Nunca
podré olvidar la mirada de Khaled, fría y adulta, posándose en mis ojos. Tenía
solo once años y sin embargo carecía de toda inocencia. No había ansias de
jugar, ni de explorar. Sólo había dureza y dolor, pero ni una sola lágrima. Se
quedaron en el fondo del Mediterráneo, el día que cruzando en una lancha su
hermanita de cuatro años cayó por la borda, y no volvió a verla. La barcaza no
se paró, y nadie hace caso a los gemidos y llantos de un niño que siente como
su hermana y su niñez se quedan allí para siempre. Los días de vino y rosa se
acabaron hace años, cuando unos señores que se odiaban entre ellos empezaron a
dispararse, y a disparar a todo. Así fue como murió papá, una tarde de mayo en
medio de la calle. Khaled solo recuerda que hacía sol, que la camisa se le
pegaba a la piel mientras jugaba al fútbol y soñaba con ser Messi. De pronto
aparecieron aquellos señores, gritando y con armas de asalto. Cogieron a todos
los hombres que había en el edificio, los colocaron en fila de rodillas. Era la
primera vez que Khaled veía a su padre llorar. Se miraron fijamente, papá
asustado, sus ojos lo decían todo. Un disparo en la nuca, y Khaled pudo sentir
como esos ojos que siempre le sonreían, perdían la vida.  
La
primera vez que Khaled comió ante mí, lo hizo como un perro asustado. Cogió el
zumo y el sándwich que le habíamos preparado, y empezó a olfatearlo, para irse
corriendo a una esquina. No es que no supiese nada acerca de nuestra
gastronomía, simplemente era el miedo. Hacía tanto que nadie le ofrecía nada.
Recordó como su madre le preparaba los desayunos todas las mañanas, antes de
salir hacia la escuela. Incluso después de la muerte de papá siguió haciéndolo,
a pesar de que cada vez había menos comida en casa. Ella dejó de desayunar,
pero a Khaled nunca le faltó comida en la mesa. Hasta aquel día. Vinieron otros
hombres llenos de odio, estos eran diferentes de los anteriores, estaban en
otro bando. Khaled no sabía en qué bando debía estar él, y después de esa tarde
su corazón se convirtió en odio. No hubo bandos. Sólo tres hombres que delante
de él agarraron a su madre fuerte, por el pelo, y la violaron en la puerta de
casa. Después la degollaron y se marcharon. Las manos de Khaled se tornaron
rojas intentando cortar la hemorragia. 
Familia.
Ahora somos una familia para él, pero es difícil. Poco a poco Khaled se va
abriendo a nosotros, ya no tiene tantas pesadillas y ha empezado la escuela.
Aunque todavía no le hemos visto sonreír, sabemos que tarde o temprano lo hará.
No perdemos la esperanza, y esperamos que pronto vuelva a ser un niño. Pero
jamás podré olvidar la primera vez que habló conmigo y me pidió que le llevase
fuera, lejos de la ciudad. Era una noche fría, él insistió. Cuando llegamos
bajamos del coche, y allí, en la quietud del momento sólo dijo:
-Mira,
son las mismas estrellas que había en Damasco. Y las mismas estrellas que había
en el mar. Pero hoy relucen un poco más, porque mi familia está allí arriba,
cuidándome. Ahora sé que estoy a salvo.
Carlos Pelerowski.
 
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