Hace
tiempo que apenas sueño. Las sábanas me cubren. Los párpados no
yerguen. Mi mente vuela hacia el infinito, pero a la oscuridad es a
la única que invito. Me adentro en mi subconsciente pero no veo a
Koons, Magritte, Miró o Ernst. Frida Kahlo me abandona, y mis sueños
sólo son monocromo -triste- negro. Busco el motivo de tal
consecuencia, pero no consigo localizar la razón de esta ausencia.
No estoy libre de dudas ni preocupaciones, la mayoría de mi cabeza
está poblada de tales irrupciones. Sin embargo, ni rastro de
pesadillas. Nada me atormenta mientras duermo, mas tampoco vuelo, en
el jardín de los sueños de los poetas rotos. No sé dónde dejé
las alas de Morfeo, experto en perder más de lo que encuentro. He
dejado de vivir la vida como si fuese un cuento, tal vez por ello,
mis sueños se hayan sumergido en el fondo del mar Muerto. Mis ojos
se cierran y es como un punto y aparte, sin anuncios, cogen y se
abren. No me preocupa, pero me extraña. Alguien ha dejado de pulsar
el botón de la magia, la bombilla se ha fundido y yo aquí solito,
un payaso sin su circo. Quizá sea mi memoria, la que no recuerde
esas fantasías e historias; o puede que jamás vuelva a alcanzar la
fase REM, siendo un apátrida despierto, y durmiendo también. Qué
poca importancia le damos a los sueños, pero ahora que me faltan, me
siento enfermo. Si Freud me viera, no sabría qué decirme.
Probablemente me daría el pésame, por ser un ser que en sueños no
existe. Echo de menos mi ilógico subconsciente, ha desaparecido el
único momento en el que soy de él consciente. He dejado de ver la
filmografía, que pinta un espíritu que habita mi interior. El único
espectador, de un teatro inmenso de cartón. Acostumbrado a esas
obras donde todo es de color, excepto yo; ahora me siento confuso en
esta realidad sin ciencia ficción. 
Por si
jamás volvemos a cruzarnos, quiero decirte que sin ti me falta algo. 
Por Edgar Kerouac.
 
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