Ahí se encuentra,
en la playa, cuando está vacía, cuando sólo quedan los pájaros
perdidos, aquellos sin nido al que regresar, personas escondidas tras
su alargada sombra. Ese hombre ataviado de una andrajosa ropa, porta
una chaquetilla verde desgastada -un verde sin esperanza-, una gorra
de alguna marca de licor barata, unos pantalones con parches sobre
parches y unos zapatos con agujeros tan grandes que podrían ser la
madriguera de una comadreja -o de una familia entera de comadrejas-.
El aspecto de aquel ser es de estar más consumido que su propia
ropa. Podría arriesgarme e intentar adivinar su edad, pero erraría,
y no me apetece. 
Consigo lleva un
detector de metales. Busca y busca en la, cada vez más apagada,
playa, intentando encontrar su botín. Tiene una chepa prominente,
como la del Jorobado de Notre Dame, originada de tanto agacharse para
cerciorarse de si lo que ha encontrado es un tesoro o simple basura.
Rodeado de gaviotas
tuertas, sigue buscando, sin perder la esperanza. Detrás de esa piel
arrugada, se vislumbra una luz sólo comprensible por una tremenda
ilusión. El Buscón sabe que cerca suya hay gaviotas tuertas -que le
inspeccionan con su ojo bueno-, sombrillas -que por la noche
únicamente redundan-, el mar, un paseo iluminado por farolas de luz
naranja. Sabe que las estrellas le vigilan con mala cara, pero aunque
es conocedor de todo lo que le rodea, él no lo ve, sus ojos sólo
perciben la arena, arena y más arena, un grano y otro y millones
más. Su mente selectiva filtra exclusivamente la arena, nada más.
Yo le miro
fijamente, pero el Buscón no me ve. Observo cada uno de sus cansados
gestos, hipnotizado por su meticuloso hacer, estudiando porqué
pierde el tiempo de ese modo. Pierdo mi tiempo viendo como él pierde
el suyo. Es triste y cierto a la vez.
Marché de la playa
sin descubrir el motivo de su búsqueda. Sin embargo, su imagen no ha
parado de repetirse en mi mente como una película sin fin.
Únicamente en sueños el Buscón me abandonaba, aparecía yo en la
playa, sentado lejos de la orilla sin poder moverme, ni parpadear,
sin apenas respirar, agobiado sin saber el porqué. 
Un día descubrí la
solución del puzzle. La solución llegó a mí cuando dejé de
buscarla -es una de las contradicciones de la vida-. De repente me di
cuenta que la ilusión del Buscón no era encontrar un tesoro
maravilloso. Después de cinco horas de agacharse para nada, hurgar
en la arena una y otra vez, agotarse sin provecho alguno, para
finalmente obtener un botín de dos euros -repartidos en monedas de
diez, veinte y, milagrosamente, cincuenta céntimos- ¿eso merecía
la pena? La ilusión del Buscón no son los cinco euros, ni la
pulsera de acero, ni un estropeado reloj. Su ilusión es simplemente
la búsqueda. Dedicar tiempo a buscar tesoros ocultos, momento en el
que en su cabeza no hay lugar a problemas, pensamientos destructivos,
ni de ningún otro tipo, su mente sólo le trasmite energía en forma
de ilusión para seguir buscando. Sabe que cuando encuentre la moneda
de cincuenta céntimos la ilusión se desvanecerá y una gloria,
extremadamente, fugaz le invadirá, pero esa gloria no es perenne ni
mucho menos, y entonces el Buscón quiere recuperar esa ilusión
olvidada. Abrazarla y perpetuarse con ella. 
Yo también creo que
he encontrado el modo de alargar mi ilusión, pero tengo miedo a
encontrar la moneda de cincuenta céntimos y que la gloria se esfume
como un caramelo en un colegio, y volver a sentirme vacío, o que la
moneda no quiera que yo la encuentre, y sentirme vacío y dolido. Es
muy sencillo mantener la ilusión cuando no has encontrado lo que
buscabas, mas es demencialmente complicado mantener la ilusión
cuando lo tienes en las manos. El cobarde se conforma con la ilusión
de querer tener algo sin atreverse a cogerlo, el valiente se arriesga
a perder su ilusión y caer en el pozo del dolor por acariciarlo. 
Tal vez me veáis
envejecido, arrugado, empequeñecido, estoy cogiendo fuerzas para
meter la mano en la arena y enfrentarme a los cincuenta céntimos.
Como me dijo un amigo en la lejanía, pero cuyas palabras resonaron
en mi piel como si estuviese a mi lado, “lánzate desde la cima y
disfruta de las vistas”, eso haré cuando mis uñas sientan la
húmeda arena. 
Por discípulo de Maestro Sho-Hai. 

 
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