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A.M. Hora portuguesa. En mi tierra, en mi casa, una hora más tarde. Acabo de llegar
de fiesta, pero hace un minuto yacía tendido sobre el césped mojado. Era el
campus de la Faculdade de Economía. La traducción es fácil. Y es que vivo justo
enfrente de dicha facultad. A escasos 5 metros. Llegué de fiesta y necesitaba
tumbarme en el suelo, y que mejor sitio que el césped. Levanté los ojos y vi
estrellas. Increíble. Una ciudad dónde se ve el firmamento. Lo que menos me
dejaba ver era la Luna, una luna creciente que pronto alcanzará su plenitud,
aunque igual de rápido desaparecerá, como las tristezas y alegrías de la vida.
Pude ver multitud de estrellas, y decidí ver más allá. Eché la cabeza para
atrás y allí estaban esos árboles. Dos majestuosos cipreses, altos como
ninguno, le enseñaban a mi vista el camino que debía tomar. A sus lados, unos
robles le flanqueaban. Ahora entendía todo. El olor no es el mismo. La gente no
es la misma. El idioma incluso es distinto. Estoy en otro país, con otra gente,
con otras ideas. Pero poco a poco tendré que adaptarme, que sobrevivir como
siempre he hecho. Y sé que al final conseguiré algo parecido a la felicidad.
Aunque no olvido que aquí llegué solo, y me marcharé solo, y que esta experiencia
es únicamente mía, y a los demás, obejtiamente, que les jodan. Podrán salir
conmigo, a algunos los llamaré amigos, pero sé que no serán como mis verdaderos
amigos. Echo de menos al señor Kerouac, al señor Stankowsk, al señor Gil-Ribera
 y al señor Argüello, pero sé que pronto
les veré y todo será igual. Aunque hayamos crecido como personas en otros
países, en trabajos nuevos, o masturbándonos de manera distinta, en el fondo
seremos los mismos fracasados de siempre. Y, ¿Saben qué? Me encanta…
Por Henry Borowsky...
 
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