sábado, 10 de octubre de 2015

Estrellas en la noche encendida.

Nunca podré olvidar la mirada de Khaled, fría y adulta, posándose en mis ojos. Tenía solo once años y sin embargo carecía de toda inocencia. No había ansias de jugar, ni de explorar. Sólo había dureza y dolor, pero ni una sola lágrima. Se quedaron en el fondo del Mediterráneo, el día que cruzando en una lancha su hermanita de cuatro años cayó por la borda, y no volvió a verla. La barcaza no se paró, y nadie hace caso a los gemidos y llantos de un niño que siente como su hermana y su niñez se quedan allí para siempre. Los días de vino y rosa se acabaron hace años, cuando unos señores que se odiaban entre ellos empezaron a dispararse, y a disparar a todo. Así fue como murió papá, una tarde de mayo en medio de la calle. Khaled solo recuerda que hacía sol, que la camisa se le pegaba a la piel mientras jugaba al fútbol y soñaba con ser Messi. De pronto aparecieron aquellos señores, gritando y con armas de asalto. Cogieron a todos los hombres que había en el edificio, los colocaron en fila de rodillas. Era la primera vez que Khaled veía a su padre llorar. Se miraron fijamente, papá asustado, sus ojos lo decían todo. Un disparo en la nuca, y Khaled pudo sentir como esos ojos que siempre le sonreían, perdían la vida. 

La primera vez que Khaled comió ante mí, lo hizo como un perro asustado. Cogió el zumo y el sándwich que le habíamos preparado, y empezó a olfatearlo, para irse corriendo a una esquina. No es que no supiese nada acerca de nuestra gastronomía, simplemente era el miedo. Hacía tanto que nadie le ofrecía nada. Recordó como su madre le preparaba los desayunos todas las mañanas, antes de salir hacia la escuela. Incluso después de la muerte de papá siguió haciéndolo, a pesar de que cada vez había menos comida en casa. Ella dejó de desayunar, pero a Khaled nunca le faltó comida en la mesa. Hasta aquel día. Vinieron otros hombres llenos de odio, estos eran diferentes de los anteriores, estaban en otro bando. Khaled no sabía en qué bando debía estar él, y después de esa tarde su corazón se convirtió en odio. No hubo bandos. Sólo tres hombres que delante de él agarraron a su madre fuerte, por el pelo, y la violaron en la puerta de casa. Después la degollaron y se marcharon. Las manos de Khaled se tornaron rojas intentando cortar la hemorragia.

Familia. Ahora somos una familia para él, pero es difícil. Poco a poco Khaled se va abriendo a nosotros, ya no tiene tantas pesadillas y ha empezado la escuela. Aunque todavía no le hemos visto sonreír, sabemos que tarde o temprano lo hará. No perdemos la esperanza, y esperamos que pronto vuelva a ser un niño. Pero jamás podré olvidar la primera vez que habló conmigo y me pidió que le llevase fuera, lejos de la ciudad. Era una noche fría, él insistió. Cuando llegamos bajamos del coche, y allí, en la quietud del momento sólo dijo:


-Mira, son las mismas estrellas que había en Damasco. Y las mismas estrellas que había en el mar. Pero hoy relucen un poco más, porque mi familia está allí arriba, cuidándome. Ahora sé que estoy a salvo.



Carlos Pelerowski.

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