viernes, 31 de agosto de 2012

Vivencias de un expendedor (segunda parte)


Y ese trabajo, ese maldito trabajo, me conducía hacia el plato más insípido de la vida, la rutina diaria y constante. Una rutina que me mataba lentamente, de modo imperceptible, pero yo notaba como me iba pudriendo, me miraba en el espejo y estaba desmejorado, una piel seca como la de un pobre abuelo en sus últimos días de vida. Me levantaba de la cama y mi cabeza no dejaba de blasfemar. Cada paso, cada movimiento, cada parpadeo, todo me pesaba, todo me costaba, vivía agotado. El odio me invadía, las 24 horas del día permanecía alerta, no necesitaba comer, mi alimento era la ira. Gente sin paciencia que no sabe esperar cinco minutos a que les atiendan, sienten que el tiempo se les escapa de las manos, creen que allí esperando están muriendo, lo que no saben es que ya están muertos. Sólo por sus caras sé que el tiempo de esas personas no vale nada, pues únicamente lo quieren para desperdiciarlo, y están en todo su derecho, inclusive a mí me gusta malgastarlo. Mas sigo pensando que son unos desgraciados a los que me gustaría vomitar todo mi odio, poder abrir la boca y dejar que mi oscuridad interna aterrorizase a esos malditos bastardos. Pero no es sólo odio de rabia y enfurecimiento, ese odio tiene tintes lujuriosos, es una ira que me pone cachondo, tengo tantas ganas de destrozar cabezas como de reventar coños, destrozarlos literalmente, introducir mi pene tan fuerte que sólo se escuchen gemidos de dolor y no parar hasta haber derramado hasta la última gota de mi odio en ese profundo coño, ahora un poco más profundo. Entonces, mientras ella llore, yo estaré levitando en una paz que cada día me cuesta más obtener y que sé que dentro de unos pocos años me habrá abandonado. Exclusivamente el odio será lo que me mantenga en pie, mi alma, calcinada, vagará tristemente cerca de las nubes, intentando aproximarse a las puertas del cielo, iluminándose sus ojos con un brillo que sólo puede proporcionar la ilusión y la esperanza, sin saber que yo la tengo presa con una correa y que acabaré arrastrándola conmigo hacia infierno. Este enfado nunca cesa, no corre sangre por mis venas, sólo transportan furia. El onanismo fue mi salvación durante un tiempo, un breve lapso, me despejaba, me dejaba vacío, sin nada bueno ni malo en mi interior, pero me fui habituando a la masturbación y cada vez esa droga era menos efectiva, acabé tolerándola y apenas me proporcionaba un suspiro de aire puro. Simplemente me hice adicto al onanismo, pero ya no me liberaba de nada, un pobre yonqui que se masturbaba para evitar un malestar mayor que llegaría si no efectuaba esa acción. Necesito descargar mi ira de otro modo, veo pasar mujeres, muchas mujeres mientras trabajo, viejas, gordas, altas, feas, hermosas, extranjeras, con mascarillas, con gafas, repletas de tatuajes, con peinados estrafalarios, y me da igual, un único pensamiento ronda mi mente, quiero follarlas sin compasión, sin discursos previos ni caricias posteriores, sin miradas, sólo sudor y placer, y placer propio, me da igual si ellas lo tienen o no, soy egoísta lo sé, lo admito, pero este trabajo, esta vida, me están volviendo así. Lo que más me apena es que, aun con todo, necesito ese trabajo, aunque seguir allí conlleve mi perdición, aunque el retorno del paraíso de la locura no llegue nunca, necesito ese sucio dinero. Me gustaría poder borrar esta expresión de odio que me acompaña todas las noches hasta la cama. Quiero explotar y que mares de lágrimas bañen mi cara y pueda sentirme indefenso, frágil, que desaparezca esta fachada de tipo duro y sin sentimientos. El único camino que encuentro para desembocar toda esta ira es el blanco papel, soporta todas mis penas, toda mi rabia, aguanta, como un saco de boxeo, todos mis golpes bajos sin inmutarse, es mi psicólogo particular, supongo que si me separase de estas líneas alguien saldría malparado. Aun así, esta pequeña cárcel de mis miedos que es la escritura, no consigue librarme de todo el odio que poseo, quizás sea demasiado, y, de este modo, continuo buscando una solución a mi problema, una ayuda que se demora desmesuradamente y que, tal vez, cuando llegué sea demasiado tarde. Quedará un trozo de carne repugnante, que dance sin sentido una melodía siniestra, con unos ojos oscuros como los de un cuervo, y poco a poco surjan de su interior unas llamas de furia que transformen en cenizas lo poco que queda de él. Únicamente estas líneas, que apenas nadie leerá, quedarán como testamento de un hombre que fue consumido por su propio odio... 

                           

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

jueves, 16 de agosto de 2012

Está en tus manos...

Una niña llora,
no la conozco,
no me importa lo que le pasa,
sólo quiero que se calle.

Un hombre llora,
le conozco,
no me importa el motivo de su llanto,
sólo quiero que se calle.

Un perro me mira,
quiere que les consuele, que haga algo.
No entiende que no puedo hacer nada,
que no lloro pero me consumo en mi propia miseria.

El perro me insiste,
cree que soy capaz.
Dice que si ayudo a los demás
me salvaré a mi mismo.

Ese maldito perro no tiene ni idea,
¿por qué debería gastar mis energías
ayudando a otras personas
que no sean yo mismo?

Nadie se preocupa por mí,
nadie alumbra mi oscura soledad,
nadie da sentido a mi triste vida,
nadie me abraza cuando lloro sobre la esponjosa almohada.

El perro me muerde la pierna
y mueve enérgicamente su asquerosa cola.
Me dan ganas de cocinar y engullirme a ese bastardo perro.
Lo aparto de mi lado con una patada.

El perro me mira desesperanzado,
con una gran pena, me mira con ojos de persona,
con ojos más puros que los de cualquier persona.
El perro llora, no por él, llora por mí...

La niña y el hombre se miran,
no se conocen, pero se abrazan suavemente.
Se secan las lágrimas, ambos sonríen,
se van juntos, caminando, se van felices...

Yo me quedo allí, solo...
y lloro, y la niña y el hombre me miran,
sienten lástima por mí, pero siguen su camino.
El perro, sin girarse, me dice “te lo dije”...


Por díscipulo de Maestro Sho-Hai...

viernes, 10 de agosto de 2012

Tripas, alma, miserias...

Todo tiene su importancia relativa, supongo. Las cartas nunca están descubiertas, al menos para mí, se mantienen ocultas. Nada es fácil, al menos lo que tiene valor. No hay golpes de suerte, raras veces, y nunca en mi caso. Todo es esfuerzo y sufrimiento y ¿para qué? para seguir sufriendo. En la vida hay pocas cosas que tengan verdadero valor. Creo que las personas son lo único que realmente tiene valor en el mundo, pero también es cierto que las personas son las que hacen que este mundo sea una continua mierda desbordante. Entonces me encuentro en un círculo vicioso del que sé que nunca sacaré nada en claro, cosa que me frustra y me frustra hacerme estas preguntas sin respuesta, pero, al mismo tiempo, no puedo evitar continuar con ellas en mi mente, que no descansa ni en sueños. Busco un tesoro sin mapa para encontrarlo. Normalmente me ahogo en mi propia confusión, el nudo de mi garganta no deja de crecer, apenas me deja respirar, y lo poco que puedo inspirar es fuego, mi cuerpo arde en miedo e indecisión. Quizás todo esto sea un rasgo de inteligencia, quizás, quizás un paso hacia la locura, quizás algo tan normal como el agua del río que desemboca en mar abierto, quizás sea un pobre iluso y nada más. ¿Cuál es el sentido de las cosas?¿todo tiene que tener sentido?. A veces el más pequeño gesto me llena de energía, y ese gesto no tiene ningún sentido, ¿las cosas sin sentido son las que más sentido contienen?. Quizás nuestro raciocinio esté sobrevalorado, tal vez sólo haya que reaccionar en el momento de la acción, simple y llanamente. ¿Por qué el mono dio lugar al hombre? pienso que no se estaría tan mal comiendo, masturbándose, durmiendo, en un mundo en el que el hombre no hiciese peligrar tu libertad. Vivir en un mundo cuya preocupación sea comer, dormir, cagar y reproducirse no debe estar nada mal, ¡maldigo al mono que quiso evolucionar!...un mono que quiso ser superior a sus hermanos, un mono que a provocado que en la actualidad la doctrina de cualquier ser humano sea ser mejor que los demás, sea cual sea el precio, ya sea utilizando artimañas sucias, tirando por tierra derechos inalienables, escupiendo y pisoteando el alma de los demás. Todavía no nos hemos dado cuenta que no estamos en el escalón más elevado de la evolución, creer ser la cima evolutiva es el mayor error que podemos cometer. Nuestro egocentrismo no tiene límites, es tan voraz como un tigre que no ha comido en un mes. Lo mejor de todo es que no hay solución y nunca la habrá, estamos destinados a ser nuestro propio final. Somos la mejor arma de doble filo que jamás haya existido, con el potencial suficiente para ser fantásticos, pero con un poder autodestructivo inimaginable. Supongo que el fin está cerca y tengo curiosidad por ver qué hay después, pero también tengo miedo, pero ¿qué es el miedo?. A mi modo de ver, el miedo es temer perder algo que quieres, perder tu autoestima, perder a un ser querido, sentirte avergonzado, el propio desconocimiento...todo el mundo tiene miedos, pero los hay de todas clases. El miedo nos hace sentirnos vivos, tal vez, una vez haya muerto, no tenga miedo y, quizás, lo eche en falta, pues no temer nada que perder significa que nada tiene valor para ti, ni siquiera uno mismo y eso es triste. Soy un maldito insatisfecho, no me gusta el blanco, pero si tengo el negro quiero el blanco, y si este me deja de gustar querría un gris y después todo volvería a empezar. Mi alma nunca se cansa de pedir, pero yo estoy agotado de sus exigencias. Vivo en mi propia dictadura, en la que mi cerebro, mi alma o mi corazón siempre dan órdenes, pero no puedo satisfacer a ninguno, y entonces me castigan día tras día, me exprimen, me obligan a realizar cosas que no quiero. Sólo mis manos, en los ratos libres, pueden expresar estas miserias que componen mi ser, un ser demacrado por uno mismo, sin creerlo...sin quererlo... Me siento sucio, incompleto, falto de algo o de mucho, pero no sé que es. Quisiera conversar con Dalí, quizás sus locas palabras me sirvieran de ayuda, quisiera beber con Bukowski, sin hablar, sólo beber, en un incómodo silencio, quisiera oír las improvisaciones de Ray Charles y quisiera hacer todas las cosas que quiero hacer y no hago. Y veo el mar y es inmenso, como mis dudas, cojo arena y se me escapa entre los dedos, como mis preguntas, miro hacia el agua y veo peces, dando círculos sin saber a dónde se dirigen, como yo...


Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

martes, 7 de agosto de 2012

Recuérdame siempre

Sus sentidos se encontraban totalmente colapsados, no daban a basto, todo era nuevo, todo requería su atención. Era una situación agridulce, pues aunque Thomas se sentía frustrado al no poder procesar tantos datos nuevos, también se encontraba maravillado al observar tantas cosas desconocidas para él.
De repente, sin saber cómo ha llegado allí, Thomas se encuentra en un pasillo de árboles hermosos, no sabe qué tipo de árboles son y, ciertamente, tampoco sabe a ciencia cierta si se trata de árboles, pero de lo que está seguro es que aquel pasillo es increíblemente bello. Un pasillo que no parece tener fin, con inmensos y robustos árboles, cuyas finas ramas y gruesas hojas bailan al son de la suave brisa del viento, que trae consigo olor a hierbabuena. El suelo está conformado por piedras lisas, lisas, lisas, tan lisas y suaves como la brisa del viento, piedras de tamaños irregulares pero perfectamente conformadas, que dan lugar a un suelo por el que da gusto caminar. Para Thomas aquel pasillo es familiar, pero jamás lo había visto, sin embargo, un cosquilleo en su interior, unas imágenes fugaces, algo en su cerebro le hace pensar que ha soñado o estado en ese lugar hace mucho tiempo, o quizás hace poco, pero Thomas recordaría haber estado allí...
Thomas se levantó sudando de la cama, aturdido, tan confundido que no recordaba su nombre. Había tenido una pesadilla, una pesadilla de la cual no entendía nada, que le había dejado un mal cuerpo de mil demonios. Se trataba de secuencias cortas, prácticamente imágenes sueltas, de gente que no conocía de nada, no sabía sus nombres, nunca había estado con ellos, ni los había visto, pero aquella gente le sonaba de algo. En aquel extraño sueño aparecían dos hermanos gemelos de unos 25 años que le sonreían, también una chica de 21 años con una cara muy triste, tremendamente apenada, con unos ojos apagados, como si su alma hubiese escapado de su cuerpo, pero con un fino y exquisito olor a vainilla. La última imagen del sueño, que fue la que le despertó, era la de una mujer de unos 50 años que le decía susurrando al oído “recuérdame siempre”, aquellas palabras resonaron en su cabeza, el eco de esas dos palabras hicieron llorar a Thomas, sin saber porqué, sin conocer a esa mujer, sólo esa sensación rara de familiaridad, de cotidianidad, aquellas personas le sonaban de algo, pero de qué, jamás había estado con ellas, de eso estaba seguro...
Clinc, clinc, clinc”, sonó el microondas, un cuenco de sopa estaba listo. Thomas cogió la sopa y se acomodó en el anticuado y desgastado sofá, eran las 21:30 de la noche. Miraba la televisión pero sin verla realmente, sus ojos estaban en la dirección correcta, pero su cerebro estaba desconectado. Thomas decidió tomar un par de cucharadas de sopa, pero se sorprendió al percibir que la sopa estaba fría, algo que no tenía sentido, pues acababa de sacar el plato del microondas. Miró el reloj, redondo y con los bordes negros, que colgaba de la pared y vio que marcaba las 2:27 de la madrugada, algo no cuadraba, alguien le estaba gastando una broma. Thomas empezó a enfurecerse, gritaba y gritaba en el salón, cogió el cuenco de sopa y lo estampó contra el televisor, entonces su cerebro se encendió y sus ojos, al fin, vieron la imagen de la pantalla. Se dio cuenta que en la esquina superior derecha estaba la fecha del día, pero aquella fecha debía de estar equivocada o, tal vez, no fuese la fecha, sino unos números sin sentido, sin ningún tipo de relevancia, intentaba Thomas, con estos pensamientos, engañarse a sí mismo, pero eso es realmente difícil, sólo al alcance de unos pocos eruditos, Thomas no era uno de ellos, así que naufragó en un mar de dudas. Thomas tenía claro que el año en el que estaban era 1993, sin embargo, el televisor marcaba 23 de Septiembre de 1997, quizás todo aquello fuese un sueño, quizás no, debía de ser un sueño...
Thomas se despertó feliz, no había rastro del enfado que la noche anterior le había invadido desde la punta de sus descuidadas y largas uñas del pie hasta el último pelo de su despoblada cabellera. Aunque estaba feliz, no sabía dónde se encontraba, dónde había dormido, de quién era esa casa, no tenía respuesta para esas preguntas, así que decidió olvidar las preguntas, simplemente se dejó llevar por aquella desconocida casa. Al entrar al salón vio un cuenco de sopa estampado en la televisión, Thomas pensó “¿qué clase de salvaje vive aquí?”, miró un reloj redondo con los bordes negros que estaba en la pared y se marchó de aquella casa totalmente desconocida para él.
El frescor de la noche despertó a Thomas del vacío en el que se encontraba, se percató que estaba en un banco de madera con una Amstel en la mano y cuatro o cinco latas vacías en el suelo. Cuando levantó la cabeza se dio cuenta que no estaba solo, dos hombres más estaban a su lado, le miraban esperando una respuesta, como si aquellos dos hombres le hubiesen preguntado algo, sin embargo, Thomas no recordaba haber hablado nunca con aquellos hombres, ni siquiera les conocía. Se levantó tranquilamente y, sin decir nada, se marchó con la cerveza en la mano y tambaleándose, apunto de perder el equilibrio. Thomas no había bebido y la cerveza de su mano estaba llena, aunque su paladar sí que tenía un regusto cervecil. Mientras marchaba intentando mantenerse firme, escuchó lo que decía uno de los hombres con los que estaba en el banco “Al menos hemos estado más tiempo con él que la última vez. Le echo mucho de menos”.
Cada día Thomas se sentía más raro, pero no sabía qué es lo que le ocurría, no se sentía mal, es más, se encontraba mejor que nunca, pero a la vez se sentía muy confuso, la gente le miraba raro, despertaba en lugares que no conocía, había días en los que con un solo parpadeo pasaba de la mañana a la noche, de golpe y porrazo oscurecía y habían pasado las horas volando, comía una y otra vez pero nunca se llenaba su estómago. Aun con todo, Thomas se fascinaba con todas aquellas cosas nuevas que le rodeaban, las miraba atentamente, con suma minuciosidad, intentando guardar cada detalle en su cerebro, pero eran tantas cosas nuevas...unos solos minutos y el panorama cambiaba de golpe...Thomas no podía almacenar tantos datos, pero no le importaba, él lo intentaba y era feliz, ya es más de lo que la gran mayoría consigue, algo que todo el mundo busca y nunca encuentra, Thomas no buscaba su felicidad, simplemente lo era y punto.
Recuérdame siempre”...
Un leve, pero audible, portazo sorprendió a Thomas, no reconocía la cama donde estaba durmiendo, buscó algún objeto con el que poder defenderse si le era necesario, pero no encontró nada. Se escondió detrás de la puerta de la habitación, miró por la rendija entre la pared y la puerta y vio a una mujer de unos 50 años. Decidió observarla unos minutos. Era una mujer bella, muy bella, pero parecía rota interiormente, como si alguien hubiese cavado una zanja tan grande en su corazón que fuese imposible taparla. Era una mujer desconocida para Thomas, pero una especie de atracción hacía que su cuerpo le pidiese abrazar a esa mujer, y las palabras “recuérdame siempre” se repetían en su cabeza sin saber porqué. Thomas salió del cuarto, la mujer miró a Thomas, lloró y, sin palabras, se dieron un abrazo tan cálido como si lo hubiese dado el mismísimo Sol. Ninguno de los dos dijo nada durante largo tiempo, Thomas no se extraño de la reacción de la mujer, él se encontraba agusto en los brazos de la mujer y parecía que la mujer también lo estaba.
  • ¿Me recuerdas Thomas?, dijo la mujer.
Thomas no conocía esa cara, ni ese cuerpo, ni el nombre de aquella mujer, ni esa habitación, pero esas palabras, esas palabras...
  • Eres lo único que siempre se repite en mi cabeza, no sé quién eres pero eres parte de mí, no te reconozco pero sé que te conozco, dijo Thomas.
  • Soy Ginna, tu mujer, tienes tres hijos y te detectaron alzheimer hace cuatro años.
  • Puede que tengas razón, te creo, eso explicaría mi profunda confusión, pero no estés triste, aunque no os recuerde plenamente, de alguna manera, de una manera muy íntima os llevo conmigo. No os preocupéis por mí, no lloréis o sintáis lástima por mí, pues soy feliz como vivo, inmerso en sensaciones raras pero con una gran paz interior, una energía externa siempre abraza mi corazón, una fuerza que no sé de dónde viene, pero es una energía que me resulta familiar. Tus palabras, un olor a vainilla muy dulce, un muchacho doble, son cosas que siempre van conmigo entre todas las novedades que me invaden. Dijo Thomas.
  • El olor a vainilla es de tu hija y el muchacho doble son tus hijos, que son gemelos, dijo Ginna entre sollozos.
De pronto, Thomas se quedó inmóvil, respiraba y miraba perfectamente, sin embargo, la mente de Thomas voló muy lejos, a demasiada velocidad, tanta fue la velocidad que cuando regresó Ginna pensaba que Thomas seguía ahí, y, efectivamente, Thomas seguía allí pero su memoria se había perdido de camino, en un camino del que nunca encontraría la salida, pero en el que unas palabras, un olor, una imagen, le servirían de guía...
Thomas percibió a una mujer que no conocía, pero se volvió a repetir esa atracción incontrolable de abrazar a aquella mujer. Ginna se dio cuenta de lo que ocurría, abrazó a Thomas con todas sus fuerzas, esperando una recuperación milagrosa que sabía con toda seguridad que nunca llegaría, alargó el momento todo lo que pudo y, tras despegarse de Thomas y secarse las lágrimas, le besó en los labios, se acercó dulcemente a la oreja de Thomas para decirle suavemente “recuérdame siempre” y se marchó...
Un pasillo de árboles, hermosos árboles, la luz rosada del atardecer que ilumina puntos de aquel pasillo que en otros momentos del día son imperceptibles, magníficas piedras por donde caminar, cada una diferente a la anterior. Un pasillo largo, que despierta sentimientos de placer a Thomas, un pasillo por el que nunca a pasado pero que conoce a la perfección, pues sueña con él sin haberlo recorrido. Un pasillo de árboles sin fin, como el camino de retorno de la memoria de Thomas, un pasillo que grita “recuérdame siempre”.

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

jueves, 2 de agosto de 2012

El telón nunca volverá a cerrarse


Se abre el telón. Un telón de espesa y rojiza tela, aunque el color rojo empieza a ennegrecerse. El telón se abre con viveza, sin embargo, se traba en algunos tramos.

(Aparece un dormitorio, en cuyo centro destaca una amplia cama, parece bastante confortable. Una pequeña, pero coqueta, televisión permanece apagada. Un armario, tremendamente basto, está situado en la pared izquierda de la habitación. Una réplica del Guernica ocupa la totalidad de la pared derecha. Un aroma a tristeza asola el dormitorio, sólo un pequeño resquicio final deja vislumbrar una felicidad pasada, una felicidad que habitaba en aquel dormitorio pero que hace tiempo que ya no reside allí…)       

Una joven mulata aparece llorando en su lecho. Llora en el silencio, ni siquiera sus sollozos se escuchan. Únicamente se aprecia que llora por las lágrimas que caen zigzagueantes por sus mejillas y por sus oscuros y vidriosos ojos, no por el sonido que emite, pues no hay sonido, sólo silencio.
El aspecto de la joven es el de un ángel, el de un ángel al cual le han arrebatado toda clase de esperanza, al que no le queda un ápice de ilusión, un ángel que empieza a dudar de los pilares más sólidos que conforman sus creencias. Clara, la joven mulata, se levanta de la cama y ojea un álbum de fotos, en cuyo interior aparecen innumerables fotografías de ella y un joven, el cual parece su pareja. Clara sigue llorando, mientras se adentra en cada una de las imágenes degustando el placer que sintió en todas y cada una de ellas. Pero esa satisfacción a terminado, ya no es lo mismo, aquella pasión del principio, aquella sonrisa que aparecía sin avisar, aquella felicidad que siempre le acompañaba, aquella piel erizada justo antes de ver a su chico…todo aquello ya no existe, ni tan sólo recuerda el bienestar de aquellas sensaciones, sabe que las tuvo, pero su paladar ya no recuerda su sabor. Ahora el sufrimiento, la mentira, el malestar y la hipocresía son su alimento, su vestido de cada día, un vestido de luto, y Clara no se ve con fuerzas para seguir aguantando esa situación. No podía ocultar que su amor hacia aquel chico se había tornado una tortura continua. Le dejó de gustar todo lo que su pareja hacía. John, su pareja, no tenía la culpa, y eso Clara lo sabía, por eso su alma ardía de tristeza, por ese motivo lloraba al llegar a casa, se mezclaba con la inmensidad del silencio y lloraba como si no existiese un mañana, ciertamente para ella ya no había tal mañana, lloraba hasta intentar deshidratarse, lloraba para olvidar que aun estando con John se encontraba sola, pero, sobre todo, lloraba porque era la mujer más cobarde de la faz de la Tierra. No tenía la suficiente valentía como para dejar a John, y, de este modo, ella se iba consumiendo, apagando como una vela a la que están apunto de cubrir con un vaso. Además, estaba destrozando a John, al no finalizar la relación y al no comunicarle la perdida de sentimientos hacia él, hacía que John se sintiese muy triste, culpable de algo que no sabía qué era, cuando realmente él no tenía la culpa, simplemente que ya no era correspondido su amor, Cupido había dado la espalda a aquella relación. Clara hacía daño a dos personas a la vez, su cobardía debía terminarse pronto, si no quería llegar a un punto de no retorno. Llegaría un momento en el que se acercase tanto a la oscuridad y confort de la mentira, que la luz jamás volvería a aparecer, donde el silencio y Clara no fuesen una mezcla, sino que Clara fuese el propio silencio, llegaría un instante en que la soledad le condujese a la total y eterna locura…Clara lo sabía, era consciente de ello, muy consciente.
El teléfono sonó, Clara tardó en cogerlo, era una señal de que estaba cerca de la oscuridad, el mundo real se alejaba a pasos agigantados, tardó en escuchar el sonido del teléfono, pues estaba en otra dimensión, un lugar muy distinto, un lugar donde nada importa, donde nada tiene valor, donde los sentimientos no existen, donde el corazón es un témpano de hielo y únicamente late para mantener vivo un cuerpo que debe seguir sufriendo. Al fin percibió la llamada, no fue hasta el sexto tono.

Se cierra el telón.
Se abre el telón.

(Aparece el escenario partido en dos. En una de la partes se encuentra el dormitorio de Clara, igual que estaba antes. En la otra parte aparece John. Se ve a John llamando por teléfono. Se encuentra en una pequeña habitación repleta de fotografías de él y Clara. Las paredes son un paseo desde el inicio de su relación hasta la actualidad. Parece que Clara es todo lo que ocupa la mente de John.)

- John: Clara ¿dónde estabas? ¿Por qué has tardado tanto en coger el teléfono?
- Clara: Lo siento…cariño -otra lágrima caía por su mejilla, una lágrima que no brillaba, no era transparente, era una lágrima oscura-.
- John: Esta tarde podríamos ir al cine ¿no crees?
- Clara: John…tengo que decirte algo… -se armó de valor, la lágrima oscura que había caído de pronto brilló como una estrella, atisbando un pequeño rayo de luz, de esperanza-.
- John: Dime…Clara… ¿qué quieres decirme? -dijo John con temblorosa voz, adivinando las palabras que vendrían a continuación-.
- Clara: Que…que…que…
- John: Dilo Clara…no tengas miedo.
- Clara: John…te quiero…

Nunca dos palabras habían hundido a dos personas en una oscuridad tan opaca. Clara envejeció diez años de golpe, le salieron unas tremendas y pronunciadas ojeras, sus lágrimas parecían provenir de un pantano de agua turbia y tenebrosa. John estaba roto por dentro, olía los sentimientos de Clara, pero a la vez la mentira le hacía feliz, era una felicidad amarga, como el sabor de un fruto seco podrido. Su corazón estaba fracturado en millones y microscópicos pedazos, pero amarrados por la mentira, por poder seguir junto a Clara, por alargar un poco más una agonía dolorosa que le mataba poco a poco, una muerte que para John merecía la pena.

Se cierra el telón.
Se abre el telón. El color rojizo del telón ha desaparecido, en su lugar el negro-grisáceo colma la inmensidad de la tela. Parece un telón podrido y extremadamente raído.

(Aparece de nuevo el dormitorio de Clara, exclusivamente el dormitorio de Clara.)

Se ve el dormitorio de Clara, pero Clara ya no está. El dormitorio parece menos iluminado, tremendamente oscuro. El silencio es palpable, es un silencio sepulcral, es como estar en el vacío. En el lecho sigue abierto el álbum de fotos y, sin saber de dónde vienen, caen lágrimas sobre él, lágrimas negras como el fondo de un infinito pozo…

El telón nunca más volverá a cerrarse.

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...