miércoles, 13 de mayo de 2015

Luz de puta

Subo una escalera de ortigas y veo musculoso mármol daviniano amasando a Miguel Ángel. Éste lloriquea y se mea los pantalones que no lleva. Le azoto las nalgas con la compasión que no tengo hacia mí mismo. El gran Miguel Ángel no deja de llorar y gritar en arameo con voz afeminada. No me caben más voces en la cabeza, me sale humo por el culo como si fuese un tren a vapor. Me cruzo con un elefante de Dalí y, sin motivo, a traición y peor que un verdadero cobarde, le destrozo sus finas patas con el primer piano de Beethoven. Me pesan los años, el viento y las promesas por cumplir. En mi realidad, Van Gogh no se cortó una oreja, se cortó las dos. Caí en un cuadro de Rob Gonsalves y recuperé la infancia, para volverla a perder. El cielo es absurdo, el mar un espejo, los muros son enjambres de cedros creados para ser destruidos por diestro y siniestro. Las segundas oportunidades son mentira. Nadie nace para ser perdedor, pero todos lo somos alguna vez -o siempre-. Algún día lloverán cactus y espinas de pescado, estaré esperando bajo un ventilador, con la mente cansada, el corazón descalzo y las manos gastadas en forma de acordeón. Pido poco para evitar disgustos y aún así me los llevo. En llamas con la guitarra de Hendrix, me quedo en pavesa que no llega a ceniza. Más de vórtices que vértices, a veces apéndice, ápice, la mayoría óbice. Un manto de estrellas a modo de sombrero infinito, estrellas muertas que nunca nacieron pero siguen siendo luz, las miro con cara de imbécil y las insulto por ser tan perfectas, por ser sin ser, por ser tan grandes y parecer tan pequeñas, por hipnotizarme cuando estoy alerta. Einstein odiaba la relatividad por eso la inventó. Yo me odio por guardar cautivo piezas de mi alma que aun no conozco. Mas conozco a los locos porque también lo soy, no por ser psicólogo. Fui a componer una canción como lo haría Ryan Leslie, pero no soy él, sólo soy yo, luego la canción murió antes de nacer. No me gustan los dátiles, los pantalones campana, los curas, las armas, las guerras ni Coelho. Me gustan los péndulos, la niebla, los cuadros que no entiendo, las poesías que se hacen de rogar y las frases que salen crudas sin pensar. Tengo una lámpara en forma de corazón que emite una luz de puticlub barato, sucio y repleto de venéreas, bajo esa luz escribo déspotamente, creyéndome un buen escritor -no uno increíble porque no soy tan buen soñador-. La lumbre inspiradora de Ludovico me vacía, remueve mis miserias a centrifugaciones alternas, para -tras su última nota- salir limpio, en las mejores ocasiones con un relato que al menos consiga no aburrir. El televisor queda a mi izquierda, normalmente lo tengo encendido pero en mudo, como para mostrarle mi superioridad, le miro de reojo con desprecio, haciéndole saber que sólo hablará cuando yo lo quiera, es una de las pocas batallas que consigo ganar en mi vida. Encima del televisor observo mil ojos que salen de mis libros, Fante, Burroughs, Cassady, Boccaccio, Baudelaire...pero siempre es el mismo, siempre es Bukowski el que me dice 'déjalo ya, te falta madera, un corazón más roto y un hígado dañado', entre triste y alegre cierro el cuaderno para abrirlo más tarde a escondidas, cuando no hay estrellas, luces de puta, televisores sin vida, ni días a mi medida.



Por Edgar Kerouac.

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