Rodaron cabezas, cabezas sin cerebro. Giraron dos o tres
veces, formando tirabuzones en el aire, hasta que cayeron por las
escaleras. Uno, dos, tres...siete escalones de madera, sin rastro de
sangre. Cabezas huecas, pero sonrientes. Resplandecientes mariposas
se posan en aquellas cabezas, cuyos ojos mantienen vivo a un ser
humano, ojos brillantes de ilusión, una ilusión que parece tener
fuerzas para no apagarse nunca, haciendo digno lo que el vacío
cerebro no pudo hacer jamás.
Vuelven
a rodar cabezas, esta vez con cerebro. Cabezas que chocan sin gracia
contra el suelo, dejando escapar ideas, sentimientos y hasta el
último rastro de conocimiento. Las cabezas caen violentamente por
los siete escalones, quedando, al final, la cara boca arriba, con un
aspecto infernal, ni siquiera las moscas quieren aproximarse, ni los necrófagos buitres degustar esa triste carne. Los ojos de esas caras
muestran las más grandes atrocidades, ojos de cuervo, ojos no
bienvenidos en el paraíso, ojos sin música, ojos con la única
esperanza de no seguir viviendo. Ojos con un mensaje grabado “la
inteligencia duele”.
Por discípulo de Maestro Sho-Hai... 
 

 
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