El tiempo mató a Borges, y el tiempo
lo mantiene vivo, pues el tic-tac es un sueño, el suyo, el mío, el vuestro...El
soñador jamás soñado, que escribió lo nunca escrito. 
Tú que viste -con tus ciegos ojos- a
todos los hombres menos a ti, y que viste en ti a todos los hombres. Tú que
hablabas -y hablas desde el tiempo inexistente- los idiomas de mil espadas,
enterradas en el fondo de los mares de lágrimas, de los dioses mortales. Tú que
fuiste anciano desde niño, y ahora -de cuerpo yaciente- eres niño. 
El capitán de los barcos de papel.
El jinete de los caballos de cartón. El guardián de las palabras como flores.
La nada en todas partes...y el todo en ninguna.
Supiste que el pasado, el futuro y
el presente son la misma cosa, y que la memoria es arena de playa y desierto,
donde residen olvido y recuerdo. Siempre perdido en los bosques de acacias,
eucaliptos y sándalos, caminando por ellos con tus piernas de péndulos
nostálgicos. De   los parques y jardines
nunca tuviste una palabra, y de ese modo los nombraste cada día.  
Tu ceguera progresiva, hizo que los
colores ya no fueran lo que fueron algún día. Las realidades de  tu vista emborronada, se tornaban ilusiones,
y sólo en las ilusiones, aparecía nitidez. El sabio del pensamiento circular, el
capicúa de la reflexión dalinesca. 
Buenos Aires está aquí, y tú eres
todas sus calles, sus voces, sus mujeres y monotonías. Tú nunca naciste ni
moriste y, por ello, no existes, igual que Buenos Aires y el viento que nos
desviste. Eres etéreo y pluscuamperfecto. Escribiste historias e historia eres
tú. Era poesía o música -me pregunto- aquello que engendrabas. Mas debe ser
delito separarlas, como intentar dividir el alma. El gran poeta Ángel González
dijo que “para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho”, a lo que
tú asentirías y añadirías “para vivir una vida completa, es necesario no haber
vivido ninguna”. 
De ese Borges que dibujó el mundo,
quedan infinitos Borges. En las plantas, en los pozos, en las ruinas y las
nubes de marfil. Resides en cada folio, pues el blanco papel -sin ti- no sabe
convivir. Acaso el silencio que te cubre en tu ocaso no es lo que siempre
quisiste escribir. La sencillez más compleja, escribir indescifrables veces la
misma página, con el sonido más eterno, el de los vivos y los muertos, el
silencio que hoy eres...es el sonido más intenso.
Ahora, con ojos cansados, falto de
claridad pero con la memoria bien clara, tengo la certeza de que tú escribes
esta oda hacia ti mismo y que yo te conocí hace tiempo y que fui tú, igual que
tú eres yo en este momento.     
Por Edgar Kerouac.
 
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