Se abre el telón. Un telón de espesa y
rojiza tela, aunque el color rojo empieza a ennegrecerse. El telón se abre con
viveza, sin embargo, se traba en algunos tramos.
(Aparece un dormitorio, en cuyo centro
destaca una amplia cama, parece bastante confortable. Una pequeña, pero
coqueta, televisión permanece apagada. Un armario, tremendamente basto, está
situado en la pared izquierda de la habitación. Una réplica del Guernica ocupa
la totalidad de la pared derecha. Un aroma a tristeza asola el dormitorio, sólo
un pequeño resquicio final deja vislumbrar una felicidad pasada, una felicidad
que habitaba en aquel dormitorio pero que hace tiempo que ya no reside
allí…)       
Una joven mulata
aparece llorando en su lecho. Llora en el silencio, ni siquiera sus sollozos se
escuchan. Únicamente se aprecia que llora por las lágrimas que caen
zigzagueantes por sus mejillas y por sus oscuros y vidriosos ojos, no por el
sonido que emite, pues no hay sonido, sólo silencio.
El aspecto de la
joven es el de un ángel, el de un ángel al cual le han arrebatado toda clase de
esperanza, al que no le queda un ápice de ilusión, un ángel que empieza a dudar
de los pilares más sólidos que conforman sus creencias. Clara, la joven mulata,
se levanta de la cama y ojea un álbum de fotos, en cuyo interior aparecen
innumerables fotografías de ella y un joven, el cual parece su pareja. Clara
sigue llorando, mientras se adentra en cada una de las imágenes degustando el
placer que sintió en todas y cada una de ellas. Pero esa satisfacción a
terminado, ya no es lo mismo, aquella pasión del principio, aquella sonrisa que
aparecía sin avisar, aquella felicidad que siempre le acompañaba, aquella piel
erizada justo antes de ver a su chico…todo aquello ya no existe, ni tan sólo
recuerda el bienestar de aquellas sensaciones, sabe que las tuvo, pero su
paladar ya no recuerda su sabor. Ahora el sufrimiento, la mentira, el malestar
y la hipocresía son su alimento, su vestido de cada día, un vestido de luto, y
Clara no se ve con fuerzas para seguir aguantando esa situación. No podía
ocultar que su amor hacia aquel chico se había tornado una tortura continua. Le
dejó de gustar todo lo que su pareja hacía. John, su pareja, no tenía la culpa,
y eso Clara lo sabía, por eso su alma ardía de tristeza, por ese motivo lloraba
al llegar a casa, se mezclaba con la inmensidad del silencio y lloraba como si
no existiese un mañana, ciertamente para ella ya no había tal mañana, lloraba
hasta intentar deshidratarse, lloraba para olvidar que aun estando con John se
encontraba sola, pero, sobre todo, lloraba porque era la mujer más cobarde de
la faz de la Tierra.  No
El teléfono
sonó, Clara tardó en cogerlo, era una señal de que estaba cerca de la
oscuridad, el mundo real se alejaba a pasos agigantados, tardó en escuchar el
sonido del teléfono, pues estaba en otra dimensión, un lugar muy distinto, un
lugar donde nada importa, donde nada tiene valor, donde los sentimientos no
existen, donde el corazón es un témpano de hielo y únicamente late para
mantener vivo un cuerpo que debe seguir sufriendo. Al fin percibió la llamada,
no fue hasta el sexto tono.
Se cierra el telón.
Se abre el telón.
(Aparece el escenario partido en dos. En una
de la partes se encuentra el dormitorio de Clara, igual que estaba antes. En la
otra parte aparece John. Se ve a John llamando por teléfono. Se encuentra en
una pequeña habitación repleta de fotografías de él y Clara. Las paredes son un
paseo desde el inicio de su relación hasta la actualidad. Parece que Clara es
todo lo que ocupa la mente de John.)
- John: Clara ¿dónde estabas? ¿Por qué
has tardado tanto en coger el teléfono?
- Clara: Lo siento…cariño -otra lágrima
caía por su mejilla, una lágrima que no brillaba, no era transparente, era una
lágrima oscura-.
- John: Esta tarde podríamos ir al cine
¿no crees?
- Clara: John…tengo que decirte algo… -se
armó de valor, la lágrima oscura que había caído de pronto brilló como una
estrella, atisbando un pequeño rayo de luz, de esperanza-.
- John: Dime…Clara… ¿qué quieres
decirme? -dijo John con temblorosa voz, adivinando las palabras que vendrían a
continuación-. 
- Clara: Que…que…que…
- John: Dilo Clara…no tengas miedo.
- Clara: John…te quiero…
Nunca dos
palabras habían hundido a dos personas en una oscuridad tan opaca. Clara
envejeció diez años de golpe, le salieron unas tremendas y pronunciadas ojeras,
sus lágrimas parecían provenir de un pantano de agua turbia y tenebrosa. John
estaba roto por dentro, olía los sentimientos de Clara, pero a la vez la
mentira le hacía feliz, era una felicidad amarga, como el sabor de un fruto
seco podrido. Su corazón estaba fracturado en millones y microscópicos pedazos,
pero amarrados por la mentira, por poder seguir junto a Clara, por alargar un
poco más una agonía dolorosa que le mataba poco a poco, una muerte que para
John merecía la pena.
Se cierra el telón.
Se abre el telón. El color rojizo del telón
ha desaparecido, en su lugar el negro-grisáceo colma la inmensidad de la tela. Parece
un telón podrido y extremadamente raído. 
(Aparece de nuevo el dormitorio de Clara,
exclusivamente el dormitorio de Clara.)
Se ve el
dormitorio de Clara, pero Clara ya no está. El dormitorio parece menos
iluminado, tremendamente oscuro. El silencio es palpable, es un silencio
sepulcral, es como estar en el vacío. En el lecho sigue abierto el álbum de
fotos y, sin saber de dónde vienen, caen lágrimas sobre él, lágrimas negras
como el fondo de un infinito pozo…
El telón nunca más volverá a cerrarse. 
Por discípulo de Maestro Sho-Hai...
 
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