Déjame ser Tigre,
buscarte anhelando la cumbre. 
Déjame cruzar el
portal de tu incertidumbre para contemplar la octava maravilla que se esconde
tras el quinto elemento, ese éter aristotélico que acariciando tu imagen
elimina mis pesadillas. Eterna sustancia modélica sin la que el Sol ya no
brilla, susurro del alma que intuitivamente me acerca a ti, sediento.
Déjame rememorarte
en mi particular memento.
Déjame atravesar el
aro de tu indiferencia con arrojo mientras olvidamos la prudencia, la inocencia,
y nos entregamos a la lírica de la ciencia, permitiendo que la transparencia
campe a su antojo. Sin la mera pertinencia de nuestro devenir, mi inconsciencia
me obliga a perder el sentido en el mar de tus ojos. Con ellos merecía sentirme
en el limbo, atrapado.
Déjame ser poesía a
tu lado.
Déjame navegar por
tu piel a través de tu mente en un viaje arriesgado monitorizando el manuscrito
de tus pensamientos, introducirme en las conexiones que gobiernan tus
sentimientos de manera diferente, trascendente; que en un segundo mágico
aparezca la telepatía para luego suspirar en la cercanía de nuestros labios, rogando
que se fundan en uno solo y saboreen su propia miel.
Déjame embriagar tus sentidos.
Déjame sentir, sentirte, sentirnos, hacer que el
preámbulo de mi solitario y bochornoso espectáculo kafkiano se convierta en el
néctar de una unión perfecta, que sea el preludio para presenciar el
virtuosismo de tu baile impetuoso, recorriendo nuestros cuerpos en una
expedición dirigida por la onda cerebral de nuestro clímax imperturbable, arañando
sensaciones indescriptibles al son del placer máximo alcanzable en forma de
éxtasis orgásmico. Ser el dueño de la conspiración que desata la perversión más
salvaje jamás diseñada. Presidir nuestro aquelarre fantástico provocando una
envidia satánica. Experimentar ese escalofrío intransitablemente frenético, ese
gemido impredecible, ese deseo prohibido, tóxico, irrefrenablemente insaciable,
momentáneamente simétrico, tántrico, milimétricamente estratosférico,
terrenalmente galáctico, polifacético, molecularmente irrompible, apocalíptico,
que a su vez calma nuestra sed con el mero hecho de existir. Si después de todo
esto mi referente sigue siendo la línea que dibuja al detalle la perfección de
tu cuerpo desnudo, caeré perdida y eternamente enamorado de tu corazón de
mimbre y tu jugo de fresa.
Déjate ser libre, Tigresa.
Por Alejandro Palahniuk.
 
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