Retando
a la locura en un universo que siento que no es mío. La ciudad me golpea, es
demasiado fuerte para mí. Sus edificios oprimen mi pecho, y su aire viciado penetra
en mis pulmones.  El laberinto de calles
me impide llegar a lo que busco, que no es más que una posible vida normal.
Alguien que me abrace por las noches, que después de una borrachera me aguante
la cabeza y si hace falta, me meta los dedos. Que luego se los meta yo en otra
parte.
Cobardía
asomada al balcón de mis ojos, desde los que proyecto una imagen que no es la
que soy en realidad. Me hago el tonto y el duro, pero no soy bambú. No soporto
el viento de tu indiferencia, no soy capaz de amoldarme. No soporto que otros
osos me coman y me humillen, aunque cuando ocurre me mantengo callado como una
puta. Putas de montera venidas de países lejanos que buscan llenar el corazón
de viejos y borrachos, obligadas por sus chulos a follar día y noche en antros
de mala muerte, mientras yo observo todo desde mi posición de autocompasión y
derrotismo. Sus miradas son tristes, aunque la mía en el fondo está podrida.
(Intento que no se dé nadie cuenta, y creo que de momento lo consigo).
Aullidos
en la noche, solitarios como el lobo que se ha perdido en el bosque y no
encuentra su manada. Yo quiero chillar contigo, hacer chirriar mi cama y
convertirnos en un ente que se separe del colchón a medida que llega a
correrse. Al final me masturbo, y una vez que he acabado ya no quiero buscarte,
al menos durante un rato. Es mi metadona, pero el mono que me produces empieza
a ser insoportable. Lloro en silencio con lágrimas que no aparecen en mis
pupilas, las tengo escondidas en el bolsillo para que nadie las vea. Vomito
palabras porque no me queda bilis, la eché hace tiempo en momentos de odio
visceral. Ahora solo tecleo a las 5:10 de un sábado triste, que como un sauce
sus hojas van hacia abajo, y hasta aquí llegó el día, y así se lo he contado.
Cabrón.
Por Carlos Pelerowski...
 
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