Vayamos a los grandes Estados Unidos, centrémonos en
Oregón, concretamente en Portland, su ciudad más relevante.
Portland es una ciudad repleta de árboles, con un clima triste, la
mayoría de los días cielos grises, bastante frío y con el mayor
índice de vagabundos del país y el estado con mayor índice de
suicidios. Portland debe ser una de las ciudades más interesantes de
visitar, dolorosa a la vista pero de expansión emocional.
La
palabra “vagabundo” se deriva del adjetivo latino vagabundus,
"inclinado a errar", del verbo vagor,
"vagar". Es decir, el vagabundo de un modo personal, o
debido a su situación, tiene un estilo de vida errante en una
sociedad sedentaria. 
En
la India los vagabundos son venerados y respetados, al ser capaces de
renunciar a la vida mundana. Se deshacen de todo su equipaje
material, y emprenden un viaje de autoconocimiento, comprender a su
yo más puro, sin ataduras de la vida pasada, sin adornos
inservibles, intentando hallar los complejo en lo sencillo. En la
India son conocidos como los sadhu,
éstos deambulan por los bosques o las calles en busca de su libertad
personal. El sadhu
no deja de pertenecer a la sociedad, pero se mantiene al margen de
sus placeres y dolores. Sin embargo, huir de los placeres y dolores
humanos es la muerte del alma, quizás eso es lo que buscan, morir en
vida y renacer cual robot de carne y hueso, frío como un témpano,
sin necesitar nada ni a nadie. 
¿Los
vagamundos son marginados por la sociedad o se marginan ellos mismos?
Decidir ser un vagabundo es una cuestión arduo complicada. Para
llegar al punto de renunciar a todo y ser invadido por miradas de
repulsión y la soledad más absoluta, hay que tener una valentía
sin igual y haber sufrido lo que sólo está escrito en el podrido
corazón de ese, cada vez menos, ser humano. Los vagabundos no lloran
por fuera, no se sienten merecedores de tal privilegio. Éstos dejan
llover  a sus ojos hacia dentro, siempre pegados a un litro de
cerveza no porque beban constantemente, que también, sino porque
escupen en la botella las negras lágrimas que colapsan su organismo,
no quieren morir de un “llorarcidio”.
Parecen sentimentalmente duros como hierro -parecen- y físicamente
muertos andantes, pero una vez asumida su condición y el daño que
les acompañará a la tumba, intentan crear su nirvana particular, su
soñada gloria, acariciar una beatitud plausible...
Cuando sólo un cartón de vino quiere ser tu amigo,
cuando los piojos se arremolinan en tu alborotada barba, cuando los
basureros se asombran por el olor que desprendes...al mendigo ya nada
de eso le importa. Él dejó de ser hace tiempo un esclavo de la
sociedad, sufre como nadie, eso es cierto, pero es libre entre la
mugre que le cubre. No necesita pagar una hipoteca, el mundo es su
casa; no necesita arreglarse para agradar a los demás, ni siquiera
se gusta así mismo y le gusta no gustarse, le agrada su fealdad,
porque también hay belleza en las cosas feas, porque la belleza es
subjetiva y cada uno debe crear sus cánones; descubrió que la
felicidad eterna sólo existe si disfrutas de tu soledad, de tus
enfados, de tus desgracias, de tus tristezas...felicidad sin tristeza
es como el rico sin el pobre, como un sidecar sin el vehículo
lateral, como un jinete sin caballo, como la vida sin la muerte. Si
quieres ser feliz ama tus peores días.
El vagabundo sabe la clave de la vida y por eso se
desprende de todo. La gente tiene miedo a ser feliz, cuando se siente
feliz creen que algo malo les va a llegar, entonces nunca disfrutan
de esos momentos milagrosos, y esos momentos nunca regresan, vendrán
otros, pero nunca los mismos... Los trenes pasan cientos de veces,
pero son trenes ligeramente distintos, con sabor y olor dispar, con
detalles tan invisibles como importantes...El vagamundo nunca deja
pasar esos instantes, pues sabe que son efímeros y que pronto
retornará su desgraciado malestar. Por ese motivo, no piensa en el
porvenir que no existe, disfruta de la nada que tiene entre sus
roñosas uñas. Cada lágrima, cada luciérnaga que guía su camino
con su brillo de meteorito, cada ingeniosa idea, cada tesoro olvidado
en contenedores perdidos, cada mota de polvo de un corazón roto,
cada paso hacia algo que puede ser...el vagabundo los atrapa entre
sus manos y ni todos los rubíes del mundo le harían abrir sus
demacradas manos e intercambiar sus pertenencias. Las pequeñas cosas
son con las que se viste un mendigo -su esmoquin diario- y por mucho
que los miréis no veréis esos ropajes, son demasiado insustanciales
para vosotros, vosotros sois mejores que ellos, podéis tocar el
cielo. A los vagabundos ni siquiera les dejarán entrar en el
infierno, pero ustedes se permiten el lujo de mirarles con desprecio,
con pena de asquerosa superioridad...sin saber que la pena la dan
ustedes, por amar la cosas sin valor, por no entender a aquél que en
cada mirada pone su corazón. 
Yo
ya no sé que soy, no sé si soy un vagabundo, de lo que estoy seguro
es que no soy una persona corriente, no merezco el paraíso ni lo
quiero -un lugar dónde se guarda el derecho de admisión, no
gracias-, sólo quiero dejar de enfrentarme a este miedo invencible,
a este malestar constante. A veces creo que lo consigo, a veces
quiero ser un mendigo, dejarlo todo y crear mis baldosas amarillas,
sin retorno a casa. Sin embargo, no puedo ser un shadu,
porque aunque sé que amar duele, más duele no amar y demasiado odio
tengo ya como para no absorber una gotas de suave anagrama de Roma.
Además, me resulta imposible olvidarme de todos, hay  almas que las
llevo conmigo, que si las abandonara caería en mi propia sombra sin
volver a ver la luz, y pienso arrastrarlas allá donde vaya. Nunca
diré cuando me marcharé, no proclamaré un aviso, mis almas me
comprenden y saben hallar mi camino. 
Para mis vagamundos, esa gente extraña que nadie -ni
ellos mismos- comprende, que circula por las calles buscándose en
las esquinas de las rotondas, porque saben que para hallarse antes
han de perderse. Esos mendigos y mendigas que me hacen feliz cuando
nada me importa... y, entonces, todo vuelve a importarme. Con amor de
vuestra alma hermana, sigo buscando la redención en el reflejo de
mis ojos en vuestros ojos. 
Por discípulo de Maestro Sho-Hai. 

 
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