Una
niña llora,
no la
conozco, 
no me
importa lo que le pasa,
sólo
quiero que se calle.
Un
hombre llora,
le
conozco,
no me
importa el motivo de su llanto,
sólo
quiero que se calle.
Un
perro me mira,
quiere
que les consuele, que haga algo.
No
entiende que no puedo hacer nada,
que no
lloro pero me consumo en mi propia miseria. 
El
perro me insiste,
cree
que soy capaz.
Dice
que si ayudo a los demás
me
salvaré a mi mismo. 
Ese
maldito perro no tiene ni idea,
¿por
qué debería gastar mis energías
ayudando
a otras personas 
que no
sean yo mismo?
Nadie
se preocupa por mí,
nadie
alumbra mi oscura soledad,
nadie
da sentido a mi triste vida,
nadie
me abraza cuando lloro sobre la esponjosa almohada.
El
perro me muerde la pierna
y
mueve enérgicamente su asquerosa cola.
Me dan
ganas de cocinar y engullirme a ese bastardo perro.
Lo
aparto de mi lado con una patada.
El
perro me mira desesperanzado,
con
una gran pena, me mira con ojos de persona,
con
ojos más puros que los de cualquier persona.
El
perro llora, no por él, llora por mí...
La
niña y el hombre se miran,
no se
conocen, pero se abrazan suavemente.
Se
secan las lágrimas, ambos sonríen,
se van
juntos, caminando, se van felices...
Yo me
quedo allí, solo...
y
lloro, y la niña y el hombre me miran,
sienten
lástima por mí, pero siguen su camino.
El
perro, sin girarse, me dice “te lo dije”...
Por díscipulo de Maestro Sho-Hai... 

 
No hay comentarios:
Publicar un comentario