sábado, 31 de octubre de 2015

Esto es Halloween

El licántropo busca su compañera nocturna, aúlla perdido entre calles llenas de odio y desesperanza, sin su fiel compañera, la Luna. Así que ataca a esa niña, la muerde, la destroza con sus colmillos mientras ella llora. Es un lobo que a veces es hombre, es una bestia escondida debajo de un traje y una corbata, es el empresario sin escrúpulos que golpea a su esposa, porque es demasiado vieja. Él solo quiere a su caperucita.

El muerto que resurge de su tumba, sin corazón ni cerebro. Sólo busca alimentarse, tener más y más, acumularlo todo. Más ropa, más coches, una casa mejor que su vecino. Él cree que está vivo, sin saber que nació muerto. A veces se mira en el espejo y es tu reflejo el que está al otro lado.

También aparece la mujer creada por el doctor, también llamado Sociedad. Hecha a retales, patriarcado, machismo, desigualdad. En conjunto es todo lo que queremos, aunque no sabemos que algún día se enfrentará a su creador, y ese día todos temblaremos.

El vampiro ya no se alimenta de sangre. Como el de Benedetti, ha convencido a todos para beber agua. Ha perdido su naturaleza y con ella su razón de ser. Ahora no succiona sangre, ahora solo se alimenta de un planeta que poco a poco va secando y dejando estéril.

La Santa Compaña ya no deambula por los caminos, porque ya no quedan. Iban por la autovía y una serie de coches los atropelló a todos. Y con ella, se fue nuestra fe.

Hoy es el día de los muertos, aunque como le pasó a Orwell con los hombres y los cerdos, sea casi imposible discernir quien tiene un corazón que late, y quien no.


Feliz Halloween.



Carlos Pelerowski

miércoles, 28 de octubre de 2015

A veces escribo simplemente,

Hay una lágrima que no tiene dueño escondida en el pantalón de un niño que ya es anciano.

Hay un corazón roto en el fondo de un armario, porque ella no se atrevió a salir nunca.

Hay una armónica que ya no suena porque hubo unos labios que le prometieron amor eterno, y ahora son de otra.
Hay un colchón que no rechina.



Es de noche, y unos ojos buscan la estrella polar, inocentes.

Es de noche y suena una melodía que trae el viento, pero que nadie oye.

Es de noche y el frío se pega a una mano solitaria, que agarra un cartón de vino barato.

Es de noche en Madrid.



La bailarina sigue buscando alguien que la arranque de esa caja de música, para así dejar de dar vueltas.

El torero se ha convertido en bestia, y el toro en humano.

El soldado aprieta el gatillo contra el cráneo de su propio hijo.

El poeta escribe lo que sus lágrimas le cuentan, muriendo en sus labios.




Escrito para que alguien lea esto al otro lado, escrito porque dentro me hace daño,  escrito porque no. Porque no.



Carlos Pelerowski

jueves, 22 de octubre de 2015

La trayectoria de la poesía

Mi poesía se inicia primeramente en la piel. Emerge como una pequeña picadura de mosquito. Algo me pica, en un principio no le doy mayor importancia, pero -a cada movimiento de la aguja del segundero- el picor va a más. Llega un momento en el cual me olvido de respirar y únicamente pienso en rascarme. Sin embargo, dicho acto es inútil, la poesía viaja hacia dentro sin haber comprado billete de embarque. Siempre lo hace. Cree que pedir permiso destrozaría toda su identidad. Se siente segura siendo inmigrante ilegal.
Una vez está dentro, va directa hacia la entrañas. Las revuelve, las folla, defeca sobre ellas, esputa blasfemias en gaélico y rocía una especie de mejunje hecho de alas de jilguero, azafrán, comino y gardenias sobre mis pobres entrañas. Noto como me cambian cada una de sus acciones. En una ocasión, llegué a abrir mi vientre con un alfiler desafilado. No podía aguantar más lo que sentía, necesitaba sacarla de allí, pero la poesía, una vez entra, sólo sale cuando lo cree oportuno.
Después de vejar mis entrañas, sigue devorando camino y sube hacia el cerebro. La poesía muestra un espejo al cerebro y éste se mira a sí mismo, intentando averiguar quién es ese reflejo. Intenta comprenderse, sin saber que es él mismo, se estudia y mimetiza como un camaleón. Cuando te miras a ti mismo pero no sabes que eres tú -porque nunca antes te habías visto-, cambias y jamás vuelves a ser el mismo. Entonces mi cerebro entra en ebullición mientras da pasos hacia delante y hacia detrás sin comprensión, parece que en cualquier momento la tapa de mis sesos vaya a salir disparada hacia el infierno. Sujétome el cráneo como puedo, con mucho miedo pero -paradójicamente- con más curiosidad si cabe.
Repito, la poesía no se detiene. Se enquista sin operación extirpable posible, ella es la única dueña de su salida. Tras reconvertir el cerebro, baja al corazón. Lo fisura con diminutos cortes, y se introduce dentro de él para suturarlo posteriormente. Desde allí se hace dueña de todo el cuerpo, utilizando las venas y arterias como vehículo público, para reproducirse infinitagesimalmente. La magia fluye, se hace otoño en mí, pero las flores florecen, y todo es bonito en un paisaje cambiante, como si alguien estuviese retrocediendo al pasado y modificando cosas esenciales. Mi corazón bombea, como si nunca antes hubiera estado vivo. Como si todo lo anterior fuese mentira y es ahora cuando la verdad se abre ante mis ojos, aunque mis ojos no están donde creía, sino en todas partes, incluso en partes que no existen.

Llega un momento en el cual el cuerpo -al completo- flota como si estuviera en el espacio. Todo parece un cuento con final feliz, las dudas desaparecen, las heridas cicatrizan y la esperanza parece real. Ocurre que mis defensas bajan y mi atención se esfuma. Es entonces cuando la poesía comienza a enviar descargas eléctricas a todas las neuronas, pues ya está preparada para salir. Las palabras se escapan, llevándose mi ADN, miserias y mi único principio. La blanca hoja queda manchada...y yo vacío, esperando a que la musa me vuelva a coger desprevenido.



Por Edgar Kerouac.

Ella y yo

Ella la cárcel,
yo el preso.
yo, una margarita
sin pétalos,
ella, un jardín
secreto.

Ella la verdad
yo un cobarde,
un mentiroso,
un miserable.

Ella es Venus,
yo no llego a Marte,
ella es un viernes,
yo soy trece, Martes.

Ella una sirena salvavidas
yo un tritón a la deriva.
Y es que es suave como seda
y yo agrietado por miles de penas.

Ella es el paraíso,
es Eva, la manzana, la serpiente,
el aviso.
Ojalá yo fuera Adán,
sólo polvo y paja,
alquitrán,
Nada más.

Ella es el viento
que acaricia suavemente,
yo la tempestad,
ella es calma,
yo un día negro,
tristeza, soledad.

Ella baila para divertirse,
yo para evitar morirme.

Sólo soy un cerebro con mil dudas,
ni la originalidad me cura,
vivo escribiendo garabatos
con los últimos segundos
de la última vida
que le queda al gato.

Ella es el trozo final del pastel
dorada y rica miel,
orilla cristalina del Yucatán,
yo un charco de agua residual.

Ella es la alegría,
yo el escalofrío,
ella la mujer del siglo,
yo sólo soy un lío.

Ella vuela libre
con sus alas de ángel,
yo con la cabeza gacha
evitando tropezarme.

Es la musa,
yo el pincel,
ella la magia,
yo un hooligan
en el Bramall Lane.

Ella es la música,
yo intento seguirle el ritmo,
es Aretha Franklin,
yo el que le limpia
el micro.

Ella diamante puro,
princesa de palacio,
yo bota de vino,
un mendigo en un acuario.

Ella políglota,
yo sólo hablo poesía,
ella es la niña
de zapatos de cristal,
yo Jean-Baptiste
buscando la fragancia esencial.

Ella es la pirámide de Keops
yo un caballo de cartón,
a ella le hacen corro
en los bailes de salón,
a mi me enseñan la hoja
de derecho de admisión.

Ella el amor
yo el enamorado,
el niño que compra globos
y con ella

salir volando.




Por Edgar Kerouac.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Dejavu

Llegan de una tierra bañada en el Mediterráneo.

De una tierra en guerra, donde el fanatismo religioso se ha adueñado de los corazones de los débiles, tergiversando escrituras y aportándoles rifles. Donde se mata en el nombre de Dios y de la nación. Donde se suceden los dictadores, y las luchas entre hermanos.

Llegan de una tierra bañada en sangre.

Europa les mira con soslayo. No quieren que se acerquen a sus fronteras, y los que la cruzan quedan en campos. Otros países occidentales han decidido intervenir, probar sus armas en gente inocente. Son unos perdedores, son unos malditos. No merecen la pena. Y ahora quieren entrar aquí.

Dicen que quieren volver a su país, que la tierra tira tanto del corazón que te acaba arrastrando de vuelta. Que sólo quieren trabajar, que huyen del hambre y la barbarie. Que son personas como nosotros.

Dicen tantas cosas.

Algunos hablan dialectos diferentes a otros. Algunas lenguas son ininteligibles. Supongo que en el fondo son todos iguales. Todos van al mismo saco.

Al de la indiferencia.

Algunos tememos que sean guerrilleros. Que se hayan colado haciéndose pasar por refugiados. Que vendrán a robar lo poco que tenemos. Aquí ya no cabemos. Pero seguirán llegando.



Estos inmigrantes españoles, no hay que fiarse ni un pelo de ellos.


Carlos Pelerowski.

miércoles, 14 de octubre de 2015

La cama del león



Soy el camaleón
que mira en el espejo y se pregunta
¿y ahora qué?
El extintor que caduca
y, sin vivir,
muere de viejo.
Ese papagallo cuyo papá
de él se ha olvidado
y su recuerdo cada día
es un puñal bien clavado.
Sóc un català
que no creu en les fronteres
i que pensa que la gent
no és només d'on va néixer.
El bandido que pide
no sentirse vacío,
cuando el gallo canta
porque el sol está listo.
Alguien que intenta escribir distinto,
como si fuese a crear algo parecido
a Whitman, Ginsberg o Rimbaud.
De pensar profundo,
apretando el entrecejo
para que se pare, 
se extermine
o renazca el mundo.
De soñar despacio,
no vaya a despertarme
y la realidad me tumbe
con sus guantes.
De amar sin límites,
aunque me cueste la sonrisa
y las lágrimas que guarde
bajo la barba y la camisa.
Mas no todo es triste,
tengo conmigo una luna,
una familia rota,
felizmente cosida
y unos jinetes
que no me olvidan.
Sin dinero en los bolsillos
simplemente un lobo
falto de colmillos.



Por Edgar Kerouac.




domingo, 11 de octubre de 2015

Mensajes de madrugada.

Ayer estabas borracha. Y lejos. Y por culpa del vino, me hablaste. Supongo que hoy te arrepientes de esa conversación, o tal vez no. Siempre fuiste opaca en estos temas. Un día me dijiste que tenías miedo de enamorarte y de romperte el corazón,  como si estar conmigo fuese saltar a un precipicio sin cuerda. Ya sabes que yo de persona cuerda tengo poco, pero por ti en aquel momento me habría lanzado para que amortiguases ese golpe en mis labios.

Ayer me preguntaste si lo nuestro habría funcionado. No supe que contestar. Nunca he sabido que es eso de “lo nuestro” o “estamos saliendo”. Yo solo quería estar a tu lado cada noche, acariciando tus pecas en la oscuridad del cuarto. Es increíble cómo no soy capaz de olvidarme, te aferras a mí como una garrapata a un perro, y ni con vinagre te alejas. Solo con vino durante unas horas, y en camas ajenas durante minutos. Curiosamente en ambos casos me siento sucio y muerto por dentro cuando acabo la botella, o me corro en coños que van pasando sin recordarlos, porque no merecen la pena. El tuyo tenía una pequeña asimetría, y puedo paladear todavía aquel sabor que me encendía como ningún otro. Pero he sido expulsado del paraíso que son tus piernas, condenado a vagar por el mundo con un recuerdo anhelante y una sonrisa de tristeza, buscando eternamente algo que no podré volver a encontrar.


Es increíble como con solo unas palabras vuelves a despertar a las mariposas, que cuando parece que están entre cenizas aletean una penúltima vez, y yo aquí sin poder evitarlo. Joder, no aprendo. No hay forma. O no la he encontrado. Qué se yo.



Carlos Pelerowski..

sábado, 10 de octubre de 2015

Estrellas en la noche encendida.

Nunca podré olvidar la mirada de Khaled, fría y adulta, posándose en mis ojos. Tenía solo once años y sin embargo carecía de toda inocencia. No había ansias de jugar, ni de explorar. Sólo había dureza y dolor, pero ni una sola lágrima. Se quedaron en el fondo del Mediterráneo, el día que cruzando en una lancha su hermanita de cuatro años cayó por la borda, y no volvió a verla. La barcaza no se paró, y nadie hace caso a los gemidos y llantos de un niño que siente como su hermana y su niñez se quedan allí para siempre. Los días de vino y rosa se acabaron hace años, cuando unos señores que se odiaban entre ellos empezaron a dispararse, y a disparar a todo. Así fue como murió papá, una tarde de mayo en medio de la calle. Khaled solo recuerda que hacía sol, que la camisa se le pegaba a la piel mientras jugaba al fútbol y soñaba con ser Messi. De pronto aparecieron aquellos señores, gritando y con armas de asalto. Cogieron a todos los hombres que había en el edificio, los colocaron en fila de rodillas. Era la primera vez que Khaled veía a su padre llorar. Se miraron fijamente, papá asustado, sus ojos lo decían todo. Un disparo en la nuca, y Khaled pudo sentir como esos ojos que siempre le sonreían, perdían la vida. 

La primera vez que Khaled comió ante mí, lo hizo como un perro asustado. Cogió el zumo y el sándwich que le habíamos preparado, y empezó a olfatearlo, para irse corriendo a una esquina. No es que no supiese nada acerca de nuestra gastronomía, simplemente era el miedo. Hacía tanto que nadie le ofrecía nada. Recordó como su madre le preparaba los desayunos todas las mañanas, antes de salir hacia la escuela. Incluso después de la muerte de papá siguió haciéndolo, a pesar de que cada vez había menos comida en casa. Ella dejó de desayunar, pero a Khaled nunca le faltó comida en la mesa. Hasta aquel día. Vinieron otros hombres llenos de odio, estos eran diferentes de los anteriores, estaban en otro bando. Khaled no sabía en qué bando debía estar él, y después de esa tarde su corazón se convirtió en odio. No hubo bandos. Sólo tres hombres que delante de él agarraron a su madre fuerte, por el pelo, y la violaron en la puerta de casa. Después la degollaron y se marcharon. Las manos de Khaled se tornaron rojas intentando cortar la hemorragia.

Familia. Ahora somos una familia para él, pero es difícil. Poco a poco Khaled se va abriendo a nosotros, ya no tiene tantas pesadillas y ha empezado la escuela. Aunque todavía no le hemos visto sonreír, sabemos que tarde o temprano lo hará. No perdemos la esperanza, y esperamos que pronto vuelva a ser un niño. Pero jamás podré olvidar la primera vez que habló conmigo y me pidió que le llevase fuera, lejos de la ciudad. Era una noche fría, él insistió. Cuando llegamos bajamos del coche, y allí, en la quietud del momento sólo dijo:


-Mira, son las mismas estrellas que había en Damasco. Y las mismas estrellas que había en el mar. Pero hoy relucen un poco más, porque mi familia está allí arriba, cuidándome. Ahora sé que estoy a salvo.



Carlos Pelerowski.

jueves, 8 de octubre de 2015

El viento sopla hoy


La lluvia cae, cae.
Sopla el mendigo sus manos,
últimos hálitos.
Mojadas las calles,
las aves, 
sin casa, 
sin llaves.
Poetas salen como setas, 
la nostalgia de las gotas, 
les inquieta.
La noche, 
cuanto más amarga 
mayor el recuerdo, 
más grande la herida 
ocultada en licor secreto.
Sinfonía de cuervos,
es miedo, 
no respeto, 
el silencio cortado, 
con tijeras pequeñas 
intentando podar abetos.
Rechinan dientes, 
no es hambre 
ni frío,
la típica música 
de alguien vacío.
Luces gastadas 
en torsos ya muertos, 
almas borrachas 
¡tanto lamento!
Polvos no consumados,
matrimonios de infierno, 
lechos mancillados 
con mentiras 
que olvida el tiempo.
Parece un niño llorando
o una gata en celo, 
un escritor gimiendo 
tras el basurero, 
se lleva su único 
endecasílabo bueno.
La ventanita se cierra,
la lluvia cesó.




Por Edgar Kerouac.






miércoles, 7 de octubre de 2015

Toro


La gente exaltada. Grito va, grito viene. La plaza a rebosar, en taquilla carteles de 'Entradas agotadas'.

El torero empieza a sudar, aunque los nervios no han empezado ahora, lleva una semana con pesadillas, imaginando al toro con el que ahora le toca enfrentarse. Su traje de luces, no sólo le oprime el pene, también el alma que intenta huir de allí.

En el otro bando se encuentra el toro. Éste no cuenta con el apoyo de nadie de la plaza, nadie le aclama, nadie vela por él, es el único que está totalmente solo. Sabe que va a morir, lo huele su más de media tonelada de músculo y belleza. Embiste la puerta de madera que tiene frente sus ojos, no por agresividad, sino por claustrofobia.
Las agujas del reloj parecen paradas, todo ocurre a cámara lenta. Al torero no le pesa el capote, la muleta, el estoque o la puntilla, su única losa es la presión, y a cada segundo se aferra más a su cuerpo, manteniéndolo inmóvil.

La plaza continúa en ebullición. Un comentario es común en todas las conversaciones allí presentes. Todos coinciden en la valentía de los toreros, dicen que están hechos de otra pasta, quizá de mercurio, tal vez de polvo de estrella o de avena diluida en agua. La cuestión es que en la plaza no hay otro sentimiento que respeto y admiración hacia el diestro -aunque en este caso es zurdo-. Sin embargo, no hay nadie en la plaza que saque a relucir la valentía del toro. El toro se enfrenta al torero sin más armamento y protección que su propio ser. En cambio, el torero, cuenta con el estoque, la puntilla, los picadores, los banderilleros y sus utensilios de defensa-distracción como la muleta y el capote. Ciertamente, ese enfrentamiento cara a cara entre torero y toro no es de uno contra uno, pues los banderilleros acuden al rescate del torero cuando éste lo precisa, incluso puede resguardarse en el burladero para protegerse del toro. El toro no cuenta con un burladero propio, ni banderilleros que le protejan cuando su propia sangre se derrama y cae en sus ojos impidiéndole ver con claridad. Es verdad -como bien apuntaba Darwin- que la teoría de la evolución es poderosa y sabia, y tanto toros como personas (toreros) han ido evolucionando para lograr mantenerse vivos, continuar sobreviviendo en este mundo que antes fue plano y ahora es redondo. Por tanto, el toro cuenta con su bravura, su potencia física y sus cuernos -en ocasiones se los acortan-, y el torero, cuenta con su cerebro. El cerebro de un torero sabe que en una lucha cuerpo a cuerpo no logrará sobrevivir, y sabiendo de su completa inferioridad respecto al toro, se arma de un pequeño ejército de secuaces y de armamento aniquilador.

Entonces empieza todo. La gradería se emociona más si cabe, los gritos retumban en los pueblos colindantes, menos para el torero, que se ha hecho el silencio. No existe silencio más rotundo que el instante en el que el toro sale al ruedo y fija su mirada en el torero. Un silencio que suena a la absoluta nada, en el que el lidiador sólo siente el bombeo atronador de su corazón, repartiendo sangre renovada a velocidades comparables a un infarto.

El espectáculo se sucede. El toro sólo quiere escapar, pero no puede. Encerrado en un castillo circular, con miles de personas esperando su muerte. El toro, mientras corre por la plaza, se pregunta cuándo ha sido su juicio y de qué está acusado. Exactamente no sabe dónde está, pero imagina que en algún país donde la pena de muerte está permitida.

Rápidamente, el toro se da cuenta que no hay escapatoria y sólo queda la batalla, mas es suficientemente sabio para adivinar que aunque venza morirá. Es en ese preciso instante cuando el toro se debate en un dilema existencial 'Si logro vencer a mi contrincante no conseguiré otra cosa que, seguidamente, me maten a mí. Si, por el contrario, pierdo, únicamente moriré yo'. Sin embargo, el toro está entrenado para que dé espectáculo, debe ser una grandiosa obra de arte, un poema que te destripe por dentro, debe ser el tango de la muerte -el de verdad-, en el que siempre hay alguien que muere. Eso es lo que toro hace, bailar. No deja de mostrar su bravura innata, el perfecto equilibrio entre una musculatura confeccionada a partir de work out en prados y una velocidad de vehículo a motor.

Están prácticamente pegados. Torero y toro. El traje de luces empapado de victoria roja, pero también agujereado de una cornada en el costado. Ambos siguen en pie frente a frente. El toro sigue bailando -incansable- al son del capote del torero, ahora un tango, ahora un vals, ahora un tango y un cha cha chá. Están en una burbuja, no hay más consciencia para ambos que el ser que tienen delante de sus ojos. No hay recuerdo, olvido, mañana ni dolor, sólo aguantar un segundo más. Arremetida, tras arremetida, no hay engaño sin una nueva acometida.

El cuerpo es más débil que la mente, y aunque el toro no está preparado para que llegue su momento, su cuerpo discrepa. Arena bañada en sangre. El pelaje -azabache- del bovino está mojado, más que de su propia sangre, de incredulidad por verse en la situación en la que se encuentra. Está a punto de arrodillarse, pero no quiere, se tambalea y lucha contra sus hemorragias internas, más de lo que ha combatido contra el torero. Se niega a rendirse, no por orgullo, no por supervivencia, sino porque espera que la plaza recapacite y le dejen vivir en paz. Nadie recapacita, no hay perdón, miles de Césares presentes en ese coliseo muestran su pulgar hacia abajo. No hay clemencia. El toro cae en contra de su espíritu.

En la mente del torero se dibuja una estocada de ensueño, perfecta como un diamante recién pulido. No por evitar el sufrimiento del toro -que quizás ocupe el tercer o cuarto lugar- sino por lograr una ovación antológica, salir de la plaza manteado en nubes de brazos y estar cerca del cielo por un momento. Justo antes que el estoque final atraviese al toro, las miradas se conectan, el toro mira al torero y viceversa, ninguno primero, ninguno después, una simbiosis sin igual. Ocurre la magia, las mentes se trasladan al cuerpo vecino. El torero ahora siente lo que siente el bovino, siente su inferioridad numérica, su inmensa soledad, su tremenda valentía por intentar seguir erguido, cuando está prácticamente consumido. Entonces recuerda de los comentarios que afirman que los toros no existirían si no fuese por el toreo, y se pregunta si es mejor vivir para morir cruel e indiscriminadamente, sin oportunidad alguna de redención, aun logrando “vencer” en aquello para lo que te han criado, o, por otro lado, no existir.

Atraviesa la piedra de David a Goliat, cae la honda en la mullida arena, se desborda la sangre, pero la estocada ha sido mala. Goliat sufre. Sangra por la nariz. Apenas puede respirar. Agoniza. El torero se tambalea hacia atrás, siendo consciente de lo que acaba de ocurrir. Gira 360º, otros 360º más y otra vuelta y otra vuelta. La plaza silba, quieren una nueva estocada. El matador está confuso, mira a la gente, mira al toro, se mira a sí mismo. Tarda en reaccionar. Sus ayudantes se acercan, le preguntan si puede continuar. Sin responder, el torero agacha la cabeza y se marcha.

Pañuelos blancos en la plaza, el viento los mueve al ritmo de una canción triste, una de esas de otoño y de muerte. El torero vuelve la mirada hacia el toro antes de desaparecer del ruedo. Éste en su último hálito, no mira a los que ahora van a ser sus verdugos, continúa mirando al torero, pues aunque no ha conseguido la clemencia del público, ha transformado las entrañas del diestro.




No hubo acusación, ni juicio, ni sentencia...tampoco habrá funeral. 




Por Edgar Kerouac.

domingo, 4 de octubre de 2015

Vaginoflexia


"VAGINOFLEXIA
  1. nombre femenino
    Técnica de realizar figuras u objetos con tu cuerpo, introduciendo unos dedos girándolos sucesivas veces."


Odio las noches donde apareces para arrastrarme a lo profundo de mi cuerpo.

Tengo un vacío que tú llenaste, pero abriste el sumidero del olvido, sin saber que él te arrastraba también a ti.

Ya solo recuerdo tu mirada y tus lunares, porque los aprendí de memoria. Sería capaz de plasmarlos y convencer a la Inquisición de que la Tierra gira alrededor de tus besos. No ardería en la hoguera, si no en tu cuerpo.

Daría mi oreja a cambio de sentir tus pechos en mis espalda una noche de lujuria más. No sé si es una prueba de amor mutilarse, o si a Van Gogh le funcionó, pero prefiero eso a que cauterices mi corazón.

Recuerdo el timbre de tu voz, y como pronunciabas algunas palabras hasta que estallabas en una carcajada porque yo me reía de ti. Nunca nos faltaron sonrisas, y sin embargo no fue suficiente.

La corriente es demasiado fuerte y poco queda ya a lo que aferrarse. Odio estas noches, y sin embargo las necesito.

Cada vez son menos frecuentes, y cada vez duele menos, y creo que ahora te recuerdo con una sonrisa, y no con una lágrima. Mis bolsillos por fin se han vaciado, y ya no flotan barcos de papel en ellos.

Ahora te miro desde la distancia, sin poder olvidar tus ojos. Ahora ya no te recuerdo desde el dolor, parece que todo sana poco a poco.

Y sin embargo bastan unas palabras para que este equilibrio se desmorone como un castillo de naipes. Lo sujeto fuerte, pero es difícil.

Nunca se me dieron bien las manualidades, excepto cuando las practicaba entre tus piernas. No sé si lo que yo hacía era vaginoflexia, pero creaba diferentes formas en tu cuerpo, te retorcías y levantabas la espalda, formando una curva perfecta, con mis dedos como guía. Era hermoso ver tu cuerpo desnudo bailando al compás del mío.


Encajábamos como dos piezas de Tetris, como rocas de un acueducto romano. Estábamos hechos el uno para el otro, pero creo que perdiste las instrucciones de como montarme.


Carlos Pelerowski.