La
sonrisa, o lo que es lo mismo
el
reflejo del alma.
Las
hay malévolas,
cuando
el asesino sonríe
antes
de apretar el gatillo.
Las
hay siniestras,
como
la de aquel payaso
que
resultó llevar un disfraz
y
tocar a los niños
en
lugares que es mejor callar.
La
sonrisa demoníaca
del
psicópata que se cuela en la casa,
y
después de violar a tu esposa,
te
atraviesa con un cuchillo
sin
poder dejar de reír.
Pero
también hay bellas sonrisas.
Las
de aquellos niños,
los
del Pabellón de Oncología,
que
sonreían sólo por el hecho
de
poder hacerlo un día más.
La
madre que después de tanto tiempo,
logra
ver a su hijo por fin,
sin
rastros de picaduras
en
sus venas.
Y
como olvidar la sonrisa de despúes.
De
después de entregarlo todo,
de
después de sentirte el rey del mundo.
De
después de ayudar a un anciano.
De
después de echar un buen polvo.
De
después de mirar atrás,
de
saber que lo has hecho bien,
de
no temer, de poder irte
para
siempre,
con
la sonrisa más bella
que
nadie jamás pueda ver.
Por Henry Borowski...

 
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