viernes, 31 de agosto de 2012

Vivencias de un expendedor (segunda parte)


Y ese trabajo, ese maldito trabajo, me conducía hacia el plato más insípido de la vida, la rutina diaria y constante. Una rutina que me mataba lentamente, de modo imperceptible, pero yo notaba como me iba pudriendo, me miraba en el espejo y estaba desmejorado, una piel seca como la de un pobre abuelo en sus últimos días de vida. Me levantaba de la cama y mi cabeza no dejaba de blasfemar. Cada paso, cada movimiento, cada parpadeo, todo me pesaba, todo me costaba, vivía agotado. El odio me invadía, las 24 horas del día permanecía alerta, no necesitaba comer, mi alimento era la ira. Gente sin paciencia que no sabe esperar cinco minutos a que les atiendan, sienten que el tiempo se les escapa de las manos, creen que allí esperando están muriendo, lo que no saben es que ya están muertos. Sólo por sus caras sé que el tiempo de esas personas no vale nada, pues únicamente lo quieren para desperdiciarlo, y están en todo su derecho, inclusive a mí me gusta malgastarlo. Mas sigo pensando que son unos desgraciados a los que me gustaría vomitar todo mi odio, poder abrir la boca y dejar que mi oscuridad interna aterrorizase a esos malditos bastardos. Pero no es sólo odio de rabia y enfurecimiento, ese odio tiene tintes lujuriosos, es una ira que me pone cachondo, tengo tantas ganas de destrozar cabezas como de reventar coños, destrozarlos literalmente, introducir mi pene tan fuerte que sólo se escuchen gemidos de dolor y no parar hasta haber derramado hasta la última gota de mi odio en ese profundo coño, ahora un poco más profundo. Entonces, mientras ella llore, yo estaré levitando en una paz que cada día me cuesta más obtener y que sé que dentro de unos pocos años me habrá abandonado. Exclusivamente el odio será lo que me mantenga en pie, mi alma, calcinada, vagará tristemente cerca de las nubes, intentando aproximarse a las puertas del cielo, iluminándose sus ojos con un brillo que sólo puede proporcionar la ilusión y la esperanza, sin saber que yo la tengo presa con una correa y que acabaré arrastrándola conmigo hacia infierno. Este enfado nunca cesa, no corre sangre por mis venas, sólo transportan furia. El onanismo fue mi salvación durante un tiempo, un breve lapso, me despejaba, me dejaba vacío, sin nada bueno ni malo en mi interior, pero me fui habituando a la masturbación y cada vez esa droga era menos efectiva, acabé tolerándola y apenas me proporcionaba un suspiro de aire puro. Simplemente me hice adicto al onanismo, pero ya no me liberaba de nada, un pobre yonqui que se masturbaba para evitar un malestar mayor que llegaría si no efectuaba esa acción. Necesito descargar mi ira de otro modo, veo pasar mujeres, muchas mujeres mientras trabajo, viejas, gordas, altas, feas, hermosas, extranjeras, con mascarillas, con gafas, repletas de tatuajes, con peinados estrafalarios, y me da igual, un único pensamiento ronda mi mente, quiero follarlas sin compasión, sin discursos previos ni caricias posteriores, sin miradas, sólo sudor y placer, y placer propio, me da igual si ellas lo tienen o no, soy egoísta lo sé, lo admito, pero este trabajo, esta vida, me están volviendo así. Lo que más me apena es que, aun con todo, necesito ese trabajo, aunque seguir allí conlleve mi perdición, aunque el retorno del paraíso de la locura no llegue nunca, necesito ese sucio dinero. Me gustaría poder borrar esta expresión de odio que me acompaña todas las noches hasta la cama. Quiero explotar y que mares de lágrimas bañen mi cara y pueda sentirme indefenso, frágil, que desaparezca esta fachada de tipo duro y sin sentimientos. El único camino que encuentro para desembocar toda esta ira es el blanco papel, soporta todas mis penas, toda mi rabia, aguanta, como un saco de boxeo, todos mis golpes bajos sin inmutarse, es mi psicólogo particular, supongo que si me separase de estas líneas alguien saldría malparado. Aun así, esta pequeña cárcel de mis miedos que es la escritura, no consigue librarme de todo el odio que poseo, quizás sea demasiado, y, de este modo, continuo buscando una solución a mi problema, una ayuda que se demora desmesuradamente y que, tal vez, cuando llegué sea demasiado tarde. Quedará un trozo de carne repugnante, que dance sin sentido una melodía siniestra, con unos ojos oscuros como los de un cuervo, y poco a poco surjan de su interior unas llamas de furia que transformen en cenizas lo poco que queda de él. Únicamente estas líneas, que apenas nadie leerá, quedarán como testamento de un hombre que fue consumido por su propio odio... 

                           

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

No hay comentarios:

Publicar un comentario