martes, 13 de mayo de 2014

Un lago donde los cisnes de Tchaikovsky hace ya tiempo que salieron huyendo

¿Y qué hago si el hombre enjaulado no es otro que yo mismo? Intentando arañar la pared de mis sentimientos con las garras afiladas que le robé al señor León, que había matado a la oveja porque tenía celos del carnero que había subido a la montaña más alta porque quería ser el rey de los cielos, sin saber que el albatros ya lo había sido antaño, y había sobrevolado el planeta con la elegancia de un cisne que antes fue mujer, y de la que yo me había enamorado y ella se había largado por aquel no tan famoso lago.

Entonces esas garras que yo llamo como mías, lo único que arañan es mi alma, desgarrándola poco a poco y convirtiéndola en pedazos, y así me separo de este mundo para volar ayudado por mi amigo Bacco, que si bien hace tiempo fue un Dios, ahora es más bien una maldición de la que no puedo escapar, a la que vuelvo cada noche en un bucle donde al final acabo vomitando la cena, las palabras y las lágrimas, porque aunque mucha gente diga que cuando vomita no llora, no sabe que cuando llora sí vomita, aunque sean sentimientos que están tan desbordados que solo pueden caerse por el precipicio de tus mejillas, esas que tienen un par de lagos en tus hoyuelos donde a veces vuelve a posarse el cisne, pero que rápido desaparece para dejar paso al odio, la indiferencia y la dicha de no estar a mi lado.


Y nada, así es como el mundo animal se ríe curiosamente de los humanos, que creemos que controlamos todo y ni siquiera podemos percibir el tiempo cuando estamos al lado de la persona a quien amamos, u odiamos, o en una mezcla sempiterna de ambos no queremos desprendernos de su lado y sin embargo, sabemos que eso es lo que nos está matando. Seguid creyendo que somos los animales más aptos, yo me quedo en el suelo escuchándoos. (O al menos fingiendo que eso hago).


Por Carlos Pelerowski..

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