Ayer vi
a dos niños. Él, tendría unos ocho años y un claro acento gallego. Ella era
madrileña, la edad era parecida. No soy muy bueno calculando edades, ni echando
piropos, pero creo que esta vez no me equivocaba. Era la primera vez que se
veían, no se conocían de nada. El lugar, un tren. Pontevedra-Madrid. Siete
horas. Un mundo para un niño.
Entre
sueño y sueño vi que jugaban, reían, corrían. Incluso un viaje se vuelve
divertido si aún puedes ir a Nunca Jamás. 
Yo en aquel momento no lo sabía, pero estaba siendo testigo de
algo que no imaginaba. Todo comenzó, como casi siempre, en el adiós. Es curioso
que cuando lo bueno empieza, el tiempo se agota. Allí de pronto, me fijé en
ellos. Él la miraba, con una sonrisa traviesa. Ella esperaba algo, aún sin
saber que era. De pronto el se acercó y la abrazó. De frente. Sin tapujos. Con
un leve deje de vergüenza. Un abrazo puro, de esos que ya casi no quedan. Sin
querer significar nada más que una simple muestra de cariño. En ese momento lo
vi claro. Se habían enamorado. Un amor inocente, infantil. Un primer amor. Tal
vez ni siquiera ellos supiesen lo que había pasado. Y entonces cada uno se fue
por un lado.
Pude
escuchar al niño diciendo a su madre: “Mamá Julia me encanta”.  Mientras ella decía: “Ha sido el mejor viaje
de todos, mami.” Un amor puro, no mancillado por besos ni sexo. Un amor que no
espera nada a cambio, un amor que como vino ya no se irá. Tal vez no se vuelvan
a ver.
Fui espectador de como surge un amor platónico. Ella no lo sabía, pero
se había convertido en musa. Él, estaba perdido. Se había quedado maldito. Era
uno de los nuestros ya. Había nacido un poeta, y ya no podría escapar nunca.
Tal vez aún no, pero pasará el tiempo,  y
las chicas se convertirán en mujeres, pero él nunca podrá olvidarla. Tal vez
sus primeras líneas no sean para ella, aunque en el fondo sí. El primer trago,
la primera vez que llore abrazado a una botella estará Julia en el fondo, sin saberlo él
siquiera. Ya no hay vuelta atrás. Morirá siendo poeta, y buscará su sonrisa en todas las mujeres que pasen por su vida, y nunca podrá encontrar una
parecida, salvo cuando busque en oniria y durante la brevedad del despertarse
del sueño al olvidarlo, saboree ese abrazo de nuevo esperando un mañana que
nunca llega. 
Ese
niño poeta soy yo, aunque en otra piel, y ya no sé si hablo de Julia o de ella,
de mi primer amor que como el suyo, se perdió en un tren y no volví a verla
más. Si ella leyese mis líneas sabría que son para ella, recordando un abrazo
bajo las estrellas una fría noche de Agosto en Galicia. Yo también la convertí en musa sin saberlo, yo también sentí el frío de una despedida, agarrar una mano sabiendo que nunca volvería a sostenerla como en aquel momento. Alejarme despacio, con la mirada marchita y la sombra apagada. No sé si en aquel momento me convertí en poeta, o si fue la primera vez que subía la cuesta y su sonrisa me esperaba sin nada que decir, porque no hacía falta.Pero al final, como este pobre chico, me vi dentro de un mundo que ni siqueira yo sé como es. Pero la noche se acerca, y quien sabe, con un poco de suerte, volveré a verte.
En cuanto cierre mis ojos.
Carlos Pelerowski.
 
Increíble...ha conseguido arañarme el corazón.
ResponderEliminarVoy a quedarme por aquí!
http://bailandoenlacornisadelpiso23.blogspot.com.es/