martes, 14 de mayo de 2013

Vagamundo

 
Vayamos a los grandes Estados Unidos, centrémonos en Oregón, concretamente en Portland, su ciudad más relevante. Portland es una ciudad repleta de árboles, con un clima triste, la mayoría de los días cielos grises, bastante frío y con el mayor índice de vagabundos del país y el estado con mayor índice de suicidios. Portland debe ser una de las ciudades más interesantes de visitar, dolorosa a la vista pero de expansión emocional.

La palabra “vagabundo” se deriva del adjetivo latino vagabundus, "inclinado a errar", del verbo vagor, "vagar". Es decir, el vagabundo de un modo personal, o debido a su situación, tiene un estilo de vida errante en una sociedad sedentaria.

En la India los vagabundos son venerados y respetados, al ser capaces de renunciar a la vida mundana. Se deshacen de todo su equipaje material, y emprenden un viaje de autoconocimiento, comprender a su yo más puro, sin ataduras de la vida pasada, sin adornos inservibles, intentando hallar los complejo en lo sencillo. En la India son conocidos como los sadhu, éstos deambulan por los bosques o las calles en busca de su libertad personal. El sadhu no deja de pertenecer a la sociedad, pero se mantiene al margen de sus placeres y dolores. Sin embargo, huir de los placeres y dolores humanos es la muerte del alma, quizás eso es lo que buscan, morir en vida y renacer cual robot de carne y hueso, frío como un témpano, sin necesitar nada ni a nadie.

¿Los vagamundos son marginados por la sociedad o se marginan ellos mismos? Decidir ser un vagabundo es una cuestión arduo complicada. Para llegar al punto de renunciar a todo y ser invadido por miradas de repulsión y la soledad más absoluta, hay que tener una valentía sin igual y haber sufrido lo que sólo está escrito en el podrido corazón de ese, cada vez menos, ser humano. Los vagabundos no lloran por fuera, no se sienten merecedores de tal privilegio. Éstos dejan llover a sus ojos hacia dentro, siempre pegados a un litro de cerveza no porque beban constantemente, que también, sino porque escupen en la botella las negras lágrimas que colapsan su organismo, no quieren morir de un “llorarcidio”. Parecen sentimentalmente duros como hierro -parecen- y físicamente muertos andantes, pero una vez asumida su condición y el daño que les acompañará a la tumba, intentan crear su nirvana particular, su soñada gloria, acariciar una beatitud plausible...

Cuando sólo un cartón de vino quiere ser tu amigo, cuando los piojos se arremolinan en tu alborotada barba, cuando los basureros se asombran por el olor que desprendes...al mendigo ya nada de eso le importa. Él dejó de ser hace tiempo un esclavo de la sociedad, sufre como nadie, eso es cierto, pero es libre entre la mugre que le cubre. No necesita pagar una hipoteca, el mundo es su casa; no necesita arreglarse para agradar a los demás, ni siquiera se gusta así mismo y le gusta no gustarse, le agrada su fealdad, porque también hay belleza en las cosas feas, porque la belleza es subjetiva y cada uno debe crear sus cánones; descubrió que la felicidad eterna sólo existe si disfrutas de tu soledad, de tus enfados, de tus desgracias, de tus tristezas...felicidad sin tristeza es como el rico sin el pobre, como un sidecar sin el vehículo lateral, como un jinete sin caballo, como la vida sin la muerte. Si quieres ser feliz ama tus peores días.

El vagabundo sabe la clave de la vida y por eso se desprende de todo. La gente tiene miedo a ser feliz, cuando se siente feliz creen que algo malo les va a llegar, entonces nunca disfrutan de esos momentos milagrosos, y esos momentos nunca regresan, vendrán otros, pero nunca los mismos... Los trenes pasan cientos de veces, pero son trenes ligeramente distintos, con sabor y olor dispar, con detalles tan invisibles como importantes...El vagamundo nunca deja pasar esos instantes, pues sabe que son efímeros y que pronto retornará su desgraciado malestar. Por ese motivo, no piensa en el porvenir que no existe, disfruta de la nada que tiene entre sus roñosas uñas. Cada lágrima, cada luciérnaga que guía su camino con su brillo de meteorito, cada ingeniosa idea, cada tesoro olvidado en contenedores perdidos, cada mota de polvo de un corazón roto, cada paso hacia algo que puede ser...el vagabundo los atrapa entre sus manos y ni todos los rubíes del mundo le harían abrir sus demacradas manos e intercambiar sus pertenencias. Las pequeñas cosas son con las que se viste un mendigo -su esmoquin diario- y por mucho que los miréis no veréis esos ropajes, son demasiado insustanciales para vosotros, vosotros sois mejores que ellos, podéis tocar el cielo. A los vagabundos ni siquiera les dejarán entrar en el infierno, pero ustedes se permiten el lujo de mirarles con desprecio, con pena de asquerosa superioridad...sin saber que la pena la dan ustedes, por amar la cosas sin valor, por no entender a aquél que en cada mirada pone su corazón.

Yo ya no sé que soy, no sé si soy un vagabundo, de lo que estoy seguro es que no soy una persona corriente, no merezco el paraíso ni lo quiero -un lugar dónde se guarda el derecho de admisión, no gracias-, sólo quiero dejar de enfrentarme a este miedo invencible, a este malestar constante. A veces creo que lo consigo, a veces quiero ser un mendigo, dejarlo todo y crear mis baldosas amarillas, sin retorno a casa. Sin embargo, no puedo ser un shadu, porque aunque sé que amar duele, más duele no amar y demasiado odio tengo ya como para no absorber una gotas de suave anagrama de Roma. Además, me resulta imposible olvidarme de todos, hay almas que las llevo conmigo, que si las abandonara caería en mi propia sombra sin volver a ver la luz, y pienso arrastrarlas allá donde vaya. Nunca diré cuando me marcharé, no proclamaré un aviso, mis almas me comprenden y saben hallar mi camino.


Para mis vagamundos, esa gente extraña que nadie -ni ellos mismos- comprende, que circula por las calles buscándose en las esquinas de las rotondas, porque saben que para hallarse antes han de perderse. Esos mendigos y mendigas que me hacen feliz cuando nada me importa... y, entonces, todo vuelve a importarme. Con amor de vuestra alma hermana, sigo buscando la redención en el reflejo de mis ojos en vuestros ojos.




Por discípulo de Maestro Sho-Hai. 

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