos nuevos, también se encontraba maravillado al observar tantas
cosas desconocidas para él. 
De
repente, sin saber cómo ha llegado allí, Thomas se encuentra en un
pasillo de árboles hermosos, no sabe qué tipo de árboles son y,
ciertamente, tampoco sabe a ciencia cierta si se trata de árboles,
pero de lo que está seguro es que aquel pasillo es increíblemente
bello. Un pasillo que no parece tener fin, con inmensos y robustos
árboles, cuyas finas ramas y gruesas hojas bailan al son de la suave
brisa del viento, que trae consigo olor a hierbabuena. El suelo está
conformado por piedras lisas, lisas, lisas, tan lisas y suaves como
la brisa del viento, piedras de tamaños irregulares pero
perfectamente conformadas, que dan lugar a un suelo por el que da
gusto caminar. Para Thomas aquel pasillo es familiar, pero jamás lo
había visto, sin embargo, un cosquilleo en su interior, unas
imágenes fugaces, algo en su cerebro le hace pensar que ha soñado o
estado en ese lugar hace mucho tiempo, o quizás hace poco, pero
Thomas recordaría haber estado allí...
Thomas
se levantó sudando de la cama, aturdido, tan confundido que no
recordaba su nombre. Había tenido una pesadilla, una pesadilla de la
cual no entendía nada, que le había dejado un mal cuerpo de mil
demonios. Se trataba de secuencias cortas, prácticamente imágenes
sueltas, de gente que no conocía de nada, no sabía sus nombres,
nunca había estado con ellos, ni los había visto, pero aquella
gente le sonaba de algo. En aquel extraño sueño aparecían dos
hermanos gemelos de unos 25 años que le sonreían, también una
chica de 21 años con una cara muy triste, tremendamente apenada, con
unos ojos apagados, como si su alma hubiese escapado de su cuerpo,
pero con un fino y exquisito olor a vainilla. La última imagen del
sueño, que fue la que le despertó, era la de una mujer de unos 50
años que le decía susurrando al oído “recuérdame siempre”,
aquellas palabras resonaron en su cabeza, el eco de esas dos palabras
hicieron llorar a Thomas, sin saber porqué, sin conocer a esa mujer,
sólo esa sensación rara de familiaridad, de cotidianidad, aquellas
personas le sonaban de algo, pero de qué, jamás había estado con
ellas, de eso estaba seguro...   
“Clinc,
clinc, clinc”, sonó el
microondas, un cuenco de sopa estaba listo. Thomas cogió la sopa y
se acomodó en el anticuado y desgastado sofá, eran las 21:30 de la
noche. Miraba la televisión pero sin verla realmente, sus ojos
estaban en la dirección correcta, pero su cerebro estaba
desconectado. Thomas decidió tomar un par de cucharadas de sopa,
pero se sorprendió al percibir que la sopa estaba fría, algo que no
tenía sentido, pues acababa de sacar el plato del microondas. Miró
el reloj, redondo y con los bordes negros, que colgaba de la pared y
vio que marcaba las 2:27 de la madrugada, algo no cuadraba, alguien
le estaba gastando una broma. Thomas empezó a enfurecerse, gritaba y
gritaba en el salón, cogió el cuenco de sopa y lo estampó contra
el televisor, entonces su cerebro se encendió y sus ojos, al fin,
vieron la imagen de la pantalla. Se dio cuenta que en la esquina
superior derecha estaba la fecha del día, pero aquella fecha debía
de estar equivocada o, tal vez, no fuese la fecha, sino unos números
sin sentido, sin ningún tipo de relevancia, intentaba Thomas, con
estos pensamientos, engañarse a sí mismo, pero eso es realmente
difícil, sólo al alcance de unos pocos eruditos, Thomas no era uno
de ellos, así que naufragó en un mar de dudas. Thomas tenía claro
que el año en el que estaban era 1993, sin embargo, el televisor
marcaba 23 de Septiembre de 1997, quizás todo aquello fuese un
sueño, quizás no, debía de ser un sueño... 
Thomas
se despertó feliz, no había rastro del enfado que la noche anterior
le había invadido desde la punta de sus descuidadas y largas uñas
del pie hasta el último pelo de su despoblada cabellera. Aunque
estaba feliz, no sabía dónde se encontraba, dónde había dormido,
de quién era esa casa, no tenía respuesta para esas preguntas, así
que decidió olvidar las preguntas, simplemente se dejó llevar por
aquella desconocida casa. Al entrar al salón vio un cuenco de sopa
estampado en la televisión, Thomas pensó “¿qué clase
de salvaje vive aquí?”, miró
un reloj redondo con los bordes negros que estaba en la pared y se
marchó de aquella casa totalmente desconocida para él.
El
frescor de la noche despertó a Thomas del vacío en el que se
encontraba, se percató que estaba en un banco de madera con una
Amstel en la mano y
cuatro o cinco latas vacías en el suelo. Cuando levantó la cabeza
se dio cuenta que no estaba solo, dos hombres más estaban a su lado,
le miraban esperando una respuesta, como si aquellos dos hombres le
hubiesen preguntado algo, sin embargo, Thomas no recordaba haber
hablado nunca con aquellos hombres, ni siquiera les conocía. Se
levantó tranquilamente y, sin decir nada, se marchó con la cerveza
en la mano y tambaleándose, apunto de perder el equilibrio. Thomas
no había bebido y la cerveza de su mano estaba llena, aunque su
paladar sí que tenía un regusto cervecil. Mientras marchaba
intentando mantenerse firme, escuchó lo que decía uno de los
hombres con los que estaba en el banco “Al menos hemos
estado más tiempo con él que la última vez. Le echo mucho de
menos”.
Cada día Thomas se sentía más raro, pero no sabía qué es lo que
le ocurría, no se sentía mal, es más, se encontraba mejor que
nunca, pero a la vez se sentía muy confuso, la gente le miraba raro,
despertaba en lugares que no conocía, había días en los que con un
solo parpadeo pasaba de la mañana a la noche, de golpe y porrazo
oscurecía y habían pasado las horas volando, comía una y otra vez
pero nunca se llenaba su estómago. Aun con todo, Thomas se fascinaba
con todas aquellas cosas nuevas que le rodeaban, las miraba
atentamente, con suma minuciosidad, intentando guardar cada detalle
en su cerebro, pero eran tantas cosas nuevas...unos solos minutos y
el panorama cambiaba de golpe...Thomas no podía almacenar tantos
datos, pero no le importaba, él lo intentaba y era feliz, ya es más
de lo que la gran mayoría consigue, algo que todo el mundo busca y
nunca encuentra, Thomas no buscaba su felicidad, simplemente lo era y
punto. 
“Recuérdame
siempre”...
Un
leve, pero audible, portazo sorprendió a Thomas, no reconocía la
cama donde estaba durmiendo, buscó algún objeto con el que poder
defenderse si le era necesario, pero no encontró nada. Se escondió
detrás de la puerta de la habitación, miró por la rendija entre la
pared y la puerta y vio a una mujer de unos 50 años. Decidió
observarla unos minutos. Era una mujer bella, muy bella, pero 
parecía rota interiormente, como si alguien hubiese cavado una zanja
tan grande en su corazón que fuese imposible taparla. Era una mujer
desconocida para Thomas, pero una especie de atracción hacía que su
cuerpo le pidiese abrazar a esa mujer, y las palabras “recuérdame
siempre” se repetían en su
cabeza sin saber
porqué. Thomas salió
del cuarto, la mujer miró a Thomas, lloró y, sin palabras, se
dieron un abrazo tan cálido como si lo hubiese dado el mismísimo
Sol. Ninguno de los dos dijo nada durante largo tiempo, Thomas no se
extraño de la reacción de la mujer, él se encontraba agusto en los
brazos de la mujer y parecía que la mujer también lo estaba. 
Thomas no conocía esa cara, ni ese cuerpo, ni el nombre de aquella
mujer, ni esa habitación, pero esas palabras, esas palabras...
- 
Eres
 lo único que siempre se repite en mi cabeza, no sé quién eres
 pero eres parte de mí, no te reconozco pero sé que te conozco,
 dijo Thomas. 
- 
Soy
 Ginna, tu mujer, tienes tres hijos y te detectaron alzheimer hace
 cuatro años. 
- 
Puede
 que tengas razón, te creo, eso explicaría mi profunda confusión,
 pero no estés triste, aunque no os recuerde plenamente, de alguna
 manera, de una manera muy íntima os llevo conmigo. No os preocupéis
 por mí, no lloréis o sintáis lástima por mí, pues soy feliz
 como vivo, inmerso en sensaciones raras pero con una gran paz
 interior, una energía externa siempre abraza mi corazón, una
 fuerza que no sé de dónde viene, pero es una energía que me
 resulta familiar. Tus palabras, un olor a vainilla muy dulce, un
 muchacho doble, son cosas que siempre van conmigo entre todas las
 novedades que me invaden. Dijo
 Thomas. 
- 
El
 olor a vainilla es de tu hija y el muchacho doble son tus hijos, que
 son gemelos, dijo Ginna entre
 sollozos. 
  
De pronto, Thomas se quedó inmóvil, respiraba y miraba
perfectamente, sin embargo, la mente de Thomas voló muy lejos, a
demasiada velocidad, tanta fue la velocidad que cuando regresó Ginna
pensaba que Thomas seguía ahí, y, efectivamente, Thomas seguía
allí pero su memoria se había perdido de camino, en un camino del
que nunca encontraría la salida, pero en el que unas palabras, un
olor, una imagen, le servirían de guía...
Thomas
percibió a una mujer que no conocía, pero se volvió a repetir esa
atracción incontrolable de abrazar a aquella mujer. Ginna se dio
cuenta de lo que ocurría, abrazó a Thomas con todas sus fuerzas,
esperando una recuperación milagrosa que sabía con toda seguridad
que nunca llegaría, alargó el momento todo lo que pudo y, tras
despegarse de Thomas y secarse las lágrimas, le besó en los labios,
se acercó dulcemente a la oreja de Thomas para decirle suavemente
“recuérdame siempre”
y se marchó...
Un
pasillo de árboles, hermosos árboles, la luz rosada del atardecer
que ilumina puntos de aquel pasillo que en otros momentos del día
son imperceptibles, magníficas piedras por donde caminar, cada una
diferente a la anterior. Un pasillo largo, que despierta sentimientos
de placer a Thomas, un pasillo por el que nunca a pasado pero que
conoce a la perfección, pues sueña con él sin haberlo recorrido.
Un pasillo de árboles sin fin, como el camino de retorno de la
memoria de Thomas, un pasillo que grita “recuérdame
siempre”.
Por discípulo de Maestro Sho-Hai...