La
gente sonríe, pero no es feliz. Sonreímos para engañar al cerebro,
para hacerle creer que estamos contentos y que nos suministre un poco
de nuestra droga natural, la dopamina. 
Trabajamos
y siempre portamos nuestra más falsa y horriblemente preciosa
sonrisa. Cansados, en un trabajo que no nos apasiona, que nos amarga
hasta límites insospechados, remunerados insuficientemente, pero
nuestra cara sigue mostrando esa asquerosa expresión de felicidad.
En
casa, sentados en el sofá, escuchando la monserga de una pareja que
pagarías por poder matar, pero tú sigues sentado, escuchándola,
con una amplia sonrisa. Ella, cansada de un marido que vive pegado a
un sofá, insatisfecha durante años en la cama, deprimida por tener
una pareja que no escucha sus sentimientos expresados en palabras, se
limita a prepararle la comida con una brillante sonrisa. 
Profesores
agotados de sus explicaciones rutinarias. Año tras año explicar la
misma basura una y otra vez, viendo como sus salarios son recortados
y sus horas aumentadas, viendo como su trabajo no obtiene frutos,
pues esos niños acabarán siendo escoria andante. Una única pizca
de esperanza ronda por sus mentes, y es que, alguno de esos niños se
convertirá en un bonito fruto, pero esa esperanza se desvanece
rápidamente, ya que saben que esos frutos se marchitarán al estar
rodeados de tanta contaminación, no estoy hablando de contaminación
química, ni acústica, ni nada por el estilo, estoy hablando de
contaminación humana, el constante contacto con seres despreciables
nos transforma en lo mismo. Aun con todo, los profesores siempre van
acompañados de esa sonrisa irritante. 
Los
políticos siempre nos quieren comprar con su magnánima sonrisa. No
les importa un bledo cómo nos sentimos, cómo nos llamamos, si
tenemos casa donde vivir y dinero para comer. Lo único que les
importa es ensayar una y otra vez la sonrisa con la que nos van a
vender su propaganda. Me encantaría hablar con el espejo donde
practican esa malévola liturgia.
Los
abuelos sonríen, y sonríen mucho, mostrando al mundo que siguen
vivos, intentando engañar a las personas que rondan a su lado, pero
yo sé que tras esa forzada sonrisa se oculta un terrible horror,
unos pensamientos que van dirigidos a evitar la realidad, niegan
enfrentarse a sus últimos pasos, esa sonrisa sólo les impulsa un
poco más hacía el escarpado acantilado. 
Todos
sonreímos para intentar mostrar que no estamos tristes o que somos
infelices. Esta sociedad no admite la tristeza, es síntoma de
rareza, de anormalidad, ¿cómo vas a estar mal en un mundo tan
perfecto como en el que vivimos?. Debes dar gracias por tener el
privilegio de poder pisar el suelo por el que caminas; debes sonreír
por tener un trabajo donde te explotan; debes alegrarte por vivir en
una casa que acabarán pagando los hijos de tus hijos por un precio
10 o vete a saber tú cuántas veces más su precio real; es
obligatorio sonreír porque en el mundo ya no existe racismo, somos
totalmente tolerantes, pero la realidad es que apenas hay racismo
público, porque el verdadero racismo sigue escondido en corazones oscuros, el racismo más poderoso, el que no se ve venir; debes ser
un tipo risueño y estar tranquilo, pues los políticos se ocupan de
todo, se ocupan de que el próximo alimento que comerás será
buscándolo en la basura, entre cucarachas y restos de comida en
descomposición; debes reír con una gran carcajada porque la policía
te respalda, es la seguridad del estado, y con una sonrisa de oreja a
oreja te echará a patadas de tu casa si no puedes pagarla; tienes
que estar contento si tu amigo se suicida porque no aguanta más en
este sucio mundo. La gente conoce a los infelices, pues tras esas
sonrisas se cobijan lágrimas puras, desesperanzadoras pero
tremendamente bellas e interesantes. Esa gente es igual que tú, sin
embargo, si te ven triste no pienses que dudarán en mirarte
extrañados, en hacerlo público, en sentir compasión hacia ti y
hacer creerte que necesitas ayuda, que eres un deshonor para la
sociedad. Que su buen aspecto no te haga titubear ni un segundo, ya
que esa gente, atormentada por dentro y aparentemente feliz por
fuera, es la que se encuentra realmente perdida en la vida. Recuerda
esto, no vuelvas a leerlo, ni siquiera hagas el intento de revisarlo,
no lo comentes a nadie, te tomarán por loco, simplemente grábalo
con un fino cincel en tu amígdala, en un lugar oculto de la misma,
que ni siquiera tú sepas el camino. Recuerda que los días se
esfuman como una botella en el mar y que los años se escapan sin
darte cuenta, tranquilo, tú sabes todo esto y sabrás cómo
enfrentarte a ello. La gente tiene miedo al paso del tiempo, a la
muerte, a la tristeza, es tan fácil como amar aquello que el resto
de la gente teme. Juega con la muerte, besa tus lágrimas, aprende de
los vagabundos, conoce culturas totalmente opuestas a la nuestra,
enfrentate a tu vergüenza y haz que se enrojezca, y cuando al final
de ese largo recorrido te encuentres a ti mismo llorando frente al
espejo, sonríe, sonríe hasta que te duelan las costillas y te
orines encima, porque en ese preciso momento, nunca antes, te habrás
liberado de los prejuicios de  la sociedad con los que naciste
tatuado, con los que creciste por obligación, con los que apunto
mueres repleto de tristeza interna pero con una sonrisa externa...
He
aprendido a no ser un hipócrita feliz, soy el villano al que nadie
quiere, ya no quiero ser el superhéroe que la sociedad moldea a sus
anchas, soy aquel malhechor triste que hace lo que cree correcto y no
lo que proclama la sociedad como adecuado, no dejes que tu sonrisa
sea una mercancía que pueda comprarse, mi puto alma no obedece
leyes, mi alma se expande en rebeldía y quiere acariciar esas almas
cautivas que lloran detrás de una sonrisa...
Por discípulo del Maestro Sho-Hai... 
 
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