jueves, 18 de septiembre de 2014

Nevermore


Me despertó el goteo de una cañería mojándome los calzones. Todos mis grandes relatos echados a perder, empapados de agua sucia. Mis palabras reducidas a tinta corrida e ilegible. Asesiné las legañas de mis ojos, no sin dolor. Con el ojo medio abierto, vi una pluma negra sobresalir de la solapa de la americana color marfil. Me acerqué hacia la pluma sin recuerdo alguno del día anterior. Con cuidado y boquiabierto, con dedo índice y pulgar -como si de un forense en la escena de un crimen se tratara- la cogí y empecé a analizarla con mi ojo bueno, el izquierdo. Negra azabache, como la oscuridad de un subterráneo sin puertas ni ventanas. Tan bella como maldita, así era la pluma que aguantaba en la mano.

Hipnotizado por aquella misteriosa pluma, paseé dando círculos imaginarios por mi pequeño, descuidado y solitario apartamento, intentando encontrar en los cajones y armarios la memoria perdida.

Continué caminando hasta que pasé rozando un espejo que tengo, no de esos diminutos, sino uno en el que puedes ver tus miserias de pies a cabeza. Al pasar, de reojo dilucidé una figura extraña reflejada en el espejo. Me invadió un escalofrío que me hizo sudar miedo. No tenía valor para enfrentarme al espejo, entonces una fuerza sobrehumana surgió de la pluma -que seguía sujetando entre mis dedos- y me colocó frente al espejo.

Mis ojos permanecieron cerrados, ¡estaba cagado de miedo! La pluma comenzó a desprender calor e irremediablemente las persianas de mis ojos se abrieron. En aquel espejo no me reflejaba yo, frente a mí Edgar Allan Poe.


Cayó de mi mano, se transformó en un majestuoso y terrorífico cuervo que comenzó a picotearme las costillas de mi lado izquierdo del cuerpo. Un “nevermore” ensangrentado quedó tatuado en mí. Nunca más he vuelto a ser el mismo. Nunca más he vuelto a escribir.




Por Edgar Kerouac.

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