martes, 28 de mayo de 2013

Respuestas sin preguntas.


Por qué, cuando miro atrás,
todas aquellas mujeres que,
de algún modo u otro
alguna vez he querido,
¿ella sobresale del resto?

Por qué, cuando miro atrás
y recuerdo mi primer beso,
o la primera vez que tuve sexo
¿Ninguna fue
contigo?

Tal vez me equivoque,
puede que el problema
sea que planteo la pregunta,
¿y si planteo respuestas?

Creo que, 
al no haber hecho nada con ella,
la he podido transformar,
metafísicamente hablando
en un ángel, puro y perfecto.

Y creo que engo miedo, 
que siempre lo he tenido,
a que ese estado
de pureza máxima
se pueda romper, y convertirla
sin querer, 
en una más de todas ellas.

Pero me doy cuenta de que,
por fin llegan las respuestas.
No hace falta preguntas,
sólo respuestas.

Cambiaría mil recuerdos
porque me hubiese
robado ese primer beso;
porque hubiese conocido
de sus manos
el placer del sexo.
Haber explorado con ella
el cuerpo de una mujer.
Sus pechos, sus caderas,
su húmedo coño resbalando
entre mis labios.

Y, sin embargo, puede
que muera sólo (o con alguien a mi lado)
pero que a ella jamás
la haya ni tan siquiera besado.
Y aún así,
nadie, nunca podrá decir,
que yo no la he amado.



Por Henry Borowsky...

Preguntas sin respuesta.

Si aquel día ella a él no le hubiera besado, 
¿seguiría recordándola, de una manera tan clara,
tan profunda, tan eterna?

Si alguna vez me hubiera besado,
¿seguiría por ella añorando, llorando
en noches eternas?

Si hubiera descubierto su cuerpo,
¿mi visión de la vida habría mudado,
siendo otro ser humano?

Si me hubiese amado,
¿Yo alguna vez la habría amado?


Por Henry Borowsky...

lunes, 27 de mayo de 2013

Amor-Dolor.

¿Qué es el amor?
Se pregunta el anciano
al que sus propios hijos
han abandonado.
¿Qué es el amor?
La respuesta ella no sabe,
sólo conoce el sonido
del cinturón.
Ese que le golpea
noche tras noche.
¿Qué es el amor?
Le pregunta él a ella.

Dolor.
Ese niño ya sabe qué es.
Cuando tarde tras tarde
el entrenador entra
y se queda a solas con él
 en las duchas del vestuario.
Dolor.
Ella lo experimenta
cuando ese día le falta
un trago.
Y siente que la noche
no llega, y aún sobria.
Dolor.
Le dice ella a él.

¿Qué es el amor?
Me pregunto a solas,
en la oscuridad de la noche.
Dolor.
Lo siento a menudo,
sin saber cómo entra en mí
ni porqué.
Pero ahí se queda,
quieto, agazapado.
Tal vez en mi interior no quepan
Los dos.
Y hasta que ese amor llegue,
no se irá el dolor.
Y a veces,
como el susurro del viento,
el amor penetra a bocanadas en mí.
Pero no es suficiente,
porque el dolor
siempre, siempre,

acaba venciendo en mi interior.





                                                   La guerra aún no ha terminado, amigo mío.


Por Henry Borowsky...

lunes, 20 de mayo de 2013

CANCIÓN DEL FORZADOR PEREGRINO



(A Carlos Martín Peleteiro Quintáns)

Arco de la Almedina,
cuestecitas empedradas,
un Cabildo de estudiantes
bebiendo la madrugada,
fados por las esquinas
despeinando las guitarras,
ecos de antiguas voces
rodando por las escadas,
pasiones de cuatro días,
amores de dos miradas,
francesinhas en Atenas
sin pisar Grecia ni Francia;
fiesta de los bigotes,
del semáforo y las gafas,
bienvenido a la república
independiente de tu casa,
sudores en las ojeras,
mañanitas de resaca,
cenizas de cintas viejas
bajo el suelo de Conchada,
sirenas en los jardines
una Reina en Santa Clara;
y un penar entre las piedras
de las saudades del alma...
los cabellos de Coimbra
de las manos se me escapan.



Poesía de Miguel Gomez Márquez, pintor, artista, genio y figura sevillano.

El Buscón

 
Ahí se encuentra, en la playa, cuando está vacía, cuando sólo quedan los pájaros perdidos, aquellos sin nido al que regresar, personas escondidas tras su alargada sombra. Ese hombre ataviado de una andrajosa ropa, porta una chaquetilla verde desgastada -un verde sin esperanza-, una gorra de alguna marca de licor barata, unos pantalones con parches sobre parches y unos zapatos con agujeros tan grandes que podrían ser la madriguera de una comadreja -o de una familia entera de comadrejas-. El aspecto de aquel ser es de estar más consumido que su propia ropa. Podría arriesgarme e intentar adivinar su edad, pero erraría, y no me apetece.

Consigo lleva un detector de metales. Busca y busca en la, cada vez más apagada, playa, intentando encontrar su botín. Tiene una chepa prominente, como la del Jorobado de Notre Dame, originada de tanto agacharse para cerciorarse de si lo que ha encontrado es un tesoro o simple basura.

Rodeado de gaviotas tuertas, sigue buscando, sin perder la esperanza. Detrás de esa piel arrugada, se vislumbra una luz sólo comprensible por una tremenda ilusión. El Buscón sabe que cerca suya hay gaviotas tuertas -que le inspeccionan con su ojo bueno-, sombrillas -que por la noche únicamente redundan-, el mar, un paseo iluminado por farolas de luz naranja. Sabe que las estrellas le vigilan con mala cara, pero aunque es conocedor de todo lo que le rodea, él no lo ve, sus ojos sólo perciben la arena, arena y más arena, un grano y otro y millones más. Su mente selectiva filtra exclusivamente la arena, nada más.

Yo le miro fijamente, pero el Buscón no me ve. Observo cada uno de sus cansados gestos, hipnotizado por su meticuloso hacer, estudiando porqué pierde el tiempo de ese modo. Pierdo mi tiempo viendo como él pierde el suyo. Es triste y cierto a la vez.

Marché de la playa sin descubrir el motivo de su búsqueda. Sin embargo, su imagen no ha parado de repetirse en mi mente como una película sin fin. Únicamente en sueños el Buscón me abandonaba, aparecía yo en la playa, sentado lejos de la orilla sin poder moverme, ni parpadear, sin apenas respirar, agobiado sin saber el porqué.

Un día descubrí la solución del puzzle. La solución llegó a mí cuando dejé de buscarla -es una de las contradicciones de la vida-. De repente me di cuenta que la ilusión del Buscón no era encontrar un tesoro maravilloso. Después de cinco horas de agacharse para nada, hurgar en la arena una y otra vez, agotarse sin provecho alguno, para finalmente obtener un botín de dos euros -repartidos en monedas de diez, veinte y, milagrosamente, cincuenta céntimos- ¿eso merecía la pena? La ilusión del Buscón no son los cinco euros, ni la pulsera de acero, ni un estropeado reloj. Su ilusión es simplemente la búsqueda. Dedicar tiempo a buscar tesoros ocultos, momento en el que en su cabeza no hay lugar a problemas, pensamientos destructivos, ni de ningún otro tipo, su mente sólo le trasmite energía en forma de ilusión para seguir buscando. Sabe que cuando encuentre la moneda de cincuenta céntimos la ilusión se desvanecerá y una gloria, extremadamente, fugaz le invadirá, pero esa gloria no es perenne ni mucho menos, y entonces el Buscón quiere recuperar esa ilusión olvidada. Abrazarla y perpetuarse con ella.

Yo también creo que he encontrado el modo de alargar mi ilusión, pero tengo miedo a encontrar la moneda de cincuenta céntimos y que la gloria se esfume como un caramelo en un colegio, y volver a sentirme vacío, o que la moneda no quiera que yo la encuentre, y sentirme vacío y dolido. Es muy sencillo mantener la ilusión cuando no has encontrado lo que buscabas, mas es demencialmente complicado mantener la ilusión cuando lo tienes en las manos. El cobarde se conforma con la ilusión de querer tener algo sin atreverse a cogerlo, el valiente se arriesga a perder su ilusión y caer en el pozo del dolor por acariciarlo.

Tal vez me veáis envejecido, arrugado, empequeñecido, estoy cogiendo fuerzas para meter la mano en la arena y enfrentarme a los cincuenta céntimos. Como me dijo un amigo en la lejanía, pero cuyas palabras resonaron en mi piel como si estuviese a mi lado, “lánzate desde la cima y disfruta de las vistas”, eso haré cuando mis uñas sientan la húmeda arena. 



Por discípulo de Maestro Sho-Hai. 

jueves, 16 de mayo de 2013

Timba

 
Rodeado de amigos, jugando una partida de póquer, entre humo de puros y vasos de whisky sin hielo, entre palabras de gratitud y locura, entre cuadros cubistas y surrealistas, con la melodía de un gramófono arañando un vinilo gastado de James Brown. Miro mis cartas para planificar mi siguiente jugada, decido observar a mis rivales -sólo en el transcurso de la partida-, alzo la cabeza pero ya no están, estoy solo. Miro de nuevo mis cartas y han desaparecido, no hay whisky, no hay puros, no hay arte, no hay nada.

Aparezco desnudo en una blanca y sencilla bañera, el agua está fría. Tengo frío. Tirito, pero sigo allí sumergido, inmóvil, aturdido como una bofetada sorpresiva. Una presencia que no consigo ver me acaricia la espalda en zigzag, me suspira tras la oreja, no necesito verla, sólo sentirla. El agua ha dejado de estar fría. No tiemblo. No tengo miedo.

La invisible presencia me seca mis húmedos ojos. El grifo de la bañera nunca ha estado enchufado, la bañera no está llena de agua, al menos no de agua dulce, sólo lágrimas malva de agua salada. No recuerdo haber llorado, pero no pienso en ello, ya no, esa presencia me hace sentir en calma, me protege de mi mente. Sin embargo, ahora necesito saber quién es esa presencia. Decido darme la vuelta, muy lentamente, la boca se me seca como un pantalón a dos metros del sol, comienzo a sudar por el ansia de la incertidumbre, por el no saber, por encontrarme a quién no me quiero encontrar. Desprendo calor, mucho calor, el agua empieza a hervir, ya veo su sombra, estoy a punto de saber quién es...

Una hostia en la cabeza me despierta. Estoy en una mesa jugando al póquer. Un cuchitril inmundo, vómito en la desgastada moqueta, lejía como ambientador, cámaras en cada esquina de la sala...Los que me rodean no son mis amigos. Todos beben y fuman menos yo, todos sonríen menos yo, todos ganan menos yo. Miro mis cartas y ahora recuerdo porqué se llenó esa bañera de agua salada.

Me levanto de la mesa, derrotado, humillado una vez más...me siento vacío, como si me faltase algo, entonces me giro, lentamente, vuelvo a sentir la invisible -pero conocida- presencia, noto su calor alejándose de mí, abandonándome, condenándome a la orfandad absoluta. Vuelvo a tener miedo. No quiero girarme del todo, pero empleo mis últimos gramos de valentía y consigo darme media vuelta...allí en el centro de la mesa, como un florero de flores mustias, entre las carcajadas de aquellos desgraciados, mi corazón, latiendo cada vez más despacio, apagándose, cubriéndose de moho.

Vuelvo a tener frío, me siento mojado, caen lágrimas de unos ojos ya quebrados. Me lo he jugado todo, me he jugado a mí mismo intentando salvarme, y he perdido. 


Por discípulo de Maestro Sho-Hai. 

martes, 14 de mayo de 2013

Consciencia masturbadora.


Cuando veo a mi alrededor todo lo que veo, no sé que pensar. La vida es un lamento eterno. Son las cinco de la madrugada, me acabo de masturbar y creo que iré a dormir. Obviamente prefería haber echado un buen polvo, pero ya sabes amigo, en esta vida no todo es como uno quiere. Así que me la pelo como un mono mientras trato de encontrar algún agujero húmedo donde poder meterla un rato. Pero a veces la búsqueda es tan pesada que pienso, ¿merece la pena? Porque pensándolo fríamente, es sólo sexo. Placer, sentir el cuerpo de otra persona, sus gemidos, su piel. ¿Es para tanto? Obviamente hablo desde el punto de vista del recién masturbado, ya sabes, cuando te odias a ti mismo por haberlo hecho y encuentras el sexo algo sucio y un poco asqueroso. Sé que cuando haya acabado estas líneas tendré ganas de meterla de nuevo, es como funcionamos, así estamos programados. Y ojo, no digo que esté mal, si no la especie habría quedado extinta hace miles de años. Pero el hecho claro es que hoy no he follado, ni ayer, ni hace una semana. Y cada vez siento más y más ganas, hasta que en algún momento explote y me dé por no sé, hacer un Carradine en el armario de mi cuarto. Menos mal que mi armario no tiene puertas, con lo que esa opción queda descartada. Así que, ¿Qué puedo hacer? El río Mondego tiene el agua fría, eso bajaría mi erección, pero la corriente es fuerte y tengo miedo a morir ahogado de noche. ¿Ducha fría? Ni que esto fuese un campo de concentración. Y me pregunto,¿ en esos campos se la machacarían?¿O estarían tan machacados ellos mismos que sólo tendrían ganas de dormir? Lo cual me lleva a pensar que tal vez el deporte sea bueno para calmar mi apetito sexual. Pero es de noche y no tengo ganas. Hablando de apetitos, dicen que algunas comidas son orgásmicas, pero por desgracia mis dos baldas de frigorífico están prácticamente vacías. Hay un chorizo de mi abuela, me lo podría meter por el culo. ¿Será eso lo que llaman el placer de la comida? Pero luego el olor fuerte del chorizo mezclado con el de mis heces tal vez sea algo repugnante, y te recuerdo que tengo que dormir. Así que dormir es tal vez la solución, pero tengo la mala costumbre de pensar cosas obscenas antes de dormir, con lo que mi erección vuelve y pide un vacíado. El caso es que ya he vaciado demasiadas veces hoy el cargador, pero parece un truco de videojuego, ese que te daba balas infinitas. Porque esto no para. En fin, creo que me voy a decantar por cagar mientras leo a Murakami, no porque éste sea malo, sino porque es el libro que tengo entre manos, y prefiero un libro que mi pene. Así que, sea dicho, cagar y dormir. Y mañana será otro día. En el que tampoco follaré, ya que tengo que estudiar y no podré emborracharme. Lástima, otro día sobrio en mi vida, y ya van tres. No se como aguantaré…Y hablando de aguantar, no me aguanto más, así que el wáter me espera. Un abrazo amigo, y piensa en todo esto. Si no he vuelto en quince minutos es que el wáter me ha engullido y no tendré que pensar en nada, porque estaré rodeado de mierda, y bueno, no tendré tiempo.  Un abrazo de parte de tu conciencia, en breves vendrá la puta de mi hermana, la subconsciencia esta que va de guay porque solo sale por las noches, pero que no es mejor que yo. Así que me despido, hasta cuando te despiertes, Cabrón.

Por la conciencia de Henry Borowsky...

Recuerdos de la ciudad herida.


Encontrar la soledad
En lo más profundo del río
Que fluye por tu cuerpo.
Buscar las caricias
En la tierra fría
Que te abraza cuando,
Borracho y cansado
Caes sobre ella.
Besar la botella
Sabiendo que ese amargor
Pronto se convertirá en ilusión.                              
Ilusión metamorfoseada  mágicamente,
Llevándote a la locura
Que te atrapa en la noche.
Dónde una vez dentro,
No podrás escapar hasta que el Sol
Rompa el hechizo.
Encontrar a alguien igual que tú,
Con el que compartir la botella,
La música, la vida.
No olvidar la ciudad que te acoge,
Volver cada año por los mismos callejones.
Tocar esas piedras, sentir que todo se acaba.
Y, que sin embargo, al final,
Por alguna razón que el vino da,
Saber que todos esos recuerdos estarán ahí,
Donde yacen tus huesos bajo el peso de la vida.
Morir como un vagamundo,
Sabiendo que no has desperdiciado
El camino que has recorrido.
Hacerse fuego, envuelto en llamas
Arrojarte al vacío del mundo,
Y poder salir ileso.
Y, por fin
Como el ave fénix,
Resurgir de tus cenizas
Como un hombre nuevo.
Y mirar atrás, y poder sonreír
Mientras los ojos se empapan
En lágrimas, lágrimas empapadas
En vino.


Por Henry Borowsky...

Vagamundo

 
Vayamos a los grandes Estados Unidos, centrémonos en Oregón, concretamente en Portland, su ciudad más relevante. Portland es una ciudad repleta de árboles, con un clima triste, la mayoría de los días cielos grises, bastante frío y con el mayor índice de vagabundos del país y el estado con mayor índice de suicidios. Portland debe ser una de las ciudades más interesantes de visitar, dolorosa a la vista pero de expansión emocional.

La palabra “vagabundo” se deriva del adjetivo latino vagabundus, "inclinado a errar", del verbo vagor, "vagar". Es decir, el vagabundo de un modo personal, o debido a su situación, tiene un estilo de vida errante en una sociedad sedentaria.

En la India los vagabundos son venerados y respetados, al ser capaces de renunciar a la vida mundana. Se deshacen de todo su equipaje material, y emprenden un viaje de autoconocimiento, comprender a su yo más puro, sin ataduras de la vida pasada, sin adornos inservibles, intentando hallar los complejo en lo sencillo. En la India son conocidos como los sadhu, éstos deambulan por los bosques o las calles en busca de su libertad personal. El sadhu no deja de pertenecer a la sociedad, pero se mantiene al margen de sus placeres y dolores. Sin embargo, huir de los placeres y dolores humanos es la muerte del alma, quizás eso es lo que buscan, morir en vida y renacer cual robot de carne y hueso, frío como un témpano, sin necesitar nada ni a nadie.

¿Los vagamundos son marginados por la sociedad o se marginan ellos mismos? Decidir ser un vagabundo es una cuestión arduo complicada. Para llegar al punto de renunciar a todo y ser invadido por miradas de repulsión y la soledad más absoluta, hay que tener una valentía sin igual y haber sufrido lo que sólo está escrito en el podrido corazón de ese, cada vez menos, ser humano. Los vagabundos no lloran por fuera, no se sienten merecedores de tal privilegio. Éstos dejan llover a sus ojos hacia dentro, siempre pegados a un litro de cerveza no porque beban constantemente, que también, sino porque escupen en la botella las negras lágrimas que colapsan su organismo, no quieren morir de un “llorarcidio”. Parecen sentimentalmente duros como hierro -parecen- y físicamente muertos andantes, pero una vez asumida su condición y el daño que les acompañará a la tumba, intentan crear su nirvana particular, su soñada gloria, acariciar una beatitud plausible...

Cuando sólo un cartón de vino quiere ser tu amigo, cuando los piojos se arremolinan en tu alborotada barba, cuando los basureros se asombran por el olor que desprendes...al mendigo ya nada de eso le importa. Él dejó de ser hace tiempo un esclavo de la sociedad, sufre como nadie, eso es cierto, pero es libre entre la mugre que le cubre. No necesita pagar una hipoteca, el mundo es su casa; no necesita arreglarse para agradar a los demás, ni siquiera se gusta así mismo y le gusta no gustarse, le agrada su fealdad, porque también hay belleza en las cosas feas, porque la belleza es subjetiva y cada uno debe crear sus cánones; descubrió que la felicidad eterna sólo existe si disfrutas de tu soledad, de tus enfados, de tus desgracias, de tus tristezas...felicidad sin tristeza es como el rico sin el pobre, como un sidecar sin el vehículo lateral, como un jinete sin caballo, como la vida sin la muerte. Si quieres ser feliz ama tus peores días.

El vagabundo sabe la clave de la vida y por eso se desprende de todo. La gente tiene miedo a ser feliz, cuando se siente feliz creen que algo malo les va a llegar, entonces nunca disfrutan de esos momentos milagrosos, y esos momentos nunca regresan, vendrán otros, pero nunca los mismos... Los trenes pasan cientos de veces, pero son trenes ligeramente distintos, con sabor y olor dispar, con detalles tan invisibles como importantes...El vagamundo nunca deja pasar esos instantes, pues sabe que son efímeros y que pronto retornará su desgraciado malestar. Por ese motivo, no piensa en el porvenir que no existe, disfruta de la nada que tiene entre sus roñosas uñas. Cada lágrima, cada luciérnaga que guía su camino con su brillo de meteorito, cada ingeniosa idea, cada tesoro olvidado en contenedores perdidos, cada mota de polvo de un corazón roto, cada paso hacia algo que puede ser...el vagabundo los atrapa entre sus manos y ni todos los rubíes del mundo le harían abrir sus demacradas manos e intercambiar sus pertenencias. Las pequeñas cosas son con las que se viste un mendigo -su esmoquin diario- y por mucho que los miréis no veréis esos ropajes, son demasiado insustanciales para vosotros, vosotros sois mejores que ellos, podéis tocar el cielo. A los vagabundos ni siquiera les dejarán entrar en el infierno, pero ustedes se permiten el lujo de mirarles con desprecio, con pena de asquerosa superioridad...sin saber que la pena la dan ustedes, por amar la cosas sin valor, por no entender a aquél que en cada mirada pone su corazón.

Yo ya no sé que soy, no sé si soy un vagabundo, de lo que estoy seguro es que no soy una persona corriente, no merezco el paraíso ni lo quiero -un lugar dónde se guarda el derecho de admisión, no gracias-, sólo quiero dejar de enfrentarme a este miedo invencible, a este malestar constante. A veces creo que lo consigo, a veces quiero ser un mendigo, dejarlo todo y crear mis baldosas amarillas, sin retorno a casa. Sin embargo, no puedo ser un shadu, porque aunque sé que amar duele, más duele no amar y demasiado odio tengo ya como para no absorber una gotas de suave anagrama de Roma. Además, me resulta imposible olvidarme de todos, hay almas que las llevo conmigo, que si las abandonara caería en mi propia sombra sin volver a ver la luz, y pienso arrastrarlas allá donde vaya. Nunca diré cuando me marcharé, no proclamaré un aviso, mis almas me comprenden y saben hallar mi camino.


Para mis vagamundos, esa gente extraña que nadie -ni ellos mismos- comprende, que circula por las calles buscándose en las esquinas de las rotondas, porque saben que para hallarse antes han de perderse. Esos mendigos y mendigas que me hacen feliz cuando nada me importa... y, entonces, todo vuelve a importarme. Con amor de vuestra alma hermana, sigo buscando la redención en el reflejo de mis ojos en vuestros ojos.




Por discípulo de Maestro Sho-Hai. 

miércoles, 8 de mayo de 2013

Casi pero no

 
Delgada línea entre el fracaso y el éxito,
entre amor y odio,
entre reír o llorar,
entre echar de menos y echar de más.
Como el que se queda en la orilla
y no toca el mar.
Como el astronauta
que la Luna no pudo besar.

Escribir en el cuaderno,
arrugar el papel y tirarlo al Averno.
Mirar a los ojos y huir de ellos,
por el miedo al miedo que dicen los tuyos.

Acariciar su espalda
de memoria.
Fidelidad a un amigo
o la traición y la sucia gloria.
Corrupción sin culpables.
Niñez sin inocencia.
La familia real insobornable.
Ciencia sin paciencia.

África no explotada,
mariposa sin capullo.
Una niña que creía en hadas mágicas
hasta que le fue presentada esta vida trágica.
 
Estrellas sin brillantina.
Iglesia sin colecta.
Vagabundos sin alcohol.
Un cura que no reza.
Payaso nacido sin gracia,
musa carente de poeta,
ladrón sin policía,
un cocodrilo abandonado en la cuneta.

Menciones
a quien nunca hizo nada,
el olvido más ingrato
al ingenuo sacrificado.

El dolor de ser sincero,
las flores que nacen en otoño,
el placer del embustero,
la risa de un demonio.
El sol tras una nube,
el sombrero de copa que yace en el ropero,
la satisfacción del perdedor,
las lágrimas de ser primero.

Noche que huye del día,
gargantas dormidas,
arcos y flechas sin dianas,
dudas que estremecen a las damas.

Cara sin expresión.
Lobo sin aullido.
Dos amantes sin pasión.
Un loco tranquilo.
Música huérfana de sonido,
imaginación que no alcanza la realización.
caballero sin caballo,
un don sin vocación.


Por discípulo de Maestro Sho-Hai.

jueves, 2 de mayo de 2013

Tiempo

 
Vivimos en el pasado, el presente nunca ha existido.

El presente es más fugaz que la luz, le supera infinitamente en velocidad. ¿Puedes decirme algo más rápido que la luz? Sí, el presente. Corre cuanto quieras, súbete a un Caza L-39, si es necesario, pero el presente se mofará de ti como una hiena de sí misma.

Cada parpadeo, mirada, paso, palabra, quedan atrás antes de exhalar una fracción de oxígeno.

El futuro huye del pasado al verle venir con sus dientes afilados de fiera depredadora y sin ningún tipo de compasión. El futuro es ficción, sólo real es el pasado, pues es de lo único que hay certeza científica.

De golpe y porrazo destruyo la división del tiempo. Nuestro presente, nuestro ahora, nuestro instante, deja de serlo en cuanto somos conscientes de él. Sólo hay algo más rápido que el presente y es el inconsciente. Sin embargo, el inconsciente es una cárcel de máxima seguridad, contadas veces, sobre todo privilegiados, pueden superar las barreras del inconsciente y apoderarse de algún material cuantiosamente valioso. De este modo, el presente sólo es válido en el inconsciente, por lo tanto, excepto para los eruditos, el presente es simbólico. Para mí, nunca ha existido, me hallo en un continuo pasado.

Como comentaba anteriormente, el futuro tampoco existe. Futuro es sinónimo de imaginación, únicamente nos cercioramos de su veracidad cuando ya ha ocurrido y, por lo tanto, es pasado.

Ahora me detengo y, una vez violada la concepción que tenemos sobre el tiempo, digo ¿de qué sirve dar forma al tiempo? Nos hemos empeñado en crear el segundo, el minuto, la hora, el día, el mes...Nos hemos concienciado en parir un horario, para que el ser humano tenga que dividir su tiempo, ordenar su vida y, así, dar lugar a nuestra amada rutina.

El tiempo es el mejor marketing de la historia. Con el tiempo se crearon los cumpleaños, los aniversarios de pareja, los santos, navidad, pascua, fin de año, otoño, invierno, primavera, verano...El dios Cronos es “muchimillonario” y su herencia ha sido fechas inventadas de las que requiere gastarse dinero, y no existe un día que no sea señalado.

El tiempo, junto con el dinero, son los hijos más productivos, e inútiles y autodestructivos, del demonio humano. Las personas dejaron escapar todo su valor propio, ahora el valor reside en el tiempo y el tiempo es dinero.

El único modo de exprimir la vida es borrando el tiempo de tu mente. La creación del tiempo nos obliga a no permitirnos estar tristes; a no malgastar el “tiempo” en pensar; nos dice “actúa, no me mal-utilices”, “sólo puedes ser feliz, ¿por qué estás furioso?”; evita que nos comprendamos en cada una de nuestras emociones, amenazándonos con nuestra muerte al decirnos “te queda poco amigo”... pero somos dueños de nuestra vida y tenemos potestad para desperdiciar el tiempo en rascarnos las pelotas, observar los afluentes que se forman en los ríos de nuestras lágrimas, regalar nuestro tiempo a cualquier desconocido... el tiempo quiere que nos centremos en las cosas buenas para, de este modo, no aprender de todo aquello que nos duele y que también forma parte de nosotros. El verdadero aprendizaje y la construcción del yo se fundamenta en todo aquello que nos escuece y el tiempo intenta arrebatárnoslo con su publicidad subliminal, tal como “carpe diem”, “¿vas a ser como esos parias que lloran?”, “cada minuto de tu vida debes ser positivo”. Miro al tiempo, con los ojos cerrados, y le digo “¡qué te jodan!”, no me privéis de mis momentos de soledad; de mis amargas tristezas; de mi odio al ser humano; de mi ira hacia al azar, que siempre se ceba con los mismos...ya podréis subiros a mi lomo en mis sonrisas; en los días que amo al homo sapiens; cuando mi felicidad me permite levitar y alzar el cuello por encima de las nubes; durante esos momentos en los que aun creo en las utopías. En mis momentos buenos acepto calcetín como animal de compañía, pero en los momentos malos sólo quiero a mis fieles.

La invención del tiempo nos ha hecho mutar en asustadizos rácanos. Corremos despavoridos intentando hurtar más y más tiempo, deseamos vivir eternamente, pero ¿a qué precio? El precio del tiempo es la agonía, pero ni siquiera nos ofrece el poder disfrutar de ese sufrimiento, pues...no hay tiempo....

P.D. Esta carta es imaginada, por lo tanto, pertenece al futuro, pero una vez leída, el pasado la engulle y se apropia de ella. Dos tiempos en uno, que en realidad son ninguno.

P.P.D. En mi inconsciente no existe el presente, pues allí he conseguido borrar la palabra “tiempo”, lástima que en mi consciencia no.

P.P.P.D. ¿Cuándo es tu cumpleaños? Nunca. ¿Cuándo naciste? Siempre he existido, al menos eso recuerdo. ¿A qué hora escribiste esta carta? Cuando escribo se para mi mundo, allí sólo existe el infinito, así que supongo que estás palabras vienen de mi infinito, de tu infinito, de nuestro infinito.

A mi reloj de arena
prometo no dar jamás la vuelta.
Yo soy mi reloj de arena
mi fundamental alegría mi sórdida condena.
Siempre hay hueco para uno más,
necesario es que te despojes de todo concepto
que fluyas y te dejes llevar.
Seré las agujas de tu reloj...un reloj que nunca te limitará.



             La persistencia de la memoria o los relojes blandos de Dalí. Él sabía a lo que me refiero.



Por discípulo de Maestro Sho-Hai.

Noche en vela

Como el reflejo de un vampiro en el espejo,
como esa botella vacía que se tira al mar,
como esos duendes que no existen,
como la sonrisa que nunca volveré a crear.

El jazz es whisky con hielo,
el soul un corazón que grita roto,
el rap la liberación del bluebird,
el rhythm and blues un abrazo sin agobio.

Si aún en el alba te sientes a oscuras,
cierra los ojos e imagina la Luna,
recuerda que ella te protege,
pues ambos sois herejes.

El tiempo no es ningún obstáculo,
tampoco tengo porqué apreciarlo,
lo creó el hombre
y el hombre debe descrearlo.

Soy todo y la nada,
el bosque sin ideas,
el desierto del pensamiento,
la montaña sin fin y sin resentimiento.

Mi mente estropeada,
me juega malas pasadas,
me dice “haz esto...haz aquello”,
sin comentarme los peros.

Y si no me llega la paz,
lucharé en la guerra,
soy un soldado mental,
un pacifista sin tregua.

Dime adiós,
pero no te pierdas.
Dame la mano,
entre tinieblas.

Si nuestras almas suenan,
concédeme este baile,
estamos escritos en braile,
acariciémonos como sólo sabe el aire.

Ama de vez en cuando al ser del espejo,
aunque a veces no quieras verlo
ni hablar con sus ojos abiertas,
ámalo como él intentó hacerlo.

Cada estrofa es corazón perdido,
sin vuelta atrás,
con el papel comprometido,
hasta que el olvido sea correspondido.



Cada noche en vela,
muero en mi cuaderno,
necesidad
de un pobre ángel del infierno.


                                                         La noche en vela de Alberto Labad



Por discípulo de Maestro Sho-Hai.