Contra pronóstico los corderos devoran al
lobo, éste, en su último palpitar, pide la clemencia que a él le faltó. Los
corderos, con sus dientes desentrenados, rasgan el pelaje del lobo temeroso. El
lobo siente el frío del miedo, un miedo experimentado por última vez hace demasiados
años, ya apenas recuerda lo que sentía cuando lo tuvo. Sus venas se inflan
intentando escapar de la muerte, su pelo se eriza cual erizo intentando defenderse,
sus ojos salen de las cuencas intentando orbitar en una órbita sin peligro, su
lengua se seca, se queda sin palabras, sin furia, sin esperanza, el lobo ahora
es un perrito pidiendo un biberón de leche. 
El tigre ya no caza, la jungla ahora es de
cemento y se siente perdido. Siempre ha sido un solitario, como su amigo el
lobo, y ahora uno yace muerto y él cada vez ve más difícil la vida. Nunca ha
sabido lo que es el amor, a excepción del que se profesaba a sí mismo. Ahora ni
siquiera tiene ese. Ya no se acerca a la charca porque le repudia la imagen que
se refleja en ella, sabiendo que esos dientes solo han causado muerte y dolor,
y esas garras desgarraban los corazones de sus semejantes, y ese cuerpo solo
estaba diseñado para matar. Ahora el tigre ya no caza. Ahora el tigre solo
llora.
La hormiga, a la que ni tigre ni lobo
interesaba. La hormiga desapercibida por todos, que  no tenía amigos, sólo hermanos, primos,
padre, madre o sobrinos. La hormiga que es una entre millones de millones. La
hormiga que no sabe quién es, porque todas se parecen a ella. Confundida, sin
saber si es macho o hembra, si quedarse en el hormiguero o viajar perdida y
sola por tierra abierta. La hormiga que sólo nace para los demás, sin tiempo para
el egocentrismo de la salvación. La hormiga que nació muerta, porque una vida
sin uno mismo es una lupa reflejada por el sol, que te quema y te quema y sólo
ves desolación. 
La rata a la que nadie quiere. Esa que todo
el mundo desprecia, y que sin embargo siempre está ahí. La rata que sueña con
ser querida, con ser madre, con ser acogida. La rata que llora en cada esquina,
que huye de las miradas del resto y que busca ese trozo de comida que alimente
su alma herida, herida porque todos quieren acabar con ella como si fuese el
mayor enemigo del mundo. La rata que jamás ha sonreído despierta, que solo en
el sueño encuentra un poco de felicidad en su pequeño corazón, roto por el
dolor y la soledad. Ella solo quería ser amada.
Garrapata. Diminuta como ninguna. Conoce al
lobo, al tigre, a la hormiga y la rata. Se alimenta de cada uno de ellos. No
sólo sorbe sus sangres, aspira cada racimo de armonía, hurta la poca paz que
han conseguido, les insulta al oído con falacias que rompen los corazones
estropeados. La garrapata vive de su maldad, pero es su única forma de vivir,
es un instinto que no puede renunciar si quiere seguir respirando el oxígeno
contaminado. La garrapata es esa inquilina que no puedes desahuciar y que poco
a poco te agota, te consume y te hace la cabeza agachar, viendo que la sombra
que ahora eres es un espectro vacío del mal.
Hombre. Rey de reyes, o eso cree él. Apocalipsis
continuo. Máscara de papel. Depredador frustrado. Él era todos los corderos que
mataron al lobo, él enjauló al tigre, pisoteó a la hormiga, envenenó a la rata
y fumigó a la garrapata. Acabó con todos ellos, sin saber que cada vez que aniquilaba
a un animal se exterminaba a sí mismo. Y llegó el día en que no quedaba nada
que matar, excepto sus semejantes. Fue así como clavó el cuchillo en el corazón
de su amada. No fue un cuchillo de metal, pero a veces las palabras cortan más
que ellos. Las palabras pueden arrancar las alas de los ángeles y destruir el alma
de los animales, pero no la nuestra, pues tiempo ha que la vendimos al peor
postor, el odio
A cuatro manos, dos medios corazones y una amistad, Pelerowsky y Kerouac.
 
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