miércoles, 13 de mayo de 2015

Un par de hienas


Las hienas dejaron de sonreír socarronamente. Las noto serias, quizá no sea el adjetivo correcto, más bien decepcionadas. Todas las hienas en mis ojos, su decepción en mis hombros -y también en los tuyos amigo-. Piden más de mí y de ti, nosotros les ofrecemos un esfuerzo relativo, menos del que podemos y mucho menos del que deberíamos. Las palabras pueden ser escritas, ese es uno de los pasos, pero jamás serán difundidas si las guardamos entre pecho y espalda, y créeme cuando te digo que si no las estamos escondiendo entre pecho y espalda, las tenemos en la jaula del zoológico, sin libertad y sólo visibles a los visitantes del zoo. Limitamos nuestras hienas, eso les ofende y a ti y a mí nos duele. Tenemos la magnífica estrategia de idear sin ejecutar, somos de pensar y hablar mucho y luego no hacer nada -somos la vieja guardia-. El tiempo sigue su curso sin esperarnos, nuestros lapices se van modificando al ritmo de nuestros pasos. Pasos demasiados cortos, aunque pasos al fin y al cabo, eso a las hienas les encanta, pero no les gusta que nunca se dirijan a la meta -expertos en el camino hacia ninguna parte-. Está bien y es respetable resguardar a las hienas de la multitud, pero al final moriremos junto a ellas habiéndolas disfrutado únicamente nosotros. Si la función primordial de una célula antes de duplicarse es compartir lo aprendido, quiénes somos nosotros para no hacerlo. Tal vez nuestro caminar sea seguro pero nuestra mente esté tambaleante, dubitativo sobre el acogimiento que pudieran tener las hienas. Nuestras almas parecen vigorosas pero amigo, tú y yo sabemos que de fracasos vamos servidos. Puede que nuestros inconscientes estén jugando sus fichas del modo más razonable posible, intentando dejar bailar el tiempo, que se agoten las paradas del tren y nuestras hienas mueran desgastadas y desnutridas. Mas aun sabiéndolo, no hacemos nada. Por otra parte, queda gritarnos uno al otro, reunir nuestras hienas y concentrarnos en un corrillo democrático -sin tarjetas negras, sin votos trucados- con la sinceridad del cara a cara, la pluma y las ganas que nos faltaron, que nos faltan y que nos faltarán. Quizá sea hora de demostrar que una hiena es capaz de quitarle la presa a un tigre, quizá sea hora de mostrar palabras que merecen ser escuchadas. La oscuridad nos gusta, siempre nos resguardamos donde la luz no puede sorprendernos, y somos tan cobardes que sólo salimos por la noche, cuando nadie tiene sombra. Demasiado fácil para una hiena.    



Por Edgar Kerouac.

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