Odio
el ruido de este horno de pan, me recuerda el rugido de un motor a
ralentí, me recuerda al grito de auxilio de mi diablo sobre ruedas,
que más que un grito es el mugido de una vaca, de una vaca vieja
apunto de rendirse. Mi amigo me pide la jubilación, dice que se
encuentra cansado, siente que ya no es el que era, avergonzado por el
resto de bólidos jóvenes que se jactan de él, pero yo le animo, le
miento, le digo que puede con esto y mucho más. Le susurro que tiene
fuerzas para seguir comiendo carretera, fuerzas para gastar las
ruedas que nos lleven entre anocheceres malva y amaneceres ámbar.
Las estrellas nos envidian cuando nos ven tomando las curvas sin
apenas frenar. La música nos envuelve, dándonos paz con la furia de
las palabras de Jay Z, de Biggie o Tupac.
A
veces abro el techo y dejo los rayos de luz pasar, el viento asola la
tapicería, se aferra a los asientos, al embrague, acelerador y al
freno. Entonces noto como mi viejo amigo siente que puede aguantar un
día más, quizás dos o, por qué no, cientos más. Piso el
acelerador y viajamos entre las hendiduras del tiempo, allá donde no
hay prisa, donde el mundo te espera siempre, donde un beso no tiene
principio ni final, donde la felicidad no te abandona aunque mires
hacia atrás. 
Te
seguiré mintiendo mi pequeño diablo, pero sé que eres más sabio
que yo y que no te tragas mis inocentes mentiras, ni siquiera yo lo
hago. A tu billete le quedan pocos viajes, pero te has ganado las
alas y estaré allí ese día para dejarte volar.
Por Edgar Kerouac. 
 
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