domingo, 6 de mayo de 2012

Sonrisas.


La sonrisa, o lo que es lo mismo
el reflejo del alma.

Las hay malévolas,
cuando el asesino sonríe
antes de apretar el gatillo.
Las hay siniestras,
como la de aquel payaso
que resultó llevar un disfraz
y tocar a los niños
en lugares que es mejor callar.
La sonrisa demoníaca
del psicópata que se cuela en la casa,
y después de violar a tu esposa,
te atraviesa con un cuchillo
sin poder dejar de reír.

Pero también hay bellas sonrisas.
Las de aquellos niños,
los del Pabellón de Oncología,
que sonreían sólo por el hecho
de poder hacerlo un día más.
La madre que después de tanto tiempo,
logra ver a su hijo por fin,
sin rastros de picaduras
en sus venas.

Y como olvidar la sonrisa de despúes.
De después de entregarlo todo,
de después de sentirte el rey del mundo.
De después de ayudar a un anciano.
De después de echar un buen polvo.
De después de mirar atrás,
de saber que lo has hecho bien,
de no temer, de poder irte
para siempre,
con la sonrisa más bella
que nadie jamás pueda ver.




Por Henry Borowski...

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