Vivimos en el pasado, el presente nunca ha existido.
El
presente es más fugaz que la luz, le supera infinitamente en
velocidad. ¿Puedes
decirme algo más rápido que la luz?
Sí, el presente. Corre cuanto quieras, súbete a un Caza L-39, si es
necesario, pero el presente se mofará de ti como una hiena de sí
misma.
Cada parpadeo, mirada, paso, palabra, quedan atrás
antes de exhalar una fracción de oxígeno.
El futuro huye del pasado al verle venir con sus dientes
afilados de fiera depredadora y sin ningún tipo de compasión. El
futuro es ficción, sólo real es el pasado, pues es de lo único que
hay certeza científica.
De golpe y porrazo destruyo la división del tiempo.
Nuestro presente, nuestro ahora, nuestro instante, deja de serlo en
cuanto somos conscientes de él. Sólo hay algo más rápido que el
presente y es el inconsciente. Sin embargo, el inconsciente es una
cárcel de máxima seguridad, contadas veces, sobre todo
privilegiados, pueden superar las barreras del inconsciente y
apoderarse de algún material cuantiosamente valioso. De este modo,
el presente sólo es válido en el inconsciente, por lo tanto,
excepto para los eruditos, el presente es simbólico. Para mí, nunca
ha existido, me hallo en un continuo pasado.
Como comentaba anteriormente, el futuro tampoco existe.
Futuro es sinónimo de imaginación, únicamente nos cercioramos de
su veracidad cuando ya ha ocurrido y, por lo tanto, es pasado.
Ahora
me detengo y, una vez violada la concepción que tenemos sobre el
tiempo, digo ¿de
qué sirve dar forma al tiempo?
Nos hemos empeñado en crear el segundo, el minuto, la hora, el día,
el mes...Nos hemos concienciado en parir un horario, para que el ser
humano tenga que dividir su tiempo, ordenar su vida y, así, dar
lugar a nuestra amada rutina. 
El
tiempo es el mejor marketing de la historia. Con el tiempo se crearon
los cumpleaños, los aniversarios de pareja, los santos, navidad,
pascua, fin de año, otoño, invierno, primavera, verano...El dios
Cronos es “muchimillonario”
y su herencia ha sido fechas inventadas de las que requiere gastarse
dinero, y no existe un día que no sea señalado.
El tiempo, junto con el dinero, son los hijos más
productivos, e inútiles y autodestructivos, del demonio humano. Las
personas dejaron escapar todo su valor propio, ahora el valor reside
en el tiempo y el tiempo es dinero.
El
único modo de exprimir la vida es borrando el tiempo de tu mente. La
creación del tiempo nos obliga a no permitirnos estar tristes; a no
malgastar el “tiempo”
en pensar; nos dice “actúa,
no me mal-utilices”,
“sólo
puedes ser feliz, ¿por qué estás furioso?”;
evita que nos comprendamos en cada una de nuestras emociones,
amenazándonos con nuestra muerte al decirnos “te queda poco
amigo”... pero somos dueños de nuestra vida y tenemos potestad
para desperdiciar el tiempo en rascarnos las pelotas, observar los
afluentes que se forman en los ríos de nuestras lágrimas, regalar
nuestro tiempo a cualquier desconocido... el tiempo quiere que nos
centremos en las cosas buenas para, de este modo, no aprender de todo
aquello que nos duele y que también forma parte de nosotros. El
verdadero aprendizaje y la construcción del yo se fundamenta en todo
aquello que nos escuece y el tiempo intenta arrebatárnoslo con su
publicidad subliminal, tal como “carpe
diem”,
“¿vas
a ser como esos parias que lloran?”,
“cada
minuto de tu vida debes ser positivo”.
Miro al tiempo, con los ojos cerrados, y le digo “¡qué
te jodan!”,
no me privéis de mis momentos de soledad; de mis amargas tristezas;
de mi odio al ser humano; de mi ira hacia al azar, que siempre se
ceba con los mismos...ya podréis subiros a mi lomo en mis sonrisas;
en los días que amo al homo
sapiens;
cuando mi felicidad me permite levitar y alzar el cuello por encima
de las nubes; durante esos momentos en los que aun creo en las
utopías. En mis momentos buenos acepto calcetín como animal de
compañía, pero en los momentos malos sólo quiero a mis fieles.
La
invención del tiempo nos ha hecho mutar en asustadizos rácanos.
Corremos despavoridos intentando hurtar más y más tiempo, deseamos
vivir eternamente, pero ¿a
qué precio?
El precio del tiempo es la agonía, pero ni siquiera nos ofrece el
poder disfrutar de ese sufrimiento, pues...no hay tiempo....
P.D. Esta carta es imaginada, por lo tanto, pertenece al
futuro, pero una vez leída, el pasado la engulle y se apropia de
ella. Dos tiempos en uno, que en realidad son ninguno.
P.P.D.
En mi inconsciente no existe el presente, pues allí he conseguido
borrar la palabra “tiempo”,
lástima que en mi consciencia no. 
P.P.P.D.
¿Cuándo
es tu cumpleaños?
Nunca. ¿Cuándo
naciste?
Siempre he existido, al menos eso recuerdo. ¿A
qué hora escribiste esta carta?
Cuando escribo se para mi mundo, allí sólo existe el infinito, así
que supongo que estás palabras vienen de mi infinito, de tu
infinito, de nuestro infinito.
A mi reloj de arena
prometo no dar jamás la vuelta.
Yo soy mi reloj de arena
mi fundamental alegría mi sórdida condena.
Siempre hay hueco para uno más,
necesario es que te despojes de todo concepto
que fluyas y te dejes llevar.
Seré las agujas de tu reloj...un reloj que nunca te
limitará.
La persistencia de la memoria o los relojes blandos de Dalí. Él sabía a lo que me refiero.
Por discípulo de Maestro Sho-Hai.

 
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