La
frustración de escribir nada. Una mente abarrotada de ideas, pero
ninguna buena. Desprecias a tu mente, te desprecias. El papel blanco
es lo último que quieres ver. Sólo el tener que arrancar la hoja y
mandarla al lugar que se merece (basura) es peor que el blanco folio,
pues únicamente no arrancas el papel, extirpas tu propia piel. 
Te
esfuerzas por pensar algo ingenioso, algo que te la ponga dura, pero
el famélico bolígrafo no tiene tinta inspiradora, no hay musa que
forzarse. Un tremendo vacío se expande por tus venas y vas notando
como ese vacío te llena de vacío, una de las sensaciones más
desagradables, el querer y no poder, el dilema del impotente, el
suplicio del  adicto y ex adicto. 
Cuando
todo fluye, cual salmón en el río, cuando esas palabras se escriben
antes incluso de pensarlas, los ojos se engrandecen y hasta la mirada
más oscura brilla, ese es un momento hermoso. Esos momentos no son
lo normal. Lo corriente para un escritor es el luchar día tras día
con el camello que te vende ese material de calidad, esa dosis de
originalidad, esos gramos de constancia para hurgar donde duele. A
veces, inspeccionas tanto en tú interior que lo que encuentras no
eres tú, o tal vez, el del exterior es el que no eres tú, quién
sabe, ¿a quién le importa?... 
El
escritor es su propia caja de Pandora, sólo que la esperanza es el
peor de sus males. Un escritor acaba odiándose, pues el primordial
manantial de donde consigue su trabajo es él mismo. Como si se
tratase de un matrimonio, las innumerables peleas separan a la
pareja, quizá no físicamente, pero, indudablemente, ambos corazones
quedan podridos por siempre. El escritor está avocado a la
autodestrucción espiritual, es, seguramente, en ese momento, cuando
llegan las mejores obras del artista. Un artista demacrado y
consumido por sí mismo, ya que lo que queda de él está en sus
relatos, preso allí para la eternidad. Un precio elevado y justo.
Mas no es problema morir en cada palabra, es bello dar a luz una flor
nacida de un ser despreciable, aunque sea una flor muerta y
maloliente.  
De
alguna forma hay que abandonar el mundo. Mi decisión es la de
desaparecer evaporado en cada línea, sigilosamente, sin que nadie se
de cuenta, realmente ¿quién se iba a enterar?. Lo hago cada día,
un día abandono mis ideas y vagabundean por mi cuaderno, otro dejo
mis costillas en el papel, ayer guardé mi escroto debajo de la
palabra “papá”,
no pararé hasta que quede invisible y sólo leyendo mis relatos
pueda renacer. 
Dicen
que el escritor es egocéntrico. Que no aprecia otra mierda tanto
como la suya. Supongo que es lógico, mera supervivencia, si después
de suicidarte en cada frase, no amas u odias esas palabras más que a
ninguna otra, el suicidio habrá sido en vano. Creo que soy de ese
tipo de masoquistas, mi alma sigue eyaculando con el exquisito
vocabulario de Poe, continúo martirizándome leyendo los poemas de
Allen Ginsberg, unos poemas que nunca saldrán de mi pluma, disfruto
a rabiar con las dificultades de comprensión que pone un drogado
Burroughs...me gusta el olor a lágrimas del papel que escribo, pero
estos bastardos genios no dejan de humillarme incluso muertos. 
Mi
exigente espíritu siempre ha querido ser el mejor, pero hace ya
tiempo que me di cuenta que querer ser el mejor sólo te impide
disfrutar con aquello que te apasiona. Este joven, aparentemente,
escritor es un viejo en su interior, que goza con sus ideas obscenas,
que aprecia su tristeza, que extermina y resucita sus miedos para no
quedarse huérfano...nunca seré el mejor, ni lo busco, ni lo quiero,
para vosotros todas esas insatisfacciones e inconformismos, yo no me
comparo con nadie, exclusivamente intento ser lo que soy, algo arduo
complicado ¿y tú? ¿qué intentas ser? 
Por discípulo de Maestro Sho-Hai. 
 
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