lunes, 20 de mayo de 2013

El Buscón

 
Ahí se encuentra, en la playa, cuando está vacía, cuando sólo quedan los pájaros perdidos, aquellos sin nido al que regresar, personas escondidas tras su alargada sombra. Ese hombre ataviado de una andrajosa ropa, porta una chaquetilla verde desgastada -un verde sin esperanza-, una gorra de alguna marca de licor barata, unos pantalones con parches sobre parches y unos zapatos con agujeros tan grandes que podrían ser la madriguera de una comadreja -o de una familia entera de comadrejas-. El aspecto de aquel ser es de estar más consumido que su propia ropa. Podría arriesgarme e intentar adivinar su edad, pero erraría, y no me apetece.

Consigo lleva un detector de metales. Busca y busca en la, cada vez más apagada, playa, intentando encontrar su botín. Tiene una chepa prominente, como la del Jorobado de Notre Dame, originada de tanto agacharse para cerciorarse de si lo que ha encontrado es un tesoro o simple basura.

Rodeado de gaviotas tuertas, sigue buscando, sin perder la esperanza. Detrás de esa piel arrugada, se vislumbra una luz sólo comprensible por una tremenda ilusión. El Buscón sabe que cerca suya hay gaviotas tuertas -que le inspeccionan con su ojo bueno-, sombrillas -que por la noche únicamente redundan-, el mar, un paseo iluminado por farolas de luz naranja. Sabe que las estrellas le vigilan con mala cara, pero aunque es conocedor de todo lo que le rodea, él no lo ve, sus ojos sólo perciben la arena, arena y más arena, un grano y otro y millones más. Su mente selectiva filtra exclusivamente la arena, nada más.

Yo le miro fijamente, pero el Buscón no me ve. Observo cada uno de sus cansados gestos, hipnotizado por su meticuloso hacer, estudiando porqué pierde el tiempo de ese modo. Pierdo mi tiempo viendo como él pierde el suyo. Es triste y cierto a la vez.

Marché de la playa sin descubrir el motivo de su búsqueda. Sin embargo, su imagen no ha parado de repetirse en mi mente como una película sin fin. Únicamente en sueños el Buscón me abandonaba, aparecía yo en la playa, sentado lejos de la orilla sin poder moverme, ni parpadear, sin apenas respirar, agobiado sin saber el porqué.

Un día descubrí la solución del puzzle. La solución llegó a mí cuando dejé de buscarla -es una de las contradicciones de la vida-. De repente me di cuenta que la ilusión del Buscón no era encontrar un tesoro maravilloso. Después de cinco horas de agacharse para nada, hurgar en la arena una y otra vez, agotarse sin provecho alguno, para finalmente obtener un botín de dos euros -repartidos en monedas de diez, veinte y, milagrosamente, cincuenta céntimos- ¿eso merecía la pena? La ilusión del Buscón no son los cinco euros, ni la pulsera de acero, ni un estropeado reloj. Su ilusión es simplemente la búsqueda. Dedicar tiempo a buscar tesoros ocultos, momento en el que en su cabeza no hay lugar a problemas, pensamientos destructivos, ni de ningún otro tipo, su mente sólo le trasmite energía en forma de ilusión para seguir buscando. Sabe que cuando encuentre la moneda de cincuenta céntimos la ilusión se desvanecerá y una gloria, extremadamente, fugaz le invadirá, pero esa gloria no es perenne ni mucho menos, y entonces el Buscón quiere recuperar esa ilusión olvidada. Abrazarla y perpetuarse con ella.

Yo también creo que he encontrado el modo de alargar mi ilusión, pero tengo miedo a encontrar la moneda de cincuenta céntimos y que la gloria se esfume como un caramelo en un colegio, y volver a sentirme vacío, o que la moneda no quiera que yo la encuentre, y sentirme vacío y dolido. Es muy sencillo mantener la ilusión cuando no has encontrado lo que buscabas, mas es demencialmente complicado mantener la ilusión cuando lo tienes en las manos. El cobarde se conforma con la ilusión de querer tener algo sin atreverse a cogerlo, el valiente se arriesga a perder su ilusión y caer en el pozo del dolor por acariciarlo.

Tal vez me veáis envejecido, arrugado, empequeñecido, estoy cogiendo fuerzas para meter la mano en la arena y enfrentarme a los cincuenta céntimos. Como me dijo un amigo en la lejanía, pero cuyas palabras resonaron en mi piel como si estuviese a mi lado, “lánzate desde la cima y disfruta de las vistas”, eso haré cuando mis uñas sientan la húmeda arena. 



Por discípulo de Maestro Sho-Hai. 

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