Mi
poesía se inicia primeramente en la piel. Emerge como una pequeña
picadura de mosquito. Algo me pica, en un principio no le doy mayor
importancia, pero -a cada movimiento de la aguja del segundero- el
picor va a más. Llega un momento en el cual me olvido de respirar y
únicamente pienso en rascarme. Sin embargo, dicho acto es inútil,
la poesía viaja hacia dentro sin haber comprado billete de embarque.
Siempre lo hace. Cree que pedir permiso destrozaría toda su
identidad. Se siente segura siendo inmigrante ilegal. 
 Una
vez está dentro, va directa hacia la entrañas. Las revuelve, las
folla, defeca sobre ellas, esputa blasfemias en gaélico y rocía una
especie de mejunje hecho de alas de jilguero, azafrán, comino y
gardenias sobre mis pobres entrañas. Noto como me cambian cada una
de sus acciones. En una ocasión, llegué a abrir mi vientre con un
alfiler desafilado. No podía aguantar más lo que sentía,
necesitaba sacarla de allí, pero la poesía, una vez entra, sólo
sale cuando lo cree oportuno.
 
 Después de vejar mis entrañas, sigue devorando camino y sube hacia
el cerebro. La poesía muestra un espejo al cerebro y éste se mira a
sí mismo, intentando averiguar quién es ese reflejo. Intenta
comprenderse, sin saber que es él mismo, se estudia y mimetiza como
un camaleón. Cuando te miras a ti mismo pero no sabes que eres tú
-porque nunca antes te habías visto-, cambias y jamás vuelves a ser
el mismo. Entonces mi cerebro entra en ebullición mientras da pasos
hacia delante y hacia detrás sin comprensión, parece que en
cualquier momento la tapa de mis sesos vaya a salir disparada hacia
el infierno. Sujétome el cráneo como puedo, con mucho miedo pero
-paradójicamente- con más curiosidad si cabe. 
 Repito,
la poesía no se detiene. Se enquista sin operación extirpable
posible, ella es la única dueña de su salida. Tras reconvertir el
cerebro, baja al corazón. Lo fisura con diminutos cortes, y se
introduce dentro de él para suturarlo posteriormente. Desde allí se
hace dueña de todo el cuerpo, utilizando las venas y arterias como
vehículo público, para reproducirse infinitagesimalmente. La magia
fluye, se hace otoño en mí, pero las flores florecen, y todo es
bonito en un paisaje cambiante, como si alguien estuviese
retrocediendo al pasado y modificando cosas esenciales. Mi corazón
bombea, como si nunca antes hubiera estado vivo. Como si todo lo
anterior fuese mentira y es ahora cuando la verdad se abre ante mis
ojos, aunque mis ojos no están donde creía, sino en todas partes,
incluso en partes que no existen. 
 Llega
un momento en el cual el cuerpo -al completo- flota como si estuviera
en el espacio. Todo parece un cuento con final feliz, las dudas
desaparecen, las heridas cicatrizan y la esperanza parece real.
Ocurre que mis defensas bajan y mi atención se esfuma. Es entonces
cuando la poesía comienza a enviar descargas eléctricas a todas las
neuronas, pues ya está preparada para salir. Las palabras se
escapan, llevándose mi ADN, miserias y mi único principio. La
blanca hoja queda manchada...y yo vacío, esperando a que la musa me
vuelva a coger desprevenido.
Por Edgar Kerouac.
 
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