martes, 7 de agosto de 2012

Recuérdame siempre

Sus sentidos se encontraban totalmente colapsados, no daban a basto, todo era nuevo, todo requería su atención. Era una situación agridulce, pues aunque Thomas se sentía frustrado al no poder procesar tantos datos nuevos, también se encontraba maravillado al observar tantas cosas desconocidas para él.
De repente, sin saber cómo ha llegado allí, Thomas se encuentra en un pasillo de árboles hermosos, no sabe qué tipo de árboles son y, ciertamente, tampoco sabe a ciencia cierta si se trata de árboles, pero de lo que está seguro es que aquel pasillo es increíblemente bello. Un pasillo que no parece tener fin, con inmensos y robustos árboles, cuyas finas ramas y gruesas hojas bailan al son de la suave brisa del viento, que trae consigo olor a hierbabuena. El suelo está conformado por piedras lisas, lisas, lisas, tan lisas y suaves como la brisa del viento, piedras de tamaños irregulares pero perfectamente conformadas, que dan lugar a un suelo por el que da gusto caminar. Para Thomas aquel pasillo es familiar, pero jamás lo había visto, sin embargo, un cosquilleo en su interior, unas imágenes fugaces, algo en su cerebro le hace pensar que ha soñado o estado en ese lugar hace mucho tiempo, o quizás hace poco, pero Thomas recordaría haber estado allí...
Thomas se levantó sudando de la cama, aturdido, tan confundido que no recordaba su nombre. Había tenido una pesadilla, una pesadilla de la cual no entendía nada, que le había dejado un mal cuerpo de mil demonios. Se trataba de secuencias cortas, prácticamente imágenes sueltas, de gente que no conocía de nada, no sabía sus nombres, nunca había estado con ellos, ni los había visto, pero aquella gente le sonaba de algo. En aquel extraño sueño aparecían dos hermanos gemelos de unos 25 años que le sonreían, también una chica de 21 años con una cara muy triste, tremendamente apenada, con unos ojos apagados, como si su alma hubiese escapado de su cuerpo, pero con un fino y exquisito olor a vainilla. La última imagen del sueño, que fue la que le despertó, era la de una mujer de unos 50 años que le decía susurrando al oído “recuérdame siempre”, aquellas palabras resonaron en su cabeza, el eco de esas dos palabras hicieron llorar a Thomas, sin saber porqué, sin conocer a esa mujer, sólo esa sensación rara de familiaridad, de cotidianidad, aquellas personas le sonaban de algo, pero de qué, jamás había estado con ellas, de eso estaba seguro...
Clinc, clinc, clinc”, sonó el microondas, un cuenco de sopa estaba listo. Thomas cogió la sopa y se acomodó en el anticuado y desgastado sofá, eran las 21:30 de la noche. Miraba la televisión pero sin verla realmente, sus ojos estaban en la dirección correcta, pero su cerebro estaba desconectado. Thomas decidió tomar un par de cucharadas de sopa, pero se sorprendió al percibir que la sopa estaba fría, algo que no tenía sentido, pues acababa de sacar el plato del microondas. Miró el reloj, redondo y con los bordes negros, que colgaba de la pared y vio que marcaba las 2:27 de la madrugada, algo no cuadraba, alguien le estaba gastando una broma. Thomas empezó a enfurecerse, gritaba y gritaba en el salón, cogió el cuenco de sopa y lo estampó contra el televisor, entonces su cerebro se encendió y sus ojos, al fin, vieron la imagen de la pantalla. Se dio cuenta que en la esquina superior derecha estaba la fecha del día, pero aquella fecha debía de estar equivocada o, tal vez, no fuese la fecha, sino unos números sin sentido, sin ningún tipo de relevancia, intentaba Thomas, con estos pensamientos, engañarse a sí mismo, pero eso es realmente difícil, sólo al alcance de unos pocos eruditos, Thomas no era uno de ellos, así que naufragó en un mar de dudas. Thomas tenía claro que el año en el que estaban era 1993, sin embargo, el televisor marcaba 23 de Septiembre de 1997, quizás todo aquello fuese un sueño, quizás no, debía de ser un sueño...
Thomas se despertó feliz, no había rastro del enfado que la noche anterior le había invadido desde la punta de sus descuidadas y largas uñas del pie hasta el último pelo de su despoblada cabellera. Aunque estaba feliz, no sabía dónde se encontraba, dónde había dormido, de quién era esa casa, no tenía respuesta para esas preguntas, así que decidió olvidar las preguntas, simplemente se dejó llevar por aquella desconocida casa. Al entrar al salón vio un cuenco de sopa estampado en la televisión, Thomas pensó “¿qué clase de salvaje vive aquí?”, miró un reloj redondo con los bordes negros que estaba en la pared y se marchó de aquella casa totalmente desconocida para él.
El frescor de la noche despertó a Thomas del vacío en el que se encontraba, se percató que estaba en un banco de madera con una Amstel en la mano y cuatro o cinco latas vacías en el suelo. Cuando levantó la cabeza se dio cuenta que no estaba solo, dos hombres más estaban a su lado, le miraban esperando una respuesta, como si aquellos dos hombres le hubiesen preguntado algo, sin embargo, Thomas no recordaba haber hablado nunca con aquellos hombres, ni siquiera les conocía. Se levantó tranquilamente y, sin decir nada, se marchó con la cerveza en la mano y tambaleándose, apunto de perder el equilibrio. Thomas no había bebido y la cerveza de su mano estaba llena, aunque su paladar sí que tenía un regusto cervecil. Mientras marchaba intentando mantenerse firme, escuchó lo que decía uno de los hombres con los que estaba en el banco “Al menos hemos estado más tiempo con él que la última vez. Le echo mucho de menos”.
Cada día Thomas se sentía más raro, pero no sabía qué es lo que le ocurría, no se sentía mal, es más, se encontraba mejor que nunca, pero a la vez se sentía muy confuso, la gente le miraba raro, despertaba en lugares que no conocía, había días en los que con un solo parpadeo pasaba de la mañana a la noche, de golpe y porrazo oscurecía y habían pasado las horas volando, comía una y otra vez pero nunca se llenaba su estómago. Aun con todo, Thomas se fascinaba con todas aquellas cosas nuevas que le rodeaban, las miraba atentamente, con suma minuciosidad, intentando guardar cada detalle en su cerebro, pero eran tantas cosas nuevas...unos solos minutos y el panorama cambiaba de golpe...Thomas no podía almacenar tantos datos, pero no le importaba, él lo intentaba y era feliz, ya es más de lo que la gran mayoría consigue, algo que todo el mundo busca y nunca encuentra, Thomas no buscaba su felicidad, simplemente lo era y punto.
Recuérdame siempre”...
Un leve, pero audible, portazo sorprendió a Thomas, no reconocía la cama donde estaba durmiendo, buscó algún objeto con el que poder defenderse si le era necesario, pero no encontró nada. Se escondió detrás de la puerta de la habitación, miró por la rendija entre la pared y la puerta y vio a una mujer de unos 50 años. Decidió observarla unos minutos. Era una mujer bella, muy bella, pero parecía rota interiormente, como si alguien hubiese cavado una zanja tan grande en su corazón que fuese imposible taparla. Era una mujer desconocida para Thomas, pero una especie de atracción hacía que su cuerpo le pidiese abrazar a esa mujer, y las palabras “recuérdame siempre” se repetían en su cabeza sin saber porqué. Thomas salió del cuarto, la mujer miró a Thomas, lloró y, sin palabras, se dieron un abrazo tan cálido como si lo hubiese dado el mismísimo Sol. Ninguno de los dos dijo nada durante largo tiempo, Thomas no se extraño de la reacción de la mujer, él se encontraba agusto en los brazos de la mujer y parecía que la mujer también lo estaba.
  • ¿Me recuerdas Thomas?, dijo la mujer.
Thomas no conocía esa cara, ni ese cuerpo, ni el nombre de aquella mujer, ni esa habitación, pero esas palabras, esas palabras...
  • Eres lo único que siempre se repite en mi cabeza, no sé quién eres pero eres parte de mí, no te reconozco pero sé que te conozco, dijo Thomas.
  • Soy Ginna, tu mujer, tienes tres hijos y te detectaron alzheimer hace cuatro años.
  • Puede que tengas razón, te creo, eso explicaría mi profunda confusión, pero no estés triste, aunque no os recuerde plenamente, de alguna manera, de una manera muy íntima os llevo conmigo. No os preocupéis por mí, no lloréis o sintáis lástima por mí, pues soy feliz como vivo, inmerso en sensaciones raras pero con una gran paz interior, una energía externa siempre abraza mi corazón, una fuerza que no sé de dónde viene, pero es una energía que me resulta familiar. Tus palabras, un olor a vainilla muy dulce, un muchacho doble, son cosas que siempre van conmigo entre todas las novedades que me invaden. Dijo Thomas.
  • El olor a vainilla es de tu hija y el muchacho doble son tus hijos, que son gemelos, dijo Ginna entre sollozos.
De pronto, Thomas se quedó inmóvil, respiraba y miraba perfectamente, sin embargo, la mente de Thomas voló muy lejos, a demasiada velocidad, tanta fue la velocidad que cuando regresó Ginna pensaba que Thomas seguía ahí, y, efectivamente, Thomas seguía allí pero su memoria se había perdido de camino, en un camino del que nunca encontraría la salida, pero en el que unas palabras, un olor, una imagen, le servirían de guía...
Thomas percibió a una mujer que no conocía, pero se volvió a repetir esa atracción incontrolable de abrazar a aquella mujer. Ginna se dio cuenta de lo que ocurría, abrazó a Thomas con todas sus fuerzas, esperando una recuperación milagrosa que sabía con toda seguridad que nunca llegaría, alargó el momento todo lo que pudo y, tras despegarse de Thomas y secarse las lágrimas, le besó en los labios, se acercó dulcemente a la oreja de Thomas para decirle suavemente “recuérdame siempre” y se marchó...
Un pasillo de árboles, hermosos árboles, la luz rosada del atardecer que ilumina puntos de aquel pasillo que en otros momentos del día son imperceptibles, magníficas piedras por donde caminar, cada una diferente a la anterior. Un pasillo largo, que despierta sentimientos de placer a Thomas, un pasillo por el que nunca a pasado pero que conoce a la perfección, pues sueña con él sin haberlo recorrido. Un pasillo de árboles sin fin, como el camino de retorno de la memoria de Thomas, un pasillo que grita “recuérdame siempre”.

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

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