viernes, 7 de marzo de 2014

Zoo humano


Contra pronóstico los corderos devoran al lobo, éste, en su último palpitar, pide la clemencia que a él le faltó. Los corderos, con sus dientes desentrenados, rasgan el pelaje del lobo temeroso. El lobo siente el frío del miedo, un miedo experimentado por última vez hace demasiados años, ya apenas recuerda lo que sentía cuando lo tuvo. Sus venas se inflan intentando escapar de la muerte, su pelo se eriza cual erizo intentando defenderse, sus ojos salen de las cuencas intentando orbitar en una órbita sin peligro, su lengua se seca, se queda sin palabras, sin furia, sin esperanza, el lobo ahora es un perrito pidiendo un biberón de leche.

El tigre ya no caza, la jungla ahora es de cemento y se siente perdido. Siempre ha sido un solitario, como su amigo el lobo, y ahora uno yace muerto y él cada vez ve más difícil la vida. Nunca ha sabido lo que es el amor, a excepción del que se profesaba a sí mismo. Ahora ni siquiera tiene ese. Ya no se acerca a la charca porque le repudia la imagen que se refleja en ella, sabiendo que esos dientes solo han causado muerte y dolor, y esas garras desgarraban los corazones de sus semejantes, y ese cuerpo solo estaba diseñado para matar. Ahora el tigre ya no caza. Ahora el tigre solo llora.

La hormiga, a la que ni tigre ni lobo interesaba. La hormiga desapercibida por todos, que  no tenía amigos, sólo hermanos, primos, padre, madre o sobrinos. La hormiga que es una entre millones de millones. La hormiga que no sabe quién es, porque todas se parecen a ella. Confundida, sin saber si es macho o hembra, si quedarse en el hormiguero o viajar perdida y sola por tierra abierta. La hormiga que sólo nace para los demás, sin tiempo para el egocentrismo de la salvación. La hormiga que nació muerta, porque una vida sin uno mismo es una lupa reflejada por el sol, que te quema y te quema y sólo ves desolación.

La rata a la que nadie quiere. Esa que todo el mundo desprecia, y que sin embargo siempre está ahí. La rata que sueña con ser querida, con ser madre, con ser acogida. La rata que llora en cada esquina, que huye de las miradas del resto y que busca ese trozo de comida que alimente su alma herida, herida porque todos quieren acabar con ella como si fuese el mayor enemigo del mundo. La rata que jamás ha sonreído despierta, que solo en el sueño encuentra un poco de felicidad en su pequeño corazón, roto por el dolor y la soledad. Ella solo quería ser amada.

Garrapata. Diminuta como ninguna. Conoce al lobo, al tigre, a la hormiga y la rata. Se alimenta de cada uno de ellos. No sólo sorbe sus sangres, aspira cada racimo de armonía, hurta la poca paz que han conseguido, les insulta al oído con falacias que rompen los corazones estropeados. La garrapata vive de su maldad, pero es su única forma de vivir, es un instinto que no puede renunciar si quiere seguir respirando el oxígeno contaminado. La garrapata es esa inquilina que no puedes desahuciar y que poco a poco te agota, te consume y te hace la cabeza agachar, viendo que la sombra que ahora eres es un espectro vacío del mal.

Hombre. Rey de reyes, o eso cree él. Apocalipsis continuo. Máscara de papel. Depredador frustrado. Él era todos los corderos que mataron al lobo, él enjauló al tigre, pisoteó a la hormiga, envenenó a la rata y fumigó a la garrapata. Acabó con todos ellos, sin saber que cada vez que aniquilaba a un animal se exterminaba a sí mismo. Y llegó el día en que no quedaba nada que matar, excepto sus semejantes. Fue así como clavó el cuchillo en el corazón de su amada. No fue un cuchillo de metal, pero a veces las palabras cortan más que ellos. Las palabras pueden arrancar las alas de los ángeles y destruir el alma de los animales, pero no la nuestra, pues tiempo ha que la vendimos al peor postor, el odio




A cuatro manos, dos medios corazones y una amistad, Pelerowsky y Kerouac.

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