Y ese
trabajo, ese maldito trabajo, me conducía hacia el plato más
insípido de la vida, la rutina diaria y constante. Una rutina que me
mataba lentamente, de modo imperceptible, pero yo notaba como me iba
pudriendo, me miraba en el espejo y estaba desmejorado, una piel seca
como la de un pobre abuelo en sus últimos días de vida. Me
levantaba de la cama y mi cabeza no dejaba de blasfemar. Cada paso,
cada movimiento, cada parpadeo, todo me pesaba, todo me costaba,
vivía agotado. El odio me invadía, las 24 horas del día permanecía
alerta, no necesitaba comer, mi alimento era la ira. Gente sin
paciencia que no sabe esperar cinco minutos a que les atiendan,
sienten que el tiempo se les escapa de las manos, creen que allí
esperando están muriendo, lo que no saben es que ya están muertos.
Sólo por sus caras sé que el tiempo de esas personas no vale nada,
pues únicamente lo quieren para desperdiciarlo, y están en todo su
derecho, inclusive a mí me gusta malgastarlo. Mas sigo pensando que
son unos desgraciados a los que me gustaría vomitar todo mi odio,
poder abrir la boca y dejar que mi oscuridad interna aterrorizase a
esos malditos bastardos. Pero no es sólo odio de rabia y
enfurecimiento, ese odio tiene tintes lujuriosos, es una ira que me
pone cachondo, tengo tantas ganas de destrozar cabezas como de
reventar coños, destrozarlos literalmente, introducir mi pene tan
fuerte que sólo se escuchen gemidos de dolor y no parar hasta haber
derramado hasta la última gota de mi odio en ese profundo coño,
ahora un poco más profundo. Entonces, mientras ella llore, yo estaré
levitando en una paz que cada día me cuesta más obtener y que sé
que dentro de unos pocos años me habrá abandonado. Exclusivamente
el odio será lo que me mantenga en pie, mi alma, calcinada, vagará
tristemente cerca de las nubes, intentando aproximarse a las puertas
del cielo, iluminándose sus ojos con un brillo que sólo puede
proporcionar la ilusión y la esperanza, sin saber que yo la tengo
presa con una correa y que acabaré arrastrándola conmigo hacia
infierno. Este enfado nunca cesa, no corre sangre por mis venas, sólo
transportan furia. El onanismo fue mi salvación durante un tiempo,
un breve lapso, me despejaba, me dejaba vacío, sin nada bueno ni
malo en mi interior, pero me fui habituando a la masturbación y cada
vez esa droga era menos efectiva, acabé tolerándola y apenas me
proporcionaba un suspiro de aire puro. Simplemente me hice adicto al
onanismo, pero ya no me liberaba de nada, un pobre yonqui que se
masturbaba para evitar un malestar mayor que llegaría si no
efectuaba esa acción. Necesito descargar mi ira de otro modo, veo
pasar mujeres, muchas mujeres mientras trabajo, viejas, gordas,
altas, feas, hermosas, extranjeras, con mascarillas, con gafas,
repletas de tatuajes, con peinados estrafalarios, y me da igual, un
único pensamiento ronda mi mente, quiero follarlas sin compasión,
sin discursos previos ni caricias posteriores, sin miradas, sólo
sudor y placer, y placer propio, me da igual si ellas lo tienen o no,
soy egoísta lo sé, lo admito, pero este trabajo, esta vida, me
están volviendo así. Lo que más me apena es que, aun con todo,
necesito ese trabajo, aunque seguir allí conlleve mi perdición,
aunque el retorno del paraíso de la locura no llegue nunca, necesito
ese sucio dinero. Me gustaría poder borrar esta expresión de odio
que me acompaña todas las noches hasta la cama. Quiero explotar y
que mares de lágrimas bañen mi cara y pueda sentirme indefenso,
frágil, que desaparezca esta fachada de tipo duro y sin
sentimientos. El único camino que encuentro para desembocar toda
esta ira es el blanco papel, soporta todas mis penas, toda mi rabia,
aguanta, como un saco de boxeo, todos mis golpes bajos sin inmutarse,
es mi psicólogo particular, supongo que si me separase de estas
líneas alguien saldría malparado. Aun así, esta pequeña cárcel
de mis miedos que es la escritura, no consigue librarme de todo el
odio que poseo, quizás sea demasiado, y, de este modo, continuo
buscando una solución a mi problema, una ayuda que se demora
desmesuradamente y que, tal vez, cuando llegué sea demasiado tarde.
Quedará un trozo de carne repugnante, que dance sin sentido una
melodía siniestra, con unos ojos oscuros como los de un cuervo, y
poco a poco surjan de su interior unas llamas de furia que
transformen en cenizas lo poco que queda de él. Únicamente estas
líneas, que apenas nadie leerá, quedarán como testamento de un
hombre que fue consumido por su propio odio... 
Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

 
No hay comentarios:
Publicar un comentario