jueves, 6 de febrero de 2014

Las plantas de la felicidad se marchitaron al no colocarlas al sol.

Se acerca el momento en el que me voy a precipitar al vacío, llenándolo de lágrimas de rabia y dolor aupadas en el corazón del trigo, ese que los tristes tigres comen tristemente en un trigal. Y ya no comen carne, porque han dejado de quererse a sí mismos, porque sus tigresas se han ido con los leones, dejándoles solos sin nada más que un cuenco lleno de lágrimas de cocodrilo, lágrimas verdaderas porque se sienten incomprendidos ante el mundo animal. Ellos no son malos, solo tienen hambre y un cerebro reptiliano, que no han elegido.

 Y cuando me lanzo al vacío de repente aparezco en esa tierra de baldosas amarillas que no es Oz, ni el País de las Maravillas, sino que es mi inconsciente que se rebela contra el mundo, puesto que no sabe, o no quiere saber, que el mundo está hecho para el sufrimiento. Y ya no sé qué busco en esta tierra muerta, en esta tierra donde antes las flores de la felicidad brotaban día tras día y desde que perdí mi inocencia han desaparecido, y mi mirada ya no es la de un niño sino la de un hombre sin ilusiones, y yo no quiero ser eso y por ello tecleo buscando en este mar de letras algo que me ayude a penetrar más de allá de mí y logre encontrar esa mirada limpia, pura, que provoca que los sueños sean más que eso, y que me dé alas para que cuando vuelva a caerme al precipicio de mi vida, tenga la suficiente fuerza para agitarlas y salir de ahí, y vea a todos los infelices mortales de esta tierra tras de mí, con sus trabajos y cabezas cuadriculadas, buscando un amor que nunca llega, porque como el primer rayo de sol que calienta al lagarto en una mañana nublada, es efímero, y solo luchamos por mantener esa llama encendida sin querer darnos cuenta de que la cera se está derritiendo sobre nuestros ojos, dejándonos ciegos para siempre, buscando un sentimiento cuando en realidad a lo que tememos es a la soledad, que hace que pueda oírme por primera vez, y da tanto miedo lo que tengo que decirme que prefiero acallarlo con gemidos de sexo, discusiones de pareja y el motor de un coche. 

Y los unicornios ya se están alejando de mí, porque saben que solo pueden vivir donde se crea en ellos, y yo hace tiempo que maté a las hadas y a los elfos porque tenía celos de que me robasen a mi pequeño Peter Pan que mantengo encerrado para siempre en una jaula echa de dolor y amargura, con unos barrotes que tal vez ya no se rompan jamás, y Peter Pan envejecerá y perderá también la mirada que ya he perdido, y no quedará otra que morir, buscando en un más allá algo que aquí he sido incapaz de encontrar.

Y las hojas del árbol que brota de la semilla del diablo que no es otra que mi podrida alma, se están cayendo una a una, y aunque sé que pronto llegará la primavera y las flores volverán a reaparecer, no sé si ya será tarde y ningún jardinero podrá ya salvarme. 

Por Carlos Borowski..

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