Era un niño-hombre con la piel tatuada. Aunque en su vida, sin darse cuenta siquiera, se dedicaba a tatuar almas. Tenía una barba larga, y en cada pelo había un toque de brillantez, que no de brillantina. Tenía alma de poeta. O de vagamundo, aún no lo he descubierto. (Sólo él y yo seguimos usando ese vocablo, vagamundo). Al principio podía parecer un tipo duro, con esas marcas perennes en su piel, pero él más que nadie sabía que los libros no se juzgan por su portada. Tenía cicatrices en el fondo de su pecho, de esas que no se ven pero que cuando cambia el tiempo duelen, de una vida que su sonrisa no mostraba. Había un surco que se había ido y dejado huella, y luchaba dentro de sí mismo sin saber si amarlo u odiarlo, era una batalla que él mismo sabía, no tendría nunca un ganador. No todo en la vida es fácil, ni regalan nada. A veces no aguantaba y vomitaba ese dolor en forma de palabras, siempre unido a tinta en papel. Otras, simplemente vomitaba genialidades Daliescas al alcance de muy pocos. Tinta. Tinta. Tinta. Siempre tinta. En su cuerpo, en su alma, en sus hojas. Creo que no tenía sangre, que lo que corría por sus venas no era otra cosa que tinta. Tinta. Más tinta. Si le pinchabas, te sangraba un poema. 
Era un jinete sin corcel, pero daba igual, porque si no lo había, él lo creaba. Volaba en un trozo de papel, y navegaba en un vaso de agua, y aún no sé como conseguía que tú también.
Amaba. Quería a los suyos por encima de todo, daría su barba, su brazo y su vida por cada uno de ellos. 
Tal vez, su extravagancia pusiese hipstérico a más de uno, pero poco le importaba. Él era salvaje, y no podrías haberlo encorsetado ni con un traje y una corbata anudada a su cuello. Él creía que era jinete, pero era caballo. Luchando por la manada y cabalgando contra viento, lluvia o marea. No importaba.
Era mi amigo, era mi hermano de escritura y de alma. Lo quería (y quiero) como si tuviese mi sangre, porque la tinta también la compartimos. Le seguiría al fin del mundo o lo crearíamos nosotros. Nos catalizábamos el uno al otro, juntos no existía la vergüenza o la frustración. Como cocaína y alcohol,creábamos una nueva sustancia mucho más poderosa, explosiva. Imparable. Cerilla y mechero, uno prendía al otro. 
Así era este hombre. Así es este niño. Si aparece en tu vida, ten cuidado, o tal vez haya creado otro tatuaje sin darse cuenta, pero tú lo llevarás para siempre.
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario