Las hienas
dejaron de sonreír socarronamente. Las noto serias, quizá no sea el adjetivo
correcto, más bien decepcionadas. Todas las hienas en mis ojos, su decepción en
mis hombros -y también en los tuyos amigo-. Piden más de mí y de ti, nosotros
les ofrecemos un esfuerzo relativo, menos del que podemos y mucho menos del que
deberíamos. Las palabras pueden ser escritas, ese es uno de los pasos, pero
jamás serán difundidas si las guardamos entre pecho y espalda, y créeme cuando
te digo que si no las estamos escondiendo entre pecho y espalda, las tenemos en
la jaula del zoológico, sin libertad y sólo visibles a los visitantes del zoo.
Limitamos nuestras hienas, eso les ofende y a ti y a mí nos duele. Tenemos la
magnífica estrategia de idear sin ejecutar, somos de pensar y hablar mucho y
luego no hacer nada -somos la vieja guardia-. El tiempo sigue su curso sin
esperarnos, nuestros lapices se van modificando al ritmo de nuestros pasos.
Pasos demasiados cortos, aunque pasos al fin y al cabo, eso a las hienas les
encanta, pero no les gusta que nunca se dirijan a la meta -expertos en el
camino hacia ninguna parte-. Está bien y es respetable resguardar a las hienas
de la multitud, pero al final moriremos junto a ellas habiéndolas disfrutado únicamente
nosotros. Si la función primordial de una célula antes de duplicarse es
compartir lo aprendido, quiénes somos nosotros para no hacerlo. Tal vez nuestro
caminar sea seguro pero nuestra mente esté tambaleante, dubitativo sobre el
acogimiento que pudieran tener las hienas. Nuestras almas parecen vigorosas
pero amigo, tú y yo sabemos que de fracasos vamos servidos. Puede que nuestros
inconscientes estén jugando sus fichas del modo más razonable posible,
intentando dejar bailar el tiempo, que se agoten las paradas del tren y
nuestras hienas mueran desgastadas y desnutridas. Mas aun sabiéndolo, no
hacemos nada. Por otra parte, queda gritarnos uno al otro, reunir nuestras
hienas y concentrarnos en un corrillo democrático -sin tarjetas negras, sin
votos trucados- con la sinceridad del cara a cara, la pluma y las ganas que nos
faltaron, que nos faltan y que nos faltarán. Quizá sea hora de demostrar que
una hiena es capaz de quitarle la presa a un tigre, quizá sea hora de mostrar
palabras que merecen ser escuchadas. La oscuridad nos gusta, siempre nos
resguardamos donde la luz no puede sorprendernos, y somos tan cobardes que sólo
salimos por la noche, cuando nadie tiene sombra. Demasiado fácil para una
hiena.    
Por Edgar Kerouac.
 
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