miércoles, 13 de mayo de 2015

Anécdotas



'¿Quién inventaría el diseño de las facturas?, porque mira que son feas, las mires por donde las mires son horribles'. En estos comentarios se perdió mi mente, jamás había pensado en ello, y le di toda la razón al hombre, el resto del mundo también debería estar obligado a dársela. Al recuperar la conciencia me vi afuera, observando un guante de plástico aplastado por toda clase de vehículos decenas de veces. Mojado e inmóvil el guante mantenía dos dedos hacia arriba, formando una “V”, en señal de paz. Seguí mirando aquel guante algunos segundos más, después lo recogí y lo tiré a la basura.

El olor a polvo y sudor me indicó de su presencia antes de que mis ojos lo vieran. Luego llegó el cuerpo -por llamarlo de alguna manera-, 150 centímetros de hueso y pellejo sin vitaminas, energía y dignidad. El hombre llevaba una boina sucia y mendigaba un cigarrillo a todo aquel que pasase por su lado. Era un viejo normal, un tipo cualquiera con una fachada en ruinas, sin más metas que la de conseguir una lata fría de cerveza y un cigarrillo que le llenase el interior de algo, aunque fuese de muerte.

Cortina de estrellas y aparezco a un palmo del suelo, subiendo y bajando, haciendo flexiones mientras mi mente vuela y estalla allá donde nadie puede oírme, porque acumulo la ira y sólo las teclas y mi cuerpo asumen las consecuencias. Conversaciones nimias de ascensor, sobre temas tan impactantes como si llueve o hace sol o a la hora que pasó el hombre de la basura y su camión, así son las multitudes, son necias y sin sabor, son flores que sólo se mueven si el viento lo ordenó. La vida es ser súbdito de alguien, de tus padres, de tu mujer, de tu jefe, del presidente de la comunidad o de la nación, del dinero, de los problemas y terminamos olvidados y muertos sin saber quiénes somos, y quizás no sea importante saberlo y por eso dejamos de respirar sin conocer la respuesta. Tal vez la respuesta sea esa, y el objetivo de nuestra corta estancia es ser súbdito de alguien o algo, sin más preocupaciones que satisfacer las necesidades de ese amo para parecer que hemos completado las nuestras.

Y esos niños de cristal tras el cristal a medio abrir -parecen perros abandonados-, sus dos cabezas agolpadas en la puerta del coche, parecen asfixiados, pero lo único que necesitan es oler la gasolina, la madre les pregunta qué hacen, a lo que los niños -con caras de estúpida felicidad por encontrar su deseado elixir- responden, 'somos yonquis de la gasolina, es como una droga'. Otro niño rubio casi alvino, permanece sentado como si nadie pudiese verle, pero yo le observo mientras entre sus manos sujeta un libro de Caperucita Roja, aunque realmente no lee el libro, pues entre sus páginas  esconde una estampa de un santo, me extrañó que no fuese un tebeo o una revista porno. El niño acaricia y sujeta la estampa con el cuidado y el cariño que se acaricia a un recién nacido, parecía preocupado. Luego, estoy con la manguera de agua de cortesía, con actitud descortés interna y sonrisa falsa -pero de buen actor- por fuera. Les enchufo la manguera intentando romper el cristal y empaparles las caras a esos ricos desagradecidos o a los pobres insolentes o a los niños que piensan que están en un parque de atracciones o a los viejos sordos o los que se hacen los sordos, no tengo nada en contra de todos ellos, pero sigo con la manguera a toda presión, pidiendo al viento que me ayude a traspasar el vidrio de  los vehículos y que el jabón y el agua caliente bailen un vals en sus ropas y poder reírme y escribir sobre ello después. Quizás no sea buena persona, o tal vez estos pensamientos sean de lo más normales y todo el mundo lo piensa y, realmente, nadie quiere que pasen en realidad. En mi cabeza rondan pensamientos de lo más dispares, desde lo más sórdido a lo más imbécil, y mi pregunta es si soy todos esos pensamientos o, simplemente, soy los actos. No soy capaz de llevar a cabo todas las maldiciones y perdiciones de mi mente, pero eso no quita que deje de pensar en ellas, escapan a mi control como la mayoría de cosas.


Justo en este instante soy consciente que estoy escribiendo esto, y mis ganas de continuar se están diluyendo, pues he dejado de volar en mis recuerdos y el presente está en mis ojos y sólo veo el folio, la pluma que me regalaron mis jinetes y el reloj que no perdona, que me grita '¡a trabajar, ya es la hora!'. 



Por Edgar Kerouac.

No hay comentarios:

Publicar un comentario