Rodeado de amigos, jugando una partida de póquer, entre
humo de puros y vasos de whisky sin hielo, entre palabras de gratitud
y locura, entre cuadros cubistas y surrealistas, con la melodía de un gramófono arañando un vinilo gastado de James Brown. Miro mis cartas para planificar mi siguiente jugada, decido
observar a mis rivales -sólo en el transcurso de la partida-, alzo la cabeza pero ya no están, estoy solo.
Miro de nuevo mis cartas y han desaparecido, no hay whisky, no hay
puros, no hay arte, no hay nada.
Aparezco desnudo en una blanca y sencilla bañera, el
agua está fría. Tengo frío. Tirito, pero sigo allí sumergido,
inmóvil, aturdido como una bofetada sorpresiva. Una presencia que no consigo ver me acaricia la espalda en
zigzag, me suspira tras la oreja, no necesito verla, sólo sentirla.
El agua ha dejado de estar fría. No tiemblo. No tengo miedo.
La invisible presencia me seca mis húmedos ojos. El
grifo de la bañera nunca ha estado enchufado, la bañera no está
llena de agua, al menos no de agua dulce, sólo lágrimas malva de
agua salada. No recuerdo haber llorado, pero no pienso en ello, ya
no, esa presencia me hace sentir en calma, me protege de mi mente.
Sin embargo, ahora necesito saber quién es esa presencia. Decido
darme la vuelta, muy lentamente, la boca se me seca como un pantalón
a dos metros del sol, comienzo a sudar por el ansia de la
incertidumbre, por el no saber, por encontrarme a quién no me quiero
encontrar. Desprendo calor, mucho calor, el agua empieza a hervir, ya
veo su sombra, estoy a punto de saber quién es...
Una hostia en la cabeza me despierta. Estoy en una mesa
jugando al póquer. Un cuchitril inmundo, vómito en la desgastada
moqueta, lejía como ambientador, cámaras en cada esquina de la
sala...Los que me rodean no son mis amigos. Todos beben y fuman menos
yo, todos sonríen menos yo, todos ganan menos yo. Miro mis cartas y
ahora recuerdo porqué se llenó esa bañera de agua salada. 
Me levanto de la mesa, derrotado, humillado una vez
más...me siento vacío, como si me faltase algo, entonces me giro,
lentamente, vuelvo a sentir la invisible -pero conocida- presencia,
noto su calor alejándose de mí, abandonándome, condenándome a la
orfandad absoluta. Vuelvo a tener miedo. No quiero girarme del todo,
pero empleo mis últimos gramos de valentía y consigo darme media
vuelta...allí en el centro de la mesa, como un florero de flores
mustias, entre las carcajadas de aquellos desgraciados, mi corazón,
latiendo cada vez más despacio, apagándose, cubriéndose de moho. 
Vuelvo a tener frío, me siento mojado, caen lágrimas
de unos ojos ya quebrados. Me lo he jugado todo, me he jugado a mí
mismo intentando salvarme, y he perdido. 
Por discípulo de Maestro Sho-Hai. 
 
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