Ahora
que se me cierran los ojos, en ese breve momento entre la luz y la oscuridad,
aparece el brillo de tu sonrisa. Es un simple destello, que quema mis retinas
durante un instante que ojalá fuese eterno, porque sería nuestro.
He
caminado intentando dejar atrás las huellas de un pasado donde tú apareces, y
miro hacia delante, consciente de que al final serán borradas. Pero a veces por
miedo a un camino nuevo, desando lo andado, vuelvo a pisar las hojas caídas, y
arranco flores que aún no deberían ser soltadas.  
No se
puede saber que se siente, si nunca te has despertado desnudo a su lado,
acariciando su cuerpo a los pies de la Alhambra, o de tu casa, o en la falda de
una montaña, o apoyado en tu falda. El contexto da igual, estás ahí y sabes que
es un momento pluscuamperfecto. No hay momentos para la fotografía, los únicos
negativos quedarán guardados dentro y no se irán, no se pueden quemar.
He
caminado por senderos empapados en lágrimas, los bolsillos se habían
desbordado, eran bolsillos de cientos, todos seguían avanzando y dejando ese
lastre atrás. Estoy remando a contracorriente, despacio, pero sin pausa. Aunque
aún no logro ver el mar, no tengo prisa.
Ahora
que se me cierran los ojos,  tal vez sea
como el oso, y decida hibernar durante un tiempo. No yo como tal, pero ya me
entiendes. Llevo meses de letargo, agazapado, esperando. Ya no esperándote.
Porque no vas a volver. Pero espero algo. Algo nuevo tal vez.
Buenas
noches; como siempre, princesa.
Carlos Pelerowski
 
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