¿Y qué
hago si el hombre enjaulado no es otro que yo mismo? Intentando arañar la pared
de mis sentimientos con las garras afiladas que le robé al señor León, que
había matado a la oveja porque tenía celos del carnero que había subido a la
montaña más alta porque quería ser el rey de los cielos, sin saber que el
albatros ya lo había sido antaño, y había sobrevolado el planeta con la
elegancia de un cisne que antes fue mujer, y de la que yo me había enamorado y
ella se había largado por aquel no tan famoso lago.
Entonces
esas garras que yo llamo como mías, lo único que arañan es mi alma, desgarrándola
poco a poco y convirtiéndola en pedazos, y así me separo de este mundo para
volar ayudado por mi amigo Bacco, que si bien hace tiempo fue un Dios, ahora es
más bien una maldición de la que no puedo escapar, a la que vuelvo cada noche
en un bucle donde al final acabo vomitando la cena, las palabras y las
lágrimas, porque aunque mucha gente diga que cuando vomita no llora, no sabe
que cuando llora sí vomita, aunque sean sentimientos que están tan desbordados
que solo pueden caerse por el precipicio de tus mejillas, esas que tienen un
par de lagos en tus hoyuelos donde a veces vuelve a posarse el cisne, pero que
rápido desaparece para dejar paso al odio, la indiferencia y la dicha de no
estar a mi lado.
Y nada,
así es como el mundo animal se ríe curiosamente de los humanos, que creemos que
controlamos todo y ni siquiera podemos percibir el tiempo cuando estamos al
lado de la persona a quien amamos, u odiamos, o en una mezcla sempiterna de
ambos no queremos desprendernos de su lado y sin embargo, sabemos que eso es lo
que nos está matando. Seguid creyendo que somos los animales más aptos, yo me
quedo en el suelo escuchándoos. (O al menos fingiendo que eso hago).
Por Carlos Pelerowski..
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario