jueves, 31 de mayo de 2012

Visionario

Es por la tarde, estoy en la biblioteca, el silencio es ruidoso, nadie habla, pero se oyen las hojas moverse, los bolígrafos escribir en los folios, la bibliotecaria pulsando efusivamente el ratón del ordenador, ciertamente este silencio es más escandaloso que el propio ruido.
En mi mesa una pila de apuntes, yo miro fijamente hacia ellos, externamente la gente cree que estoy leyendo atentamente, pero sólo yo sé que no es así. Miro las letras de los apuntes pero no las veo, la imagen que ven mis ojos es totalmente distinta, ya no estoy allí, en la biblioteca, estoy en el futuro, exactamente dentro de algo más de un año.
Me encuentro en Madrid, en un piso no muy grande y desordenado, estoy con Henry Borowski, Stankowski y Carlos, allí estamos los cuatro.
Las imágenes se suceden rápidamente, desaparecen unas y aparecen otras, no me da tiempo a captarlas todas.
Veo a los cuatro bien vestidos, todos con nuestro propio estilo pero todos elegantes, vestimos los cuatro con camisas y portamos americanas, no llevamos zapatos vestimos zapatillas, mezclamos el rollo elegante con un toque sport.
En el piso las risas abundan, los vecinos suelen quejarse de nuestras carcajadas nocturnas, pero a nosotros nos da igual, aprovechamos el tiempo al máximo. Todos los días hay latas vacías de cerveza por cualquier lugar de la casa, en el retrete, en el balcón, en las camas, cualquier sitio es bueno para beber. Solemos jugar al póker mientras fumamos puros, no nos jugamos dinero, simplemente el que gana elige lo que se va a hacer esa misma noche, esa noche el ganador manda, sea cual sea su deseo hay que cumplirlo.
Las imágenes continúan invadiendo mi mente, visualizo a los cuatro en un museo, esta vez no mezclamos estilos de ropa, vamos elegantes, muy elegantes. Nos hacemos los entendidos mientras vemos los cuadros, parece que sabemos lo que decimos, realmente no tenemos ni puta idea, pero sí sabemos que nos gusta lo que vemos, nos agrada aquel lugar, nos sentimos cómodos allí.
Subimos Stankowski, Carlos y yo al piso, acabamos de comprar cerveza. Se escuchan gemidos por el pasillo, vienen del piso, entramos y vemos a Henry Borowski masturbándose mientras ve una película porno con el volumen altísimo. Nosotros tres no nos exaltamos, ni siquiera nos sorprendemos ni nos vemos ofendidos, ni mucho menos avergonzados, lo vemos normal, Borowski también lo ve normal. Borowski eyacula, se limpia y todos continuamos con las risas. En aquel piso no hay normas, no hay represión, huele a libertad, también a sudor y algo de suciedad, pero sobre todo a libertad, al menos nuestro olfato así lo percibe.
Nos sentimos felices, más felices que nunca, muchas otras veces hemos sido felices, pero nunca de modo tan continuado. Allí, entre los cuatro, nuestros miedos nos intimidan mucho menos, pues los cuatro nos protegemos, allí la vergüenza no existe, pues entre los cuatro nos convencemos para afrontarla, nos obligamos a derrotarla y lo conseguimos, no siempre, pero sí normalmente.
Un día por semana imagino que estamos separados, cada uno por su cuenta, porque queremos saborear nuestra soledad, necesitamos escribir a solas, pasear entre la muchedumbre sin nadie que nos acompañe o simplemente no hacer nada, quedarnos tumbados encerrados en la habitación mirando hacia el techo.
Escucho a alguien tosiendo, desaparecen las imágenes, vuelvo a la biblioteca, estoy mirando fijamente los apuntes, vuelvo a leer cada letra, la gente no se ha dado cuenta que mi cuerpo estaba allí pero mi mente estaba en el futuro. Me levanto y voy al aseo, me saco la polla y meo, me lavo las manos y vuelvo a mi asiento. Apoyo los codos sobre la mesa, reposo la cabeza en mis manos y vuelvo a fijarme en los apuntes, vuelvo a viajar…
Vuelvo a estar en el piso, estoy con Borowski y con mucha gente a la que no conozco, o al menos ahora mismo no reconozco, la música está puesta y no hay lugar alguno donde no haya alcohol, es una gran fiesta. Percibo a Stankowski y a Carlos entrar por el balcón, estaban gritando a un par de inútiles que estaban en la calle, entran en el interior del piso y cierran la puerta corrediza del balcón, están muy sonrientes. Rápidamente vienen donde estamos Henry Borowski y yo y nos abrazamos afectuosamente los cuatro, se escuchan comentarios del tipo “este es el mejor año de nuestras vidas”.
De repente estoy en un salón bellísimo, la decoración es perfecta, estamos los cuatro en una mesa con una copa de brandy cada uno. Tenemos los ojos cerrados, sólo queremos escuchar a aquel cantante de jazz, teníamos ganas de una noche tranquila, y no pensábamos que aquello iba a ser tan espectacular. Después del cantante de jazz, un poeta recitará alguno de sus poemas mientras un pianista toca suavemente, estamos deseando escucharle, pero no tenemos prisa, estamos demasiado a gusto como para estar ansiosos, dejamos fluir el momento.
Desaparezco de aquel salón, aparece otra diapositiva en mi cabeza y mis ojos, estamos los cuatro caminando con nuestros currículos, estamos buscando curro, nos cuesta encontrar algo. Al final, unos más deprisa que otros, encontramos trabajo, nos sentimos contentos aunque los empleos son realmente malos, pero no nos importa, estamos infinitamente satisfechos, no sólo por nosotros mismos, estamos satisfechos por los demás, el bienestar de cada uno de nosotros nos importa en sumo grado.
Empieza a dibujarse otra imagen, es algo borrosa pero se va volviendo nítida, ya la percibo claramente. Paseamos por la calle, veo a Stankowski vestido muy raro, con ropa andrajosa y con una barba mucho más larga de lo normal, miro a Carlos y va igual que Stankowski, entonces me miro a mí mismo y me doy cuenta que voy igual que ellos. Al girar la esquina vemos a Borowski alzándonos la mano, indicándonos que nos acerquemos a él, los tres vamos hacia allá. Cuando llegamos nos damos cuenta que hay un vagabundo con Borowski, todos le conocemos, se llama Maomba, sacamos unos cartones cada uno, con mensajes distintos, allí estamos los cinco pidiendo algo de dinero, nos sentimos bien.
Vamos caminando por la calle y hablamos los cuatro con gente que no conocemos, nos planteamos intentar vencer nuestra vergüenza y tratar de mantener una conversación durante al menos un minuto con gente desconocida para nosotros.
Carlos y yo estamos muy borrachos, estamos en una discoteca, nos tambaleamos mucho y justo empujamos a un tonto al que le tiramos el cubata en la camisa, éste se enfada y con sus amigos empiezan a pegarnos, en cuanto Borowski y Stankowski vuelven del aseo y ven que nos estamos peleando corren para empezar a soltar palos. Volvemos al piso con algo de sangre cada uno, uno en el labio, otro en la nariz, otro en la ceja, otro lleva morado el ojo, pero sólo se escuchan risas y más risas, son nuestras, cantamos “hago siempre pompas, lindas pompas de jabón”.
De nuevo vuelvo a la biblioteca, se ha terminado la lluvia de imágenes del futuro, sólo espero que dentro de algo más de un año la realidad supere la imaginación…

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

Charla matrimonial

Una pareja conversa en el lecho conyugal después de mantener un coito.
Juani: Paco ya no me gusta cómo me lo haces.
Paco: A mí tampoco me gusta cómo te lo hago, pero no sé hacerlo mejor.
Juani: Supongo que la edad te ha afectado.
Paco: Quizá tengas razón, ahora tienes muchas arrugas y apenas me pones cachondo, tú edad me ha afectado.
Juani: Me refería a tu edad, no a la mía.
Paco: Yo me refería a la tuya.
Juani: ¿Me sigues queriendo?
Paco: …supongo.
Juani: ¿Qué clase de respuesta es esa?
Paco: Una sincera…quizá no del todo honesta.
Juani: Eres muy gracioso. -dice sarcásticamente- Dime qué piensas de nosotros, dime la verdad, nunca lo haces, hazlo por una vez en tu vida.
Paco: No suelo decir la verdad porque es aburrida, me suele gustar mentir, pero si quieres la verdad…allá va…Llevamos 30 años juntos, al principio follábamos 3 ó 4 veces diarias, ahora lo hacemos 3 ó 4 al año, la pasión se ha perdido. Tú te has cansado de mi polla y yo de tu coño, nos odiamos el uno al otro, seguimos juntos porque no queremos morir solos. Básicamente esa es nuestra historia.
Juani: ¿Por qué dices eso?
Paco: Me has pedido sinceridad, yo prefería la mentira, es más cómoda.
Juani: No puede ser que pienses eso de nosotros. Estás muy equivocado, yo no estoy cansada de ti.
Paco: Lo estás.
Juani: Pues no, te amo, te quiero más que a mi vida, no sé porque piensas eso ahora.
Paco: ¿Ahora? Llevo pensando así desde que llevábamos 6 meses juntos.
Juani: ¿Y por qué nunca me lo has dicho? 
Paco: Porque nunca me lo has preguntado.
Juani: No creo que haga falta preguntar eso, deberías habérmelo dicho, ¿por qué no lo hiciste?
Paco: Soy un cobarde.
Juani: ¿Has estado 30 años conmigo sólo por cobardía?  
Paco: Y porque eres una mujer simpática y haces un gazpacho inigualable.
Juani: Eres un verdadero cabrón, ¿cómo puede ser que no me haya dado cuenta antes?
Paco: Eso me pregunto yo también…supongo que no querías darte cuenta…supongo que has logrado ser valiente, más de lo que yo lo soy y al final has conseguido preguntarme lo que querías saber.
Juani: Paco, ¿de verdad piensas todo lo que estás diciendo?
Paco: En este momento sí…quizá mañana no.
Juani: ¿Puedo preguntarte algo?
Paco: Adelante.
Juani: ¿Has sido feliz conmigo? ¿Te he hecho feliz?
Paco: Eso son dos preguntas…responderé ambas, aunque me cuesta hacerlo. La felicidad es algo muy difícil de definir. La sociedad nos hace creer que para ser feliz debes tener un trabajo, una casa, amigos, una familia…elementalmente si tienes eso eres feliz. Sin embargo, si tienes un trabajo que odias, con un jefe al que te gustaría matar cada mañana ¿qué pasa?, si tienes una casa que mide 30 míseros metros cuadrados en la que tienes que escuchar los gemidos de la casa del al lado ¿qué pasa?, si tienes unos amigos que al tener pareja se olvidan de ti ¿qué pasa?, si tienes una familia con una mujer de la que estás aborrecida y unos hijos desagradecidos, ¿qué pasa?... Sinceramente creo que no soy feliz, mi vida no ha sido feliz, he tenido momentos felices por supuesto, pero la gran mayoría no lo han sido. Tú has contribuido a que yo tenga algunos momentos felices, así que sí me has hecho feliz…aunque no demasiado, todo hay que decirlo.
Juani: Después de todas las patrañas que me has contado, veo que muy feliz no has sido ¿cómo crees que podrías haber sido feliz?
Paco: La felicidad continua es imposible, somos seres inconformistas por naturaleza. El rico no se conforma con serlo, siempre quiere más, el borracho siempre quiere más alcohol, el político siempre quiere más poder…el ser humano siempre quiere ser más feliz, nos volvemos tolerantes a la misma ración de felicidad y, por ello, necesitamos cada vez una ración mayor, y eso es difícil, muy difícil. Supongo que nunca hubiese sido feliz al 100%, pues eso no existe…creo que he sido lo más feliz que he podido.
Juani: ¿Consideras que has sido lo suficientemente feliz?
Paco: He sido más infeliz que feliz…así que creo que no lo he sido suficientemente, aunque también pienso que nadie lo es.
Juani: No me gusta como piensas.
Paco: A mí sí, creo que leer demasiado me ha enseñado a pensar como lo hago.
Juani: Pues malditos libros.
Paco: ¡Oh no!, no digas eso, me han permitido ver la realidad.
Juani: No decías que preferías la mentira.
Paco: Y la prefiero, pero siempre quiero saber la verdad de las cosas.
Juani: Eres muy raro Paco.
Paco: Gracias.
Juani: ¿Piensas que deberíamos seguir juntos?
Paco: Por mi bien así debería ser, quizás por ti no. Soy una carga para ti, pensé que tarde o temprano me mandarías de paseo.
Juani: Pero yo te quiero ¿por qué lo iba a hacer?
Paco: Porque soy un cobarde mentiroso, estoy contigo porque eres una buena mujer y por pereza. Realmente estoy cansado de ti, pero no por tu culpa, simplemente no creo que exista el amor para siempre, al menos no existe para mí. Veo a cualquier mujer y me dan muchas más ganas de tirarme a cualquiera de ellas antes que a ti, aunque sean horribles, y tú, sin embargo, eres bella, quizás no preciosa pero sí bella, pero estoy cansado de tu belleza, se ha apagado para mí, me he habituado a ella y ya no me excita. Es cruel, pero así es.
Juani: Me duele escuchar esto.
Paco: Lo sé, eres una buena mujer.
Juani: No me consuela que digas eso. No he conocido nunca esta faceta de ti, no me habías contado nunca todo esto.
Paco: Todo el mundo tiene secretos, somos artistas de ocultar lo que no queremos contar. Yo quería que lo supieras, pero no estaba preparado para decirlo, seguía habiendo una pequeña parte de bondad en mí, y a veces te volvía a querer como al principio, pero ahora lo veo claro, el amor no existe…y a mí también me duele y a la vez me alegro de comprenderlo.
Juani: Eso no es verdad, el amor sí existe. Yo estoy enamorada de ti.
Paco: Si el amor existe…siempre será no correspondido.
Juani: El nuestro sí lo es.
Paco: Yo no estoy enamorado de ti, por lo tanto, no es correspondido. Esto es lo que suele pasar en multitud de parejas, uno de los dos quiere al otro, pero el otro miembro no siente lo mismo…se suele crear un amor de conveniencia o de compañía.
Juani: Si nuestro amor es así no quiero tenerlo. Además, aunque el amor sea no correspondido sería amor, por lo tanto, el amor sí existe.
Paco: Puede que tengas razón, pero si es así…el amor es penoso.
Juani: No pienso igual que tú, el amor es lo mejor de esta vida. Hace que queramos a otra persona más que a nosotros mismos, eso es maravilloso.
Paco: Llámalo como quieras, yo tengo otro nombre para él, como por ejemplo inútil.
Juani: Tú sí que eres inútil, lo que te pasa a ti es que no sabes querer a otra persona que no seas tú.
Paco: Ojala…pero a mí es a quien más odio.
Juani: Me compadezco de ti.
Paco: No lo hagas, me haría sentir peor.
Juani: Pues lo hago, pensando como piensas sólo puedo apiadarme de ti.
Paco: Bueno, está bien…creo que deberíamos dormir.
Juani: Creo que eres realmente tonto, pero tonto de remate, pero tienes la suerte de que te quiero y seguiré haciéndolo.
Paco: Tienes razón…tengo suerte por ello.
Juani: Aun estás a tiempo de enamorarte de mí y darte cuenta que el amor sí existe.
Paco: No te prometo nada, además, lo dudo mucho, aunque no lo descarto.
Juani: No perderé la esperanza.
Paco: Dicen que es lo último que se pierde…pero yo la perdí hace mucho tiempo, ya no recuerdo cuando.
Juani: Es muy triste eso que me dices.
Paco: Sí, lo es.
Juani: Creo que en estos 20 minutos he conocido más de ti que en 30 años, y aunque no comparto nada de lo que has dicho…te quiero más que nunca.
Paco: A mí también me ha gustado hablar contigo, ha sido una conversación bastante interesante. Es hora de dormir.
Juani: A mí me gustaría hablar toda la noche.
Paco: Si alargamos la conversación sólo puede decaer, es el momento de darla por terminada.
Juani: Está bien, buenas noches cariño, te quiero.
Paco: Duerme en paz.

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

martes, 22 de mayo de 2012

El pirata geriátrico

Allí estaba de nuevo, bajando las escaleras, tomándose su tiempo, sin prisa, pues no había nada que le apremiase. Con su ropa andrajosa, apestosa, para los demás pero no para él, con su viejo y resquebrajado bastón, color vino añejo, atusado en el brazo izquierdo, siempre portaba un deshilachado sombrero de un gris sucio, una suciedad de unos veinte años, pues desde que se lo encontró en la basura no lo había lavado, una espesa y mugrienta barba le cubría la cara, era tan abundante que gran parte de los días su barba iba repleta de migas y restos de comida, mirándole a la cara se podía adivinar rápidamente lo que había desayunado, comido o cenado. Era conocido por todo el mundo como el “abuelo”.
Logró, tras 5 largos minutos, bajar al portal. El abuelo pasaba la mayor parte del tiempo buscando tesoros, era todo un pirata de la calle, pegada su pipa siempre a sus labios aunque no estuviese encendida, era una especie de rutina, no se la quitaba ni para hablar, tampoco hablaba mucho, ni mucho menos para cagar, sí defecaba con asiduidad.
Caminaba lentamente por la calle, mirando que no se le pasara por alto ningún objeto de gran valor. La gente le miraba, probablemente por su fuerte olor, era una mezcla entre suciedad, orín y alcohol, puede que también le mirasen por su rara forma de andar. Hoy no había nada interesante, cada vez había más barrenderos, y cada vez trabajaban mejor, así que la dificultad para encontrar tesoros iba in crescendo.
Decidió ir al supermercado, compró un brik de vino, quería agudizar sus sentidos, el vino le ayudaba enormemente a encontrar tesoros, además, estaba delicioso. Mientras hacía cola, la gente se alejaba de su lado, mostraban gestos repulsivos, al abuelo no le importaba, si los otros se marchaban de su lado menos cola debería hacer, antes compraría el vino y antes podría encontrar sus amados tesoros, eran todo ventajas. Pagó al contado a la cajera, ella le preguntó si quería una bolsa, él le respondió que no hacía falta, pues se la iba a beber de camino. Al salir del supermercado, un niño pequeño de unos 3 años le dijo al abuelo “¿por qué hueles tan mal?”, a lo que el abuelo respondió “porque soy un pirata”, “¡Ohhhh! nunca había visto un pirata” dijo el pequeño con una amplia sonrisa mientras le tendía la mano emocionado, antes de que el abuelo devolviese el apretón de manos, la madre corrió hacia el niño y lo apartó, despreciablemente, de la sucia mano del abuelo.
Se sentó en un banco para beberse el vino, también para relajar sus cansadas piernas, los días iban sucediéndose y sus piernas iban funcionando cada vez peor. No tardó mucho en vaciar el brik, cada trago era de un sabor distinto, algunos eran amargos, porque le recordaba situaciones malas, incómodas, como las que había sucedido con la madre del niño de 3 años, pero se había hecho duro a estos sucesos, era frío, inmune, ya no le dolían las reacciones de los demás. Con otros tragos le venían imágenes bonitas, recordaba alguna de sus conquistas, algunos de sus tesoros más valiosos, se sentía satisfecho por el esfuerzo que había derrochado, también recordaba alguno de los mejores polvos de su juventud, esas imágenes le venían a la mente en blanco y negro, las luces y las sombras eran suaves, muy delicadas, pero repletas de detalles, era como una magnífica película muda de los años 30. El vino se acabó y con él las imágenes se disiparon.
Comenzó su búsqueda intensiva, el vino era como las espinacas para Popeye, eran su energía. Se sentía más atento, las cosas irrelevantes se volvían irrelevantes, no entraban dentro de su campo de visión, las personas desaparecían, los coches se esfumaban, el ruido se apagaba, el olor…él reconocía el olor de sus tesoros. Entró en un callejón oscuro, lo vio de lejos, era inapreciable para el ser humano típico, pero no para un pirata como era el abuelo, había visto el tesoro desde la entrada al callejón, el objeto estaba al final del callejón, a unos 30 metros, pero él ya lo dilucidaba. Se apreciaba un brillo metálico, era un auténtico tesoro, los ojos del abuelo se abrieron como platos, la sonrisa mostraba un gozo inigualable, se acercaba con sus raras formas de andar, llegó a un container de plástico verde y justo al lado estaba su tesoro, era una jaula de pájaros, estaba enrobinada y le faltaban algunos palitos de hierro, pero para el abuelo era todo un tesoro, cogió la jaula y se marchó a casa, de camino seguía fumando en pipa de modo triunfal, como cuando un pirata conquistaba un barco de marineros.
Abrió la puerta de casa, costaba empujar la puerta, parecía que algo impedía su obertura. Cuando la abrió, se apreció su casa, estaba repleta de tesoros, probablemente fuese el pirata con más tesoros que jamás haya existido. Había periódicos de hacía décadas, abundante comida de gato tirada por el suelo, era para sus seis gatos, que también formaban parte de sus conquistas, había plantas podridas, toneladas de ropa mugrienta, gran cantidad de cuadros de escasa calidad, zapatos que no eran de su talla, incluso habían de mujer, allí no vivía ninguna mujer, en el pasillo había bastantes excrementos de gato, en la cocina, las cajas de pizza y demás comida rápida tapaban la mesa, la nevera estaba abarrotada de comida caducada, de hacía pocos días pero caducada, el sillón apenas se veía, televisiones y radios antiguas, que no funcionaban, impedían su visión, en una estantería se hallaban decenas de gorras y sombreros, pero únicamente utilizaba el sucio gris, en otra estantería había bastantes lámparas de aspectos muy diversos, ninguna lámpara daba luz, y demás objetos atestaban la casa del abuelo. Eran sus tesoros, se sentía enormemente orgulloso por haber encontrado todos y cada uno de aquellos objetos, cada uno era una historia, cada uno tenía un sabor especial, como cada trago de vino…   
Los vecinos se quejaban día tras día, por el pasillo se podía tastar el olor que desprendía la casa del abuelo, al pasar era difícil no sufrir alguna arcada, el olor se impregnaba en las ropas de los vecinos. Al abuelo le daba igual, estaba acostumbrado a ese olor, ya ni lo reconocía, porque era su propio olor, se enorgullecía de sus tesoros y no se iba a desprender de ellos. En invierno el olor de la casa del abuelo era pasable para los vecinos, pero en verano, el olor pesaba, agobiaba, se podía palpar…los vecinos no aguantaron esta situación y llamaron a la policía, tocaron la puerta, el abuelo preguntó “¿quién es?”, contestaron “policía”, al abrir la puerta uno de los policías estuvo apunto de vomitar, el otro sí lo hizo. Los tesoros ya no podían continuar allí, el pirata perdía sus conquistas, se sentía tremendamente triste, todo lo que había conseguido, todo su esfuerzo y su posterior satisfacción se iban por el garete.
Mandaron al abuelo a un centro, consideraban que estaba enfermo. El abuelo escuchó las explicaciones de los médicos, decían que tenía el síndrome de Diógenes, él no entendía nada, no recogía basura, eran tesoros, y qué más daba lo que él hiciera, no hacía daño a nadie, habían otras muchas cosas malas en la gente, como los superficiales prejuicios, los desprecios de la gente, las palizas que había sufrido simplemente por su raquítico y despreocupado aspecto, pero esos asuntos a los médicos les daba igual, sólo les preocupaba acabar con las poca alegría que le quedaba a un anciano de 68 años, sus tesoros.
Allí permaneció hasta su muerte, tres años después de su ingreso. Ese centro no consiguió vencer su instinto de pirata, se dio cuenta que había tesoros incluso en aquel lugar, y como los médicos le vigilaban, sus conquistas se tornaban más difíciles y a la vez emocionantes, le añadía dificultad el no tener su vino, potenciador de sentidos, pero esto aumentaba más su satisfacción cuando conseguía alguno de sus objetos valiosos, como un tenedor brillante, cordones y toallas usadas…
Nadie sabe a que se dedicaba el abuelo anteriormente, también se desconoce su verdadero nombre, si tenía o no familia, sólo sabemos que su espíritu era el de un pirata, quizá el contexto no fuera el adecuado, pero también es verdad que el espíritu no entiende de contextos.

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

lunes, 21 de mayo de 2012

El miedo nunca puede ser amor

Murphy se quedaba mirando a su mujer, sangrando por la nariz y con marcadas heridas de cinturón en la espalda. Él se sentía mal por lo que había hecho, pero Betty debía aprender, era por su bien, si quería que el amor que había entre ambos durase para siempre, debía aprender. El castigo, la humillación mediante insultos, desprecio, inmaculada obediencia…esa era la única forma de aprender, Betty aun no conocía esta forma de asimilar las cosas, este tipo de educación era desconocida para ella, Murphy sería su profesor particular.
Betty debía levantarse todos los días antes que Murphy, éste debía tener el desayuno preparado cuando se despertase, Betty sabía las consecuencias que tenía no llevar acabo este asunto. No bastaba con hacerlo, ni incluso parecer que quería hacerlo, había que querer hacerlo. Murphy sabía distinguir perfectamente cuándo Betty quería hacerlo y cuándo fingía una falsa ilusión, en esos casos debía reeducarla
Betty era una mujer muy bella de 32 años, algo demacrada por las cicatrices que quedaban tatuadas en su cara, de la dura educación a la que estaba sometida…de cuerpo estaba en muy buena forma, aunque tenía una leve cojera en la pierna izquierda, causada por una clase de reeducación de Murphy, consistente en una compilación de patadas y rodillazos en la cadera, que acabaron causando la cojera crónica y dolorosa de Betty.
Murphy tenía 37 años, trabajaba como electricista desde hacía 20 años, odiaba su oficio, amaba con toda su alma a Betty, siempre pensaba en ella, a todas horas. Sus pensamientos obsesivos creaban millones de películas con todo tipo de detalles, en esas películas el final siempre era el mismo, acababa perdiendo a Betty y eso no lo podía consentir de ningún modo, era su vida.
Murphy llegó de trabajar, subía por las escaleras, vio hablar a Betty con el vecino, Murphy se escondió para evitar ser visto por ambos, era valiente con Betty pero un auténtico cobarde con el resto de personas, al acabar la conversación Betty volvió a casa y cerró, seguidamente entró Murphy lleno de ira en casa. Betty dijo “hola cariño”, Murphy sin titubeo alguno cogió de la cabeza a Betty y se la llevó al retrete, hundió su cara en él y tiró de la cadena mientras gritaba “límpiate la boca hija de puta, como te vuelva a ver hablando con ese mamón te juro que te mato”, Betty intentaba respirar cuando Murphy la sacaba del retrete, les costaba mucho trabajo, sentía mucha angustia y miedo. Al cabo de 5 minutos todo acabó, Murphy soltó la cabeza de Betty, ella se puso a llorar, él le decía con una voz dulce “cariño ya está, ya pasó, lo irás comprendiendo poco a poco, te quiero, eres mi vida” mientras le besaba su mojada cara.
Esa misma noche, Betty se mostraba feliz haciendo la cena, verdaderamente feliz no fingía para nada. Mientras Betty hacía la cena, Murphy empezó a sentirse cachondo, tenía ganas de descargar, se dirigió a la cocina y sin preguntar le puso la mano en el coño a Betty, ella dijo “estoy haciendo la cena, después mejor ¿vale cariño?”, Murphy le contestó “tengo ganas de follar ahora, no después, así que venga”, la cogió en peso y se la llevó al dormitorio, no hubo preámbulos, se bajó los calzones, le bajó las bragas y se la metió duramente. No duró más de cuatro minutos, él se corrió, Betty no, eso no le importaba a Murphy.
Betty se limpió el chorreante semen que goteaba de su coño y se fue a mirar la cena, se había quemado. Le sirvió el plato apenas quemado a Murphy, el más negruzco se lo comió ella misma, el sabor era bastante parecido al carbón. Murphy probó un poco de la cena y dijo “¡esto sabe a rayos!, ¿qué puta basura es esto?, para una cosa que tienes que hacer y lo haces mal, no sabes hacer nada. Ahora no te vas a levantar hasta que no te comas los dos platos”, seguidamente escupió sobre ambos platos. Betty tomó una cucharada y le dio una arcada, debido al asco que le producía el escupitajo de Murphy. En cuanto vio esa reacción, tiró a Betty al suelo de una bofetada, “vas a aprender a hacerme caso por mis cojones”, dijo Murphy enfurecido pero con gran confianza en lo que decía, le parecía que era normal todo lo que estaba haciendo. Betty estaba en el suelo dolorida interiormente, pero por fuera parecía impasible. Murphy la levantó bruscamente y como si fuera su padre se quedó vigilando que se comiera los dos platos sin ningún gesto de repugnancia o similar.
Betty apenas podía hablar con sus amigas, Murphy le había enseñado que no era bueno hacer caso “a esas sucias rameras”, que sólo querían que se terminase la relación entre ambos, que únicamente podían confiar uno en el otro. Tampoco hablaba con su familia, pues Murphy decía que no entendían su amor, que le odiaban y le hacían sentir incómodo. No trabajaba porque Murphy no le dejaba. Betty hacía su vida en casa, salía para hacer la compra, Murphy debía supervisar la ropa que se ponía, si no le parecía bien le obligaba a cambiarse. Éstas eran algunas de las lecciones que debía aprender Betty, si quería que el amor entre ambos fuera permanente.
Betty verdaderamente quería estar con Murphy, le amaba por encima de todo, lo había dejado absolutamente todo de lado, incluso a ella misma, por estar con él, obedecía lo que le ordenaba, sus derechos humanos los había perdido, pero no le importaba porque amaba a ese hombre, pensaba “¿qué pesa más la dignidad y el orgullo propio o el amor?”, su respuesta era siempre la misma, estaba convencida de que ese amor era verdadero, sabía que Murphy la amaba a ella igual o más que ella a él.
Murphy llegó a casa, un mal día en el trabajo, una bronca del jefe explicaba ese enfado. Betty intentaba calmarle, le decía que no se preocupase, que todo iría bien, “¿tú qué sabrás? No tienes ni puta idea, ese hijo de perra me tiene manía”, contestaba Murphy, Betty seguía intentando calmarle “no es para tanto, no le des más vueltas”, Murphy la miró fijamente “estás de su parte desagradecida”, le cogió el brazo y empezó a retorcérselo “¡bésame los pies y pídeme perdón zorra!, ¡ahoraaaa!”, entre gemidos de sufrimiento Betty le hizo caso. Unas horas después, cuando estaban en la cama, Murphy se disculpaba por hacerle daño, pero no podía permitir que su mujer no estuviera de su parte al cien por cien, provocándole ese dolor recordaría esa imagen y no se volvería a repetir.
Betty iba cargada de bolsas de la compra, una amiga suya y su marido la vieron pasar y se ofrecieron a llevarla a casa para no tener que llevar todo ese peso. Murphy estaba asomado al balcón y vio que Betty salía del coche del marido de su amiga sonriendo mucho. Betty abrió la puerta, al cerrarla y sin esperarlo, un puñetazo sobre su cara hizo caer violentamente las bolsas al suelo y Betty quedó empotrada contra la pared, sangraba por la ceja “te dije que no te juntases con esa chusma, ¡no aprendes!” replicó Murphy, puso su mano contra su cara, pegándola con más fuerza contra la pared, “¿quieres ser un puta como tus amigas? ¿Es lo que quieres?” continuó replicando, Betty no contestó, “ahora no te ríes como antes ¿eh?, yo te haré reír” dijo Murphy, la arrastró de los pelos y empezó a darle puntapiés en la parte posterior de los muslos, Betty gritaba de dolor, sentía calambres en las piernas, apenas podía moverlas, “si escucho un grito más te corto la lengua”, volvió a añadir Murphy con ojos inyectados en sangre. Betty no paraba de gritar y llorar, Murphy cogió un calcetín, que estaba en un cubo con ropa limpia, y se lo metió en la boca a Betty para que se callase, las lágrimas caían por la cara de Betty como una cascada. Murphy empujó a Betty y se dio contra una mesa pequeña en la espinilla, los gemidos de Betty se escuchaban a pesar del calcetín que llevaba en la boca, su cuerpo se contraía, sufría espasmos del dolor, seguramente al chocar contra la mesa se había roto algún hueso. La enseñanza del profesor/marido Murphy continuó durante un largo rato, pero a Betty ya nada le importaba, el dolor ya no iba a aumentar, pues su mayor dolor no era físico…
Al día siguiente, Murphy llegó a casa a la hora de comer, como siempre, pero algo raro pasaba, siempre que iba a abrir la puerta ya sabía qué había de comer, el olor a comida a las 14:30 se hacía notar, esta vez no era así. Al entrar, Murphy saludó “Hola cariño”, no recibió respuesta, Murphy, rápidamente, se dio cuenta que Betty no estaba. Murphy empezó a enfurecerse, no estaba su comida hecha, él se mataba a trabajar para que después nadie le diese la bienvenida, ya estaba tramando que haría con Betty cuando llegase, quizá debía ser más severo con ella... Un par de horas más tarde, esa ira que sentía Murphy se había transformado en confusión, en preocupación, ¿y si Betty se había marchado y le había abandonado?, empezó a sentirse muy arrepentido por lo que había pasado la noche anterior. Caminaba de un lado de la casa a otro, meditando, mordiéndose las uñas, el nerviosismo que sentía le hacía temblar, volvieron las películas a su mente, quizás le había denunciado a la policía, pero pensaba que Betty le quería demasiado como para hacerle eso, quizá se había marchado con otro hombre, empezó a golpear la pared mientras lloraba de rabia, probablemente se rompió una mano.
Sobre las 21:00 sonó el teléfono. Murphy lo cogió, una voz femenina tremendamente triste y con mucho odio dijo gritando entre llantos “Eres un desgraciado…ojala te mueras…mi hermana se ha suicidado por tu culpa…” la voz femenina colgó, era la hermana de Betty. Murphy, incrédulo, se quedó mirando el teléfono, no podía procesar esa corta pero rotunda información. Después de una hora mirando fijamente el suelo, comenzó a llorar, la imagen de Betty estaba en su mente, tanto con los ojos cerrados como abiertos, únicamente la veía a ella, creía que él era el culpable, pero a la vez pensaba que lo había hecho bien, sólo quería estar junto a Betty para siempre, y ese método de enseñanza era el único que permitía mantener el amor entre ambos infranqueable. Sin ella ya no tenía sentido la vida, no tenía amigos, el trabajo no le agradaba, su familia le despreciaba, no tenía hobbies, vivía por y para Betty. Sacó una pistola que tenía en la mesita de noche, la cargó, sin miramientos se puso la pistola en la sien y, tras recordar un beso entre él y Betty, apretó el gatillo.
Tres semanas después, Murphy abrió a duras penas los ojos, estaba muy cansado y dolorido, vio muy borrosa una imagen que le resultaba familiar, no podía ser cierto, pero sí, era Betty, Murphy pensó “estoy muerto”, pero no lo estaba. Betty estaba muy viva, algo en su mirada había cambiado, ya no tenía miedo, miró a Murphy y le dijo “pensaba que el amor era más importante que la dignidad o el orgullo y estaba en lo cierto, así es, pero el realmente importante es el amor por uno mismo, contigo no me amaba a mí misma, gracias por hacer que me diese cuenta”, sin dejar que Murphy hablase y se diese cuenta de si aquello era real o si estaba muerto, Betty apagó el respirador que proporcionaba oxígeno a Murphy. Sus ojos se fueron cerrando, no podía respirar por sí mismo, sentía agonía, se fue amoratando, se estaba quedando sin aire, hasta que sus ojos se cerraron…

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

domingo, 20 de mayo de 2012

6 meses.

6 meses. Eso es el tiempo que el médico le dio a Clark de vida. Cáncer de páncreas. Bienvenido seas.

No tenía mas que unos míseros ahorros, pero lo primero que hizo cuando le dieron la noticia no fue llorar. Se calmó, llegó a casa y se durmió. Al día siguiente fue como todos los días desde hacía 8 años a la oficina. Pero no se sentó en su mesa. Fue al despacho de su jefe y le miró a los ojos. Se subió encima de la mesa y le orinó encima. EL jefe no reaccionó. Clark dio media vuelta y se marchó. 15 segundos después la oficina ardía en vítores a favor de Clark. Ellos aún no eran libres.

Despúes de eso fue a ver a su novia Sandy, con la que llevaba 6 años saliendo. Se acercó y le dijo:
-Me voy, nunca nos volveremos a ver. Adiós.
-¿Qué?
-Adiós.

Así fue como terminó con su relación.

Dos días despúes cogió una mochila con ropa limpia y lo que le quedaba de dinero y se fue para siempre de San Francisco. Su siguiente parada fue un pueblo cercano a Denver. Allí se acercó al número 12 de Palm Street y tocó la puerta. Le abrió una mujer cuyo rostro era conocido de sobra por Clark. Llevaba una camiseta de tiras blanca que le quedaba grande (era de su marido) y unos calzoncillos de hombre, vestigios de un pasado mejor. Clark los reconoció. Un tiempo atrás él había deambulado con ellos por las noches de Denver. Ella se sorprendió de verle ahí. Su nombre era Stella.
-¿Qué haces aquí?
-¿Esta tu marido? Bueno, no importa. Sólo he venido para decirte que te quiero. Que nunca he querido a ninguna mujer como a ti. Nada importa ya, pues la vida no es más que un constante cambio de dirección en el que lo más probable es que acabes estrellado antes de llegar a tu destino. Mi combustible se ha acabado. Sólo me queda ya la reserva.

Ella simplemente le agarró por la camiseta y le besó. Entraron a su dormitorio. Ella se desnudó para él. Era la primera vez que Clark la veía así. Su cuerpo moreno, sus pechos turgentes, sus piernas bronceadas. No era perfecta, pero para Clark sí. Follaron como bestias salvajes que saben que será la única vez que puedan dar rienda suelta a ese torrente de energía sexual y complicidad y que jamás se volverá a repetir aquello. 2 horas después estaban exhaustos. Clark se vistió y se marchó sin mirar atrás. Stella se aferró a la almohada y lloró. Pero detrás de aquellas lágrimas se escondía una pequeña sonrisa.

Clark siguió su camino. Se marchó a México, ya casi sin dinero. Allí, fue a un pequeño pueblo y se emborrachó durante tres largos días. Hasta que los dolores fueron insoportables. Descansó una semana.
Se marchó a otro pueblo, dónde probó la cocaína, las anfetas y la heroína por primera vez en su vida. Además, le dio sus zapatos a un vagabundo y su mochila con pertenencias a una niña que parecía más pobre que el propio vagabundo. Sólo se dejó dinero para un último billete de autobús. El que le llevaría al Océano Pacífico.

Llegó a una playa del pacífico tres días después. Y allí se sentó en una silla y esperó. Sólo con sus recuerdos, se consumió poco a poco. No quería seguir viviendo. Y como un perro que ha perdido a su dueño, dejó de comer. Sólo bebía muy de vez en cuando un poco de agua que le traía algún pescador.
Al cabo de dos meses, era de sobra conocido en el pueblo como "el loco". Las malas lenguas decían que el amor le había hecho así. Que su corazón estaba parado y que nunca jamás volvería a latir. Al fin, llegó el día en que eso sucedió, y de su boca solo se exhaló un último suspiro, bello como ninguno. Stella. El mar se llevó ese suspiro a sus profundidades, de dónde nunca nadie volvería a oírlo.

El mismo día, Stella se encontraba en Denver haciendo la compra. De pronto, se le cayeron las bolsas. Perdió toda su fuerza. Y allí, en medio de aquel supermercado, su alma abandonó su cuerpo para siempre, dejándolo inerte para el resto de la eternidad.



Por Henry Borowski...


jueves, 10 de mayo de 2012

Una amena charla en la oficina del paro

Es 10 de Mayo, a las 11:15 llego a la oficina del paro. Tengo cita previa, el número B-72, a las 11:25. Espero en recepción mi turno, bastante poblada está la oficina, parece un anuncio de Benetton. Saco de la mochila Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, leo algunas páginas, rápidamente escucho el sonido robótico, y nada sensual, de la máquina de turnos decir seguidos “B-70 puesto (no lo recuerdo), B-71 (puesto 16), B-72 (puesto 15)”, cierro el libro, lo guardo en la bolsa, busco mi puesto, lo encuentro rápido, está prácticamente en la entrada.
Llego a la mesa, dejo mi mochila a un lado, me siento y veo como la persona que tiene que atenderme habla con su compañera sobre algún asunto que había ocurrido con el cliente anterior. Se gira, y me pregunta sobre qué es a lo que he venido, a lo que yo le contesto que a por un certificado en el que conste que no estoy cobrando nada, él me pregunta para clarificar “¿no estás cobrando nada?”, a lo que yo le contesto “no, nada”. Me dice que le dé el DNI, se lo doy y empieza a repetir con problemas “Eddar, Eddddjar…uff que difícil”, le echo una mano “es Edgar”. Extrañado, él me dice “¿seguro que no es Egdar?”, entonces pienso en mi interior “cómo no voy a saber cómo me llamo inútil” pero le digo “sí seguro que es así, como Edgar Allan Poe”. Me vuelve a mirar extrañado y me replica “no, se llamaba Egdar Allan Poe” dice con gran confianza, por dentro me descojono y pienso que es bastante inculto, le contesto “no se llama así, se llama Edgar Allan Poe”. Él se siente muy seguro, piensa que tiene razón, pero está contrariado por mi seguridad y rotundez, quizás algo avergonzado porque un tío varias décadas más joven que él tenga razón, así que intenta darme una lección y entonces aquellos trámites que venía a realizar pasan a un segundo plano, cosa que no me parece mal del todo. Enciende internet y marca en google “Poe”, de repente aparece el nombre completo “Edgar Allan Poe”, me dice “¡Oh!, tenías razón, estaba equivocado”, no voy a negar que algo de satisfacción he sentido cuando me ha dado la razón un tipo de la oficina del paro. Me comenta que él cuando era joven se había leído todo sobre Poe (cosa que yo dudo, cuando no sabes ni como se escribe el nombre de “Edgar”), que le gustaba mucho, que se había leído una obra muy buena suya, a lo que yo le pregunto “¿El cuervo?”, él me dice que no, no recuerda su nombre y lo busca en wikipedia, mientras lo busca ve que Poe se había casado con su prima, que tenía 13 años, y me comenta riendo “¡joder, qué salidos estaban en esta época!”, en mi interior pienso “creo que ahora estamos bastante más salidos que antes”, sigue comentando “este tío estaba loco, mal de la cabeza”, a lo que contesto “puede que sí, pero es un genio, ojalá siguiera vivo y escribiendo”. Al fin consigue llegar a las obras de Poe, para ver si recuerda cómo se llamaba aquella obra que le gustaba tanto de joven, yo le digo “¿no será  La narración de Arthur Gordon Pym?”, “¡esa es!”, contesta de modo enérgico.
Rápidamente me da el papel, por el que había venido. Lo cojo, me cuelgo la cartera y me despido de él, a lo que él responde “Adiós, ¡Eddddgar!”, con tono eufórico y humorístico. Salgo a recepción con una sonrisa amplia por su despedida, sigue repleta la oficina, menos mal que tenía cita previa, han sido unos buenos 10 minutos.

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

martes, 8 de mayo de 2012

El rincón del pánico

Habitación oscura, suciedad por doquier,
ruidos inhóspitos que hielan la piel,
mariposas mueren al entrar,
madera podrida apunto de resquebrajar.

Olor a sudor y semen,
 alfombra raída con restos de vómito,
cucarachas correteando en la penumbra,
chirrido ventanal…dejando el aire pasar.

Cuadros antiguos,
en descuidados marcos,
armarios gigantes,
con pomos brillantes.

Fotos repugnantes en el suelo desperdigadas,
marionetas de plástico en las paredes pegadas.
Libros y símbolos satánicos decoran el lugar,
murmullos que se escuchan sin nadie siquiera hablar.

Una vieja radio emite una pavorosa melodía,
la mismísima muerte de miedo se cagaría.
La caja de Pandora ha sido allí vaciada,
no hay lugar para la bondad...sólo lágrimas derramadas.

¿Qué es el amor? se pregunta aquella habitación,
 sábanas manchadas de sangre en el destrozado aparador.
En la mesilla de noche un sándwich de gusanos
y una fundida lámpara de cobre desgastado.

Una lluvia torrencial
hace más infernal aquel lugar,
un charco que se crea
gota a gota, por culpa de una gotera.

Telarañas en el cabecero de la cama,
cristales de botellas de vodka cubren vacías botellas de vodka.
Marcas de uñas rasgan las puertas,
colillas formando una figura no resuelta.

Un gato negro con ojos rojos follándose un perro blanco,
el perro tiembla,
el gato abusa,
una imagen tétrica.  

Una niña agachada e intentando no ser vista,
en el rincón de la habitación,
harapientas ropas cubren su cuerpo,
parece asustada, realmente asustada.

Un zorro y un búho disecados,
encima de una repisa de mármol yacen colgados.
El sonido de un violento violonchelo
crea un ambiente maquiavélico.

Losetas rotas y moho entre sus juntas,
un verde-negruzco moho.
El vaivén del viento mueve las ramas de un árbol,
entrechocando estridentemente contra el ventanal.

Se escuchan pasos acercarse a la entrada,
la niña aterrada llora desconsolada,
intentando en el armario gigante esconderse,
sin poder lograrlo…pues éste se encuentra cerrado.

Las pisadas están próximas,
la niña temblorosa busca de forma apresurada,
una llave dorada bajo la almohada,
abridora de la cómoda cerrada.

Consigue abrir aquél armario,
un espeso olor cubre de repente la habitación,
miembros de niños pequeños en su interior,
la puerta se abre, la cría gira la cabeza, ve su perdición…

Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

lunes, 7 de mayo de 2012

La cajera del supermercado

Lucca hizo que aquella mujer se corriera de placer. La miró allí tumbada, agotada, sin parar de murmurar “el mejor polvo de mi vida, el mejor polvo de mi vida…” sonrío y se marchó.

Lucca caminaba por la calle buscando su siguiente presa, investigando qué mujer sería la afortunada de poder disfrutar de aquella máquina sexual. Vio a una mujer de unos 40 años, muy delgada, con arrugas, apreciables a pesar del maquillaje, se acercó a ella sin decir nada, ella le miró de reojo extrañada. Aquella mujer comenzó a andar cada vez más deprisa, Lucca la seguía sin decir nada, la mujer comenzaba a ponerse nerviosa, no sabía qué hacer, de repente notó algo duro en su trasero, se giró y vio a Lucca pegado a su culo, le dijo “¿la sientes?”, ella había notado algo muy duro y bastante grande, llevaba mucho tiempo sin follar aquella mujer, pero sentía repugnancia y miedo por aquel hombre cercano a la treintena. La mujer siguió hacia delante, Lucca no la siguió, ella cruzó la esquina y al ver que Lucca no la seguía se frenó de golpe, esperando ver si aparecía aquel hombre, al no aparecer ella retrocedió sobre sus pasos y vio a Lucca esperándola en el mismo lugar, sonriendo. La anónima mujer se acercó a Lucca y le dijo “ven a mi casa y haz que sienta esa polla”, se fueron juntos. La mujer sacó las llaves del bolso, abrió la puerta, entraron ambos, cerró la puerta. Ella le preguntó a Lucca si quería beber algo, Lucca se había bajado los pantalones y los calzoncillos, aquel pollón iluminó la mirada de la mujer, se acercó rápidamente y se lo introdujo en su húmeda boca, tenía mucha experiencia comiendo pollas. Lucca la levantó en peso, la puso mirando hacia el sofá y le dijo “muerde el cojín”, seguido se la metió sin piedad. Terminaron, el coño de aquella mujer estaba rebosante de su propio corrido y de corrido ajeno, goteaba en el suelo. Lucca se vistió, la mujer preguntó su nombre, Lucca no contestó, abrió la puerta, salió y suavemente cerró la puerta. Un hombre con su hijo pequeño sacaba las llaves de su casa, con cara de asombro miró a Lucca, le preguntó “¿quién eres tú?¿qué hacías en mi casa?”, Lucca no contestó.


Lucca estaba bebiendo cerveza en un bareto de poca monta, la camarera era una jovencita de 20 años, él le tiraba la caña cada vez que pasaba por su lado, ella no le prestaba atención. La camarera se estaba cansando de aquel tipo. Lucca estaba tremendamente borracho, no dejaba de mirarle las tetas sin ningún tipo de discreción, ella se sentía incómoda. Quedaban tres tipos en el bar, uno de ellos era Lucca, la camarera fue al almacén para reponer bebidas, Lucca la siguió sin que ella se diese cuenta. La agarró fuerte por detrás, ella empezó a forcejear para intentar soltarse, él le dio la vuelta, la miró a los ojos, la besó, ella le escupió, la volvió a besar, ella le mordió, la volvió a besar, ella le besó, se bajó las bragas, Lucca se la metió, ella gritó de dolor, aquello era muy grande, él se la metió más fuerte, volvió a gritar de dolor, una vez más se la introdujo, ella gimió de placer. Ella se corrió una vez, se volvió a correr, llegó un tercer orgasmo. Le dolía el coño, le suplicaba a Lucca que eyaculase, él le hizo caso. Salieron del almacén, la camarera tenía la cara roja, estaba relajada, muy relajada y feliz. Lucca cogió la cerveza sin acabar que se había dejado en la barra y se fue.


Lucca abandonó un departamento, fue a cerrar la puerta, una mujer de 35 años evitó que la cerrará, estaba en batín, debajo no llevaba nada, acababan de follar. Janina le dijo a Lucca “llámame por favor, tienes que volver a hacerme disfrutar como lo has hecho hoy”, Lucca se rascó la entrepierna, la miró, sonrió y dijo “no te llamaré, tu coño me aburre”, bajó las escaleras y se fue.


Lucca estaba en el supermercado comprando vino y algo de comer. Llegó a la caja, pagó lo que le dijo la cajera, ésta le dio las vueltas y le dejó escrito su número de teléfono. Lucca se quedó sorprendido, incluso bloqueado, nunca le había ocurrido aquello. Llegó a su casa, abrió el vino, bebió con el número de teléfono de la cajera en la mano, lo miraba mientras bebía. Dudaba en llamarla o no, mientras lo pensaba seguía bebiendo. Se decidió a llamar. Quedaron en casa de Lucca, llegó la cajera, con una blusa con un gran escote y unos pantalones pitillo. Lucca le preguntó si quería tomar algo, ella le cogió y lo sentó en una butaca, le bajó los pantalones, también se bajó los suyos, se apartó el tanga y se metió el rabo entero. Lucca no se lo imaginaba, aquello no podía estar pasando de ese modo, ella no hizo ningún comentario sobre aquel descomunal aparato, entró como la seda, la quinta vez que la cajera se levantó y volvió a caer de modo brusco en el falo de Lucca, éste se corrió. Nunca le había pasado aquello, había durado menos de dos minutos, ella rió, se colocó el tanga y se marchó de forma burlona. Lucca se quedó en la butaca fastidiado, muy relajado por haberse corrido pero muy enfurecido por cómo había pasado todo, no podía ser que no fuese esa máquina sexual que él siempre era, no podía ser que aquella mujer no hubiese llegado al clímax, se sentía humillado. Rápidamente se puso los pantalones y fue en busca de la cajera, ésta estaba apunto de bajar las escaleras cuando Lucca la alcanzó de la cabellera, la estampó contra la pared y la tiró con inmensa ira por las escaleras, la cajera murió.
Lucca volvió a casa, se sentó, miró su pene y dijo “no vuelvas a fallarme, todo lo que soy eres tú”.


Por discípulo de Maestro Sho-Hai...

domingo, 6 de mayo de 2012

Sonrisas.


La sonrisa, o lo que es lo mismo
el reflejo del alma.

Las hay malévolas,
cuando el asesino sonríe
antes de apretar el gatillo.
Las hay siniestras,
como la de aquel payaso
que resultó llevar un disfraz
y tocar a los niños
en lugares que es mejor callar.
La sonrisa demoníaca
del psicópata que se cuela en la casa,
y después de violar a tu esposa,
te atraviesa con un cuchillo
sin poder dejar de reír.

Pero también hay bellas sonrisas.
Las de aquellos niños,
los del Pabellón de Oncología,
que sonreían sólo por el hecho
de poder hacerlo un día más.
La madre que después de tanto tiempo,
logra ver a su hijo por fin,
sin rastros de picaduras
en sus venas.

Y como olvidar la sonrisa de despúes.
De después de entregarlo todo,
de después de sentirte el rey del mundo.
De después de ayudar a un anciano.
De después de echar un buen polvo.
De después de mirar atrás,
de saber que lo has hecho bien,
de no temer, de poder irte
para siempre,
con la sonrisa más bella
que nadie jamás pueda ver.




Por Henry Borowski...

sábado, 5 de mayo de 2012

La llamada de las cinco de la madrugada


 Eran las cuatro de la tarde de un día lluvioso. Mark y Marta bebían cervezas en un bar céntrico de la ciudad.
-Si hay algo que odio son esos silencios incomodos –apuntó Marta-. Esos en los que la tensión se puede cortar con un cuchillo.
-Yo creo que aclaran muchas cosas, no hay que menospreciarlos –aclaró Mark sin hacer demasiado hincapié en esa conversación. Parecía no interesarle.
-Puede ser. Pero no hay manera de salir de un silencio incómodo si no es diciendo alguna tontería o fingiendo una llamada telefónica. En esos momentos desearía que me llamasen los de las compañías de teléfonos para ofrecerme tarifas. ¿Dónde están cuando realmente los necesitas? –Marta se reía mientras jugueteaba con las aceitunas rellenas.
-Esos cabrones solo llaman a la hora de la siesta.
-Sí, y también te mandan el típico mensaje diciendo que has llegado a tu tope de consumo a las cinco de la madrugada.
-¿Esas son las llamadas o mensajes que recibes tú a las cinco de la mañana? –por fin hubo algo que consiguió despertar el interés de Mark en la conversación.
-Bueno sí. Esas y las de algún amigo que necesita algo.
-¿Y te llaman a esas horas si necesitan algo? –Mark apuntó incrédulo.
-Hombre, si les he dicho que si tenían un problema podían contar conmigo. Si estaban deprimidos o algo les robaba el sueño, antes de actuar precipitadamente que contasen con mi ayuda si la precisaban; no veo nada mal en que llamen… -Marta se colgó una medalla de buena samaritana, aunque no consiguió convencer a Mark.
-A esa hora únicamente se llama por tres motivos a parte de por una emergencia real y todo ese tipo de cosas –Mark iba a formular su gran teoría, para lo que se preparó dando un buen trago de su cerveza-. La primera es, que estas arrepentido por algo y no puedes esperar más a pedir perdón o comunicárselo a la otra persona, la otra es porque a esas horas se tiene el valor de decir cosas que por la mañana y la tarde no se tienen, el alcohol ayuda en esto; y la última es sexo. –Al finalizar su explicación Mark apuró toda la jarra con aire victorioso y orgulloso.
-Pues no estoy de acuerdo Mark. –No tardó nada Marta en quitarle mérito a su teoría.
-Eso es porque nunca has recibido la llamada de las cinco de la mañana…
-Pues no Mark. Nunca he recibido una llamada así a las cinco de la mañana –replico Marta con tono burlón.
-Pues cuando la recibas, quizá comprenderás  lo que intento decir. Además, tienes que hablar con propiedad: no es una llamada a las cinco de la mañana, es la llamada de las cinco de la mañana –volvió a crecerse Mark aunque ya no le quedaba cerveza para celebrar sus palabras.
-Lo que tú digas Mark. Pero que sepas que discrepo contigo en eso –añadió Marta haciendo un movimiento de ojos lateral y juntando los labios.

Los dos amigos pagaron la cuenta del bar y se dirigieron cada uno a sus respectivas casas. Mark entró en su pequeño apartamento con un pensamiento rumiante en la cabeza. No sabía si hacerle caso o deshacerse de él. Pensó que lo mejor era servirse una copa de vino y ver alguna película, hacer algo que distrajera su mente. En la televisión sólo se veía a tertulianos casi analfabetos haciendo ostentación de sus carencias culturales y mostrando su lado más ruin y necio. Decidió entonces salir al balcón a echar un vistazo a la ciudad cubierta por un leve manto de agua. Hacía frio y finalmente decidió entrar. La lluvia limpió su mente e hizo que sin más preámbulos fuese directo al ordenador a comprar un billete de avión para la Ciudad Condal que despegaba la semana próxima.

-¿Sí? ¿Quién es? –preguntó Julia con voz de dormida.
-Hola Julia. Soy yo, Mark. ¿Estabas dormida? Pensaba que habrías salido a dar una vuelta… -se excusó Mark al que se le oía con un tremendo jaleo de fondo.
-No. No he salido. ¿Pero qué hora es por el amor de Dios? ¿Y por qué me llamas a estas horas? – dijo Julia con cierto enfado.
-Son las cinco de la mañana y pensaba que estarías de fiesta y bueno, yo estoy en la ciudad.
-¡Ah, estas aquí! –dijo Julia con una mezcla entre sorpresa e incredulidad.
-Sí, bueno. Y… no es sólo eso… -añadió Mark atropelladamente.
-¿Ah, no? ¿Y qué más hay? –preguntó Julia con mucha intriga.
-Pues… que te echo de menos.

Por Stankowski.

jueves, 3 de mayo de 2012

¿Quién es el hijo de perra?

Frank tenía 15 años y quería tener con todas sus fuerzas un perro, era su mayor deseo. Después de insistirle mucho a sus padres, al fin consiguió su propósito y en su decimosexto aniversario sus padres le regalaron el perro que tanto ansiaba. Era un pequeño chucho de la perrera, una pequeña bola de pelo, apenas tenía un mes de vida. Frank al verlo se enamoró rápidamente de él, fue recíproco, la conexión entre ambos fue inmediata, decidió llamarle Bobby, un nombre muy poco común para un perro.
Todos los días Frank sacaba a pasear a Bobby, 3 veces al días, lo limpiaba, lo cuidaba, le daba de comer, a cambio Bobby le daba todo su cariño perruno, la fidelidad que sólo un perro puede dar, eran muy felices ambos.
Bobby tenía 4 años y Frank 19. Frank iba a la universidad, cuando llegaba a casa, Bobby siempre le daba la bienvenida tirándosele encima, le lamía la cara, todos los problemas que Frank tenía en la universidad, con sus amigos, sus padres o con su pareja, Bobby hacía que se disiparan. Bobby era un perro muy bueno, se quedaba quieto cuando había que bañarlo, no se orinaba o cagaba en casa, siempre daba cariño, no se peleaba con otros perros, no mordía las zapatillas…
Bobby tenía 7 años y Frank 22. Frank se había ido a vivir solo, se había llevado a Bobby con él. Frank ya no prestaba tanta atención a Bobby, no le sacaba tanto a pasear, no jugaba apenas con él, sin embargo, Bobby seguía mostrándole la misma fidelidad y cariño que siempre, no sabía hacer otra cosa que no fuera querer a su dueño. Frank daba más importancia a otras cosas como jugar a la videoconsola, emborracharse con sus amigos en casa y burlarse de Bobby, quedar con su novia, la mayoría de cosas habían pasado a un nivel de mayor relevancia que Bobby. Para Bobby no había cambiado, la prioridad seguía siendo Frank, no le reprochaba que no se centrará tanto en él, parecía que no le importará esta cuestión, ya que él siempre se comportaba igual con Frank, aunque éste le prestase más o menos atención.
Bobby tenía 9 años y Frank 24. Frank estaba cansado de Bobby, no le gustaba que siempre le recibiera con esa alegría que le mostraba Bobby, ya no le gustaba tener que bañar a Bobby, tener que comprarle comida, tener que sacarlo, en realidad, ya apenas lo hacía, y cuando lo hacía decía “venga chucho mea y caga rápido que no tengo ganas de estar aquí”, aunque le dijese eso, Bobby parecía realmente feliz al pasear con su dueño, movía la cola de lado a lado de forma efusiva, se frotaba con Frank cariñosamente, gesto al que Frank respondía con cara de desprecio. Bobby no dejaba de comportarse como ese amigo fiel que siempre había sido para Frank, aunque para Frank Bobby se había convertido en una carga, prefería no verlo más, parecía que Frank se había olvidado de todos los momentos malos que había tenido y que Bobby siempre había estado allí dándole su leal cariño.
Bobby tenía 10 años y Frank 25. Frank pagaba con Bobby todos los males que le ocurrían en su vida, había roto con su novia, iba a casa y pegaba a Bobby, el trabajo le iba mal, cuando volvía a casa Bobby le esperaba con su rabo eufórico, le lamía la cara, Frank le apartaba con furia, cogía un periódico, lo enrollaba y le azotaba. Bobby, tras cada castigo seguía queriendo del mismo modo que al principio a su amo, nunca le gruñó por ello, no mostró reproche alguno, siguió comportándose como un gran perro.
Bobby tenía 12 años y Frank 27. Frank se había vuelto un cascarrabias, odiaba la felicidad de los demás, sobre todo la de Bobby, se centraba en aspectos banales de la vida, se había vuelto totalmente egoísta, ya no sacaba a pasear a Bobby. Después de tres días sin salir, Bobby se meo en el piso de Frank, al verlo Frank cogió del collar a Bobby y lo estampó contra la pared, Bobby ni se inmutó. Frank lleno de ira cogió a Bobby, agarró las llaves del coche y salió de casa. Metió a Bobby en el coche y se fue. Llegó a una especie de bosque por donde no pasaba casi nadie, paró el coche, sacó a Bobby y allí lo dejó, arrancó el coche y se fue.
Frank llegó a casa, dejó las llaves del coche en la encimera de la cocina, se masturbó, se sentó en el sofá y se puso a jugar a la videoconsola, no había ningún atisbo de lástima o remordimientos en él. Bobby se quedó allí esperando a Frank, esperó y esperó…esperó durante dos semanas, hasta que murió por hambre o por tristeza, puede que por ambas. Segundos antes de morir Bobby, no parecía furioso con Frank, no había dejado de quererle, seguía queriendo estar con él, poderle ofrecer su compañía y cariño incondicional, no le echaba la culpa de pagar sus enfados con él, Bobby seguía sintiendo la conexión del primer día en que se conocieron…

Discípulo de Maestro Sho-Hai...